Parte Quinta: REFLEXIONES PROBLEMATIZADORAS SOBRE LA HUMANIDAD QUE VIENE Hacia un cambio en los modos de pensar
Dr. Alex Fergusson Laguna
Facultad de Ciencias. Universidad Central de Venezuela.
QUINTA PARTE. Los problemas de la relación Sociedad-Ambiente
La visión del mundo que se estructuró a partir del siglo XVIII en la Europa central, y que hoy hace núcleo alrededor del concepto de <globalización>, promovió que una buena parte de la humanidad se sintiera autorizada a desarrollar todo su potencial productivo, apoyada en el precepto de que <todo lo que es técnicamente posible es éticamente deseable>. Parece claro que: si la <historia> nos conduce progresivamente a niveles superiores de bienestar; si es cierto que existe un <sujeto social>, esto es, un ente social trascendente capaz de transformar la sociedad, armado de un proyecto político, económico o social; si el <progreso> es una fuerza que acumula gradual e incesantemente más y más bienestar a la humanidad, entonces, lo único que faltaría sería expandir la <luz de la razón> a todos los rincones del globo para que la sociedad planetaria alcance la <felicidad>.
En esta utopía, <la naturaleza> se nos presentó como <lo otro> de la sociedad: ese espacio salvaje -extraño, potencialmente peligroso-, que debe ser domesticado; ese reservorio de recursos -bienes aprovechables- y ámbito de fuerzas ciegas que el hombre debe controlar. Esta visión instrumental de la naturaleza, y también del ser humano, ha estado presente en todos los modelos ideológicos, económico-políticos y teorías sociales, así como en las prácticas concretas desplegadas durante estos tres siglos, en la mayor parte del planeta. El progreso se convirtió, entonces, en la justificación automática de la intervención invasiva e indiscriminada de la sociedad en su entorno natural y de la explotación de la fuerza de trabajo de los pueblos. En este contexto cultural, la naturaleza fue percibida, entonces, como una fuente inagotable de materias primas, un gigantesco surtidor de insumos y un no menos descomunal depósito de desperdicios.
Al mismo tiempo, tomó fuerza la idea de que los límites del desarrollo estaban, simplemente, determinados por la capacidad de innovación y desarrollo tecnológico. y por la rentabilidad.
Mientras el impacto devastador de esta concepción no fue suficientemente visible, mientras la eco-depredación -con su secuela de extinciones- no produjo la sensación de escándalo de hoy, mientras la desertificación, la pérdida de la diversidad biológica, la contaminación del aire, las aguas y los suelos, el calentamiento global y el cambio climático no adquirieron el tono dramático actual, mientras la desigualdad, la exclusión y la pobreza no pusieron en evidencia el drama social, y el hombre no comenzó a ver en peligro su propia existencia como especie, la justificación ética del <dominio de la naturaleza y el control social> no suscitó mayores controversias.
No existía un espacio público para la conciencia política y ecológica. La sociedad industrial se justificaba por sí sola y el progreso no requería ser legitimado, pues él mismo era la felicidad. Sin embargo, el creciente malestar frente al incumplimiento de las promesas de un desarrollo asegurado de antemano, ha puesto en cuestión la idea misma de progreso y nos anuncia el fin de una historia lineal y homogénea. Los efectos ambientales adversos de un modelo tecno-económico que omite la variable ecológica y el bienestar de la gente, constituyen uno de los factores que fundamentan ese malestar y han dado pié al surgimiento de una nueva conciencia política movida por el alarmante deterioro de la calidad de vida de los ciudadanos, la degradación de la calidad de las aguas, del aire, de los suelos y el riesgo de extinción de la mayoría de las especies de seres que conforman la comunidad de la vida planetaria.
Una nueva mentalidad está haciendo su aparición, porque los peligros del mantenimiento de los niveles de pobreza, la pérdida de la soberanía y de la destrucción ambiental ya dejaron de ser una amenaza retórica. No se trata, pues, solamente de un movimiento de las ideas sino una movilización de procesos sociales, aun incipientes y subterráneos, pero que van configurándose como movimientos políticos importantes.[1]
La discusión tiene ahora nuevos ingredientes, el marco cultural se ha modificado y la violencia impune del hombre sobre la naturaleza y sobre sí mismo, ya no puede seguir siendo justificada –legitimada- por la idea del progreso. Los problemas sociales, económicos y ecológicos han saltado la barrera académica para ocupar un puesto importante en la conciencia ciudadana, en las políticas del estado y en la actividad empresarial. A partir de allí, parece que la percepción del desarrollo como una cuestión de pertinencia pública es un dato adquirido sin oportunidad de reversión.
