Publicado: 3 julio 2020 a las 8:39 pm
Categorías: Artículos
Dr. Alejandro Byrd Orozco
Secretario de Extensión Universitaria y Vinculación Institucional
FES Acatlán UNAM
Desde los tiempos de Sócrates y Platón, aprender por cuenta propia ha sido el eje rector de la educación. Sin embargo, la historia se ha escrito de forma diferente: la mayoría de las veces se deposita en la figura docente la responsabilidad de que la o el estudiante aprenda y, con ello, el éxito o el fracaso depende de las habilidades o inhabilidades de quien enseña.
Aprendemos de forma significativa cuando nos disponemos a hacerlo de forma tal que el conocimiento nos permita crecer personal y profesionalmente. El aula es un espacio abierto en el que, de forma individual y colectiva, se llevan a cabo procesos para promover la adquisición de valores, actitudes y conocimiento.
Para que el aprendizaje mediado por tecnología se haga de forma armónica, se necesita que, en una primera etapa, la comunidad reconozca los factores institucionales, de diseño y comunicativos como necesarios para impulsar la inclusión de la tecnología en el aprendizaje. Posteriormente, estos elementos básicos deberían ser parte de las prácticas de interacción en la institución para que formaran parte del hacer cotidiano. Finalmente, debería haber tal interdependencia entre los mismos que cualquiera impacto en uno de ellos modificara a los otros dos. Para ejemplificar lo anterior, se concibe tres etapas: 1. El planteamiento de las categorías en estudio (modelo contextual); 2. La interrelación de las categorías (modelo integrador); 3. La interdependencia de las categorías (modelo dialéctico).
En el Modelo contextual se supone que en la organización se plantea formalmente la necesidad de comprender a la Educación Distribuida por Tecnología como un objeto multidisciplinario en el que confluyen aspectos institucionales y de interacción y cuya atmósfera externa es el diseño de una sociedad de conocimiento. En los factores institucionales el cambio en el modelo educativo implica cambios institucionales. La universidad puede ser abierta si es capaz de ser en un medio diferente, un espacio compartido y abierto de construcción del conocimiento que facilite aprendizajes. En esta etapa inicial se trabaja en y por el aprendizaje:
En el Modelo integrador se concibe a la comunidad de aprendizaje como una resultante de la interrelación entre las categorías institucional, actitud y sociedad de conocimiento. El núcleo alrededor del que se mueven es la comunidad en un proceso permanente de enseñanza- aprendizaje. Aquí ya no se presupone la coincidencia entre mercado y escuela sino que se demanda como una extensión de la educación en la casa, en la calle, en el trabajo. El capital mayor al que se apuesta es el conocimiento. Si las instituciones educativas y/ o el mercado se perciben sólo como espacios de reproducción sin crítica, la tecnología se convierte en un auxiliar del poder:
En el Modelo dialéctico los componentes institucional y de interacción, se comprenden en un proceso en el que las variaciones en cualquiera de ellos afecta a los demás. Supone también un estadio de madurez en el que los actores y la institución coinciden y construyen de manera cotidiana el aprendizaje. Aquí las diferencias que tienen solución se resuelven con el diálogo comprensivo y cooperativo. Se puede convivir con las diferencias a través de la tolerancia y el respeto por el otro:
La diferencia con las dos etapas anteriores no es sólo que el modelo es una implicación de éstas sino que supone la incorporación de los elementos clave de los factores institucionales (comunidad de aprendizaje, apertura y tolerancia, acceso y de los de interacción (construcción conjunta de aprendizaje, diálogo comprensivo y comprometido, es decir, cultura y comunicación). La posibilidad de incorporar el capital intelectual al aprendizaje, a través de la tecnología, reside en la combinación armónica de los factores descritos, al interior del campus universitario, y en la incidencia real en el campo laboral- profesional en una alianza estratégica y ética entre universidad y mercado.
Como siempre, la realidad tiene sus propias reglas y éstas rebasan, contradicen o complementan a los supuestos desde donde se intenta comprenderla. Una evidencia implacable es la contingencia actual del Covid 19 y sus implicaciones en todas las esferas sociales.
La puesta en práctica de estas y otras ideas ha dejado el saldo de comprender que la pregunta principal no era ¿Cómo favorecer el aprendizaje con tecnología?, o algo así, sino ¿Quiénes, qué, cómo y para qué propiciar la construcción de comunidades de aprendizaje? (o algo así).
Esto significa que el problema de fondo pasa por las intenciones de aprender, o no, con y sin tecnología. He usado de forma recurrente diversas plataformas y encuentro que las más próximas a un entorno virtual para construir comunidades de conocimiento son las que no suelen obviar las prácticas cotidianas de los actores, sus usos y costumbres, sus patrones de conversación e incluso sus afinidades, como se puede hacer en Facebook, por ejemplo. En la mayoría los accesos son obligados y sólo se hace aquello que se ha señalado como contable para la evaluación. Y como resulta cuando se acometen tareas sin voluntad, la práctica se convierte en un hacer por hacer
El éxito o el fracaso del proceso es responsabilidad de cada actor y depende de la forma en que cada cual enfrente el espectro, difuso y complejo, llamado realidad. Para cada participante las y los demás constituyen su red de ayuda y esto nos convierte en una comunidad solidaria pero limitada: el aprendizaje del otro es la frontera y, como se ha establecido, él o ella deciden cómo transitan hacia tal. En términos de Freire: “Nadie educa a nadie, nadie se educa a sí mismo. Los hombres se educan entre sí mediatizados por el mundo porque nadie ignora todo, nadie lo sabe todo.”
Deja un comentario