El actual clima cultural y político favorece una cierta visión interculturalista, una relativización de los valores, una recuperación del espacio natural, un redimensionamiento de la escala humana en el debate sobre lo social y lo ambiental. Al mismo tiempo, los temas socioeconómicos, políticos y ecológicos aparecen cada vez más valorizados y se comportan como lugar de encuentro de saberes, que hasta hace poco tuvieron desarrollos paralelos.
Por supuesto hay también, en el ámbito del desarrollo, una recuperación de la dimensión ética y una nueva ambientación para el debate entre ética, desarrollo y libertad, entre intereses de grupos y valores universales, entre lógicas corporativas, localidad y globalización, entre dinámica de bloques y soberanía, entre crecimiento económico y derechos humanos, en fin, entre los intereses objetivos de clases, grupos, naciones, etnias y su respectiva traducción en el mundo de las ideas, valores y representaciones. La crisis que atravesamos nos ha liberado de viejos dogmatismos, pero nos plantea el reto de construir nuevos paradigmas desde los cuales delinear los criterios que justifiquen suficientemente las nuevas opciones. Hoy parece claro que entre <racionalidad tecno-económica> y <modelos sociopolíticos> hay una red de articulaciones que había permanecido enmascarada.
Las opciones ético-políticas y los modelos de desarrollo no son campos totalmente indiferentes. Hay lazos profundos, a veces intangibles, y también relaciones que solo ahora están poniéndose de relieve. En tal sentido el concepto de <desarrollo> está actuando como estímulo al debate y a la acción que conduce a la clarificación de las metas del devenir humano, social, económico y cultural de nuestros pueblos, y de los procedimientos para alcanzarlas.
En este ambiente cultural el concepto de desarrollo endógeno ambientalmente sustentable, ha creado un espacio privilegiado para una nueva configuración de conocimientos y saberes, desde donde se podría contribuir a redefinir los criterios para un desarrollo económico y un equipamiento tecnológico verdaderamente decidido por la sociedad; para la reformulación o restitución de los equilibrios básicos al interior de la propia sociedad y entre ésta y su ambiente natural, y para la redefinición de la idea misma de progreso.
Por otra parte, este puede ser el ámbito en el cual se prepare a las personas para responder adecuadamente a las demandas de la sociedad a favor de la discusión y los acuerdos negociados, especialmente en el terreno político, social, económico y ecológico, dada la magnitud de los problemas y la envergadura de las opciones, pues las dificultades evidentes para concretar acuerdos y diferir intereses en juego, producto de la lógica de los intereses parciales que aun impera, está anulando la toma de decisiones a corto plazo y amenaza con entorpecer severamente el camino hacia acuerdos básicos en el mediano y largo plazo.
Desde el punto de vista del desempeño de las personas directamente involucradas en la toma de decisiones, el problema de los valores se vuelve dilemático, pues la actuación no puede aguardar por la dilucidación de las alternativas. La gestión pública afecta al medio social y natural en una compleja maraña difícil de desentrañar. Los sectores empresariales de todo el mundo están produciendo un impacto significativo sobre la sociedad y la naturaleza, que no se detiene a la espera de una clarificación filosófica del problema de la ética.
En este terreno lo que se constata es el <síndrome de los hechos cumplidos>, lo cual sólo puede ser atribuido a los variados factores que aun intervienen en la reproducción de un modelo de desarrollo tecno-económico cuya lógica conduce a la pobreza, al deterioro ambiental, y a la ausencia de una cultura popular que nos capacite para la participación y el protagonismo, que forme parte del comportamiento de una sociedad conviviente y pacífica.
El factor cultural parece manejable y, de hecho, puede observarse una lenta pero progresiva sensibilización de la opinión ciudadana frente a las cuestiones del medio social y ambiental. Una proyección optimista nos colocaría en las próximas décadas, en una situación favorable en cuanto a una nueva conciencia ecológica de la sociedad. No obstante, sobreponerse a la lógica de la rentabilidad y del beneficio, que subordina el interés colectivo por el mejoramiento de la calidad de vida y de la calidad ambiental, al tiempo que obstaculiza cualquier propuesta de cambio -no importa si el sistema sociopolítico es formalmente capitalista o socialista-, es una tarea que requerirá de cada uno de nosotros un esfuerzo consistente. No en vano, el manejo de estas complejísimas tensiones ha sido el centro de polémicas que ocupan hoy nuestra atención.
Más allá de una controversia que está lejos de atenuarse, parece claro que la expansión productiva por sí sola, no garantiza automáticamente el mejoramiento de la calidad de la vida y del medio ambiente. La experiencia histórica apunta más bien a todo lo contrario, y ese es el punto crítico del modelo tecno-económico neoliberal que debemos sustituir. En este modelo de desarrollo, los criterios de viabilidad económica no son los mismos que los criterios de pertinencia ecológica y tampoco los de bienestar social. ¿Desde dónde plantear una demanda social y ecológica a la racionalidad tecno-económica dominante?; he allí el terreno preciso donde aparece, con toda claridad, la cuestión de la ética del modelo de desarrollo.
La situación general es tan grave en este sentido que se ha comenzado a presentar propuestas acerca de la necesidad de un nuevo orden económico y social para nuestra sociedad y el mundo. Esta estrategia incluye, entre otros, los siguientes aspectos:
- La redefinición del desarrollo en términos de ecología, economía y equidad.
- La reconstrucción del proceso de desarrollo social y económico de manera que éste se haga sustentable.
- La promoción de una ética que integre a los seres vivos -las plantas, los animales, los microorganismos y la gente-.
- La minimización de los efectos adversos del crecimiento poblacional humano, la urbanización, el desarrollo industrial, la agricultura tecnificada y la producción de energía.
- El reconocimiento de los efectos ambientales adversos de la inseguridad económica y los conflictos armados.
- La reversión de la severidad y extensión de la degradación y fragmentación de los ecosistemas de los cuales dependen las sociedades humanas para la alimentación y la producción de fibras y medicamentos.
La creciente demanda por una pertinencia social y ecológica de todo programa de desarrollo, tiene ahora un contenido ético explícito. Ello entraña toda una concepción de la naturaleza, de la sociedad, del poder, del ser humano, que se pone en movimiento en éste debate, por lo que ya resulta inaceptable la vieja apelación ideológica de valores y categorías tradicionales aceptados a priori como cuestiones de principio. La sola incorporación de la noción de <viabilidad social y ecológica>, coloca la discusión, en un plano extra-económico y, es en esta perspectiva, como podría caracterizarse el concepto de desarrollo.
La <sustentabilidad> del desarrollo remiten, en el terreno de la justificaciones valorativas, a dos componentes altamente controversiales: uno, el impacto social de los programas y acciones del desarrollo -sus efectos sobre la calidad de vida, el empleo, la distribución de la riqueza, la administración de la justicia, las políticas sociales, etc.- y otro, sus implicaciones ecológicas -su impacto en la calidad del agua, del aire, de los suelos y sobre la conservación de la diversidad biológica, así como sus efectos sobre los sistemas culturales autóctonos-.[2]
Así pues, frente a los valores imperantes, el desarrollo ambientalmente sustentable presenta como alternativa ética, los valores de: cooperación, solidaridad, comunitarismo, colectivismo, justicia social, igualdad de oportunidades, cultura de la conservación ambiental, la diversidad biológica y la sustentabilidad, educación para la vida, resiliencia, convivencia y paz.
En este sentido, el concepto de desarrollo que proponemos es, en sí mismo, una Escuela para la Vida, escuela que nos servirá para ir superando dificultades personales, afectivas, intelectuales y socio comunitarias, con las que el ser humano se irá encontrando, paso a paso, en el ejercicio del oficio de vivir.[3]
Como propuesta pedagógica ese nuevo concepto de desarrollo apunta a un proceso de integración, del <cuerpo biológico> con el <cuerpo psico-emocional> y con el <cuerpo espiritual> sobre los que se fundamenta la relación del individuo consigo mismo, con los demás y con su entorno natural. La educación constituye, así, la vía para modificar los actuales estilos de vida y los valores imperantes que resultan incompatibles con el desarrollo humano individual y social.
Educar significa aquí, transformar, reconvertir, modificar al hombre y a la sociedad y significa construcción de ciudadanía en un ambiente de equidad, justicia y libertad. La educación que requiere el desarrollo ambientalmente sustentable es una educación “radical”, coherente con el discurso del cambio y la transformación del sistema político, social, económico y cultural.
Significa también la sustitución de la <pedagogía de la domesticación> imperante, por una <pedagogía del discernimiento> que estimule la creatividad y dote al ciudadano de las habilidades y destrezas necesarias para la vida individual y social, al tiempo que fortalece las actitudes y las aptitudes de los seres humanos para la supervivencia de la especie y de la vida planetaria.
La base del desarrollo neoliberal es la del mercado unificado, homogenizador, altamente competitivo y de alta rentabilidad, fundado en productos procesados industrialmente y de consumo masivo producidos con tecnología de alto impacto ambiental. No hay espacio para la individualidad, lo orgánico-natural, la diversidad, lo técnico a escala humana.
No obstante, los <nuevos mercados> que respondan a la protección ambiental, al tiempo que promuevan el desarrollo humano, todavía están por crearse o son marginales.
Así pues, una tarea impostergable del desarrollo endógeno es potenciar las posibilidades y consolidar el derecho de los pueblos a inventar sus modos de gestión económica, tecnológica y científica. Se trata, entonces, de restituir el control humano sobre los medios y modos de producción, creando un ambiente social en el que sea posible una nueva relación hombre-técnica, hombre-máquina y hombre-ambiente que abra espacio para la innovación y la creatividad.
Así, la gestión económica y tecno-científica en el desarrollo endógeno debe propender al uso generalizado de “tecnologías apropiadas”, es decir:
- Armónicas con el ambiente, o lo que es lo mismo, de bajo impacto ambiental
- Operativas con las materias primas y las condiciones ambientales y culturales locales
- De bajo costo
- Generadoras de capacidad de ocupación
- Bajo el control de la gente
En este sentido, los objetivos generales del desarrollo endógeno pueden presentarse de la siguiente manera:
- Promover la movilidad social ascendente y horizontal
- Crear procesos de interacción social que faciliten la producción eficiente de bienes y servicios
- Promover el desarrollo humano a través de la educación para la vida y la formación para el trabajo
- Organizar a las comunidades para erradicar la pobreza
- Mejorar la calidad de vida (disfrutar de una vida física, social y espiritualmente saludable)
- Propiciar la desconcentración de la población en el territorio nacional
- Impulsar una sociedad proactiva y productiva
- Restituir el sentido de ciudadanía participativa y protagónica en las comunidades.
Fundado sobre cuatro principios básicos:
- Soberano: orientado al logro de la seguridad e independencia alimentaria, tecnológica, industrial y territorial del país.
- Democrático: privilegia relaciones de producción basados en la democracia de la propiedad, el capital y el mercado.
- Equilibrado: al impulsar la ocupación poblacional y la explotación de nuestras riquezas garantizando la seguridad ecoambiental y integración geoambiental regional.
- Racional: promoviendo la armonía entre el crecimiento de la variables macroeconómicas y el bienestar integral de la población.
Transitar el camino de la sustentabilidad significa, entonces, encontrar las vías para armonizar las necesidades del desarrollo social y económico con las limitaciones que la naturaleza nos impone para su conservación, de modo que nos dotemos a nosotros mismos y a nuestros descendientes de las razones suficientes para seguir participando, con entusiasmo, en la aventura de vivir.
[1] Morin, Edgar. 1971. El paradigma perdido. Ed. Kairos. Barcelona. España
[2] Fergusson, Alex. 2006. El desarrollo endógeno. Editorial Tecnocolor. Caracas. venezuela
[3] Fergusson, Alex y R. Lanz. 2001. Desarrollo Sustentable: paradigma de fin de siglo?. Rev. Venezolana de Economía y Ciencias Sociales. Vol 7. Nº 1. FACES. UCV. Caracas.
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