Septima Parte: REFLEXIONES PROBLEMATIZADORAS SOBRE LA HUMANIDAD QUE VIENE Hacia un cambio en los modos de pensar
Dr. Alex Fergusson Laguna
Facultad de Ciencias. Universidad Central de Venezuela
SEPTIMA PARTE. Problemas atinentes a las implicaciones de los nuevos mercados del conocimiento y las transformaciones que las nuevas tecnologías provocan en el mundo de los desempeños laborales.
Uno de los fenómenos más cargados de implicaciones de los que rodean la coyuntura actual de la vida universitaria es seguramente el expansivo proceso de planetarización que toca de modo irreversible todos los modos de producción de la vida material y simbólica de los pueblos. Sea que se le mire en la órbita de la ideología oficial como <globalización>, sea que se interprete críticamente como mundialización. Este proceso invasivo se proyecta de modo mucho más visible en las esferas de la economía, las comunicaciones y las interconexiones internacionales. En particular en todo el torrente de flujos culturales facilitados enormemente por la creciente implantación de las conocidas tecnologías de la información y la comunicación. La circulación de información y conocimientos es no sólo un fenómeno de proporciones incalculables sino un factor clave de remodelación de prácticas, hábitos y mentalidades.
Se entiende que aquellos ambientes que se caracterizan justamente por el trabajo sobre la información, los conocimientos y los saberes están especialmente expuestos al poderoso impacto de esta nueva dinámica mundial. Es el caso evidente de los sistemas educativos, los sistemas de ciencia y tecnología, los aparatos mediáticos, y muy especialmente, los sistemas educación superior.
Desde hace ya varios años esta temática ocupa el interés de investigadores, agencias, gobiernos y las mismas universidades. El debate ha ido dejando un saldo positivo en lo que respecta a la producción de diagnósticos y la confrontación de interpretaciones. Esta discusión arrastra visiones e intereses particularmente problemáticos a la hora de buscar zonas de confluencia o puntos en común. Salvo el reconocimiento genérico del carácter <universalizante> de la expansión tecnológica en el globo terráqueo, todo el resto forma parte de una agenda muy controversial. En cierto modo la contraposición entre globalización y mundialización es ya, de entrada, una toma de posición que acarrea de inmediato un sin número de implicaciones teóricas y políticas.[1]
En la lógica de los apologetas de la globalización la expansión irrestricta de los mercados es la clave de todo el proceso. En términos reales el asunto se reduce a una presencia y control de las economías del mundo por parte de aquellos centros hegemónicos que detentan el poder financiero-tecnológico-militar para hacerlo. Todo lo demás es pura ideología. La experiencia indica de modo brutal que la globalización es una lógica de poder, fundada inequívocamente en una voluntad de dominio, posibilitada por las plataformas tecno-económicas de los países altamente industrializados. A partir de allí vienen los matices y las variantes. Pero en el entendido de que estamos en presencia de una macro-racionalidad que no depende de los devaneos de este o aquel gobernante, ni de las buenas o malas intenciones de las grandes corporaciones transnacionales.
En el marco de esa lógica global las universidades son vistas—una vez más—como jugosos negocios que deben acoplarse a las reglas del mercado de conocimiento y de títulos. Toda la estrategia de las élites transnacionales en estos últimos año ha consistido en desbloquear el marco regulatorio que estorba todavía la presencia masiva de las empresas de educación superior en todo el mundo. Ha habido hasta ahora muchas resistencias. Tanto por la vía de la educación virtual, como en las modalidades presenciales, las multinacionales de la educación superior pujan por expandirse. El logro más notable en esta estrategia global es calificar en la OMC los títulos universitarios como mercancías. Este pequeño detalle emblematiza el punto culminante de un proceso de <desnacionalización> creciente del espacio universitario mediante la monopolización de los grandes negociantes de títulos profesionales.
El desarrollo <natural> de esta lógica globalizadora permite presagiar un mapa mundial en este sector comparable a las concentraciones y disputas corporativas de cualquier otro ramo de la economía como la automotriz o la farmacéutica. Si se coronara hipotéticamente un completo proceso de mercantilización de la educación superior—bajo la coartada de la libre circulación de los conocimientos—el panorama sería seguramente algo parecido al <franquiciado> de las universidades en el mundo.
Asistimos hoy a una generalizada incertidumbre en relación al funcionamiento de viejas instituciones que han modelado de una manera muy contundente todos los paisajes de la sociedad Moderna. Nos referimos en singular al rol del aparato escolar de cara al mundo del trabajo, sus modulaciones y derivas en todo el trayecto de esplendor y decadencia de la Modernidad. Se trata de explorar el impacto que suscita en esas esferas los procesos de crisis de un modelo civilizatorio en el que las categorías de <trabajo>, <educación> y <profesiones> se articularon merced a un encadenamiento racional que resultaba extremadamente coherente con los grandes dispositivos que están en la base del proyecto de la Modernidad: Sujeto, Historia, Razón, Progreso, Orden, Ciencia.
La suposición que está en el punto de partida es que nos encontramos en el corazón de un estremecimiento de los núcleos duros de la civilización Moderna. Este proceso se manifiesta en todos los campos del quehacer humano, se vive en la experiencia cotidiana, atraviesa las prácticas y discursos de todos los actores. Si bien el interés momentáneo de este ejercicio intelectual está centrado en la trilogía del trabajo-educación-profesiones, resulta obvio que las grandes tendencias recorren al conjunto de una época histórica, y por ello mismo, sus expresiones trasiegan los espacios acotados, las categorías analíticas y las fronteras entre fenómenos.
Queremos decir con ello que buena parte del repertorio disponible para el análisis de la crisis de la Modernidad tomará cuerpo en el manejo específico del ámbito del trabajo –donde se han cimentado sintéticamente los contenidos más potentes de la sociedad capitalista- de la dimensión de la Escuela -que evoca con razón el espacio privilegiado donde se reproducen sin cesar las racionalidades fundantes de la Modernidad- y el mundo de las profesiones –que cristaliza el estado terminal, no sólo del desarrollo personal prescrito es este modelo, sino de la fisonomía organizacional que ha desfilado en todo este trayecto-. Se trata pues de trazar un horizonte previsible para esta época de transición en donde las categorías de trabajo, escuela y profesión han quedado enteramente deconstruidas.
Lo que hasta hace algunos años parecía una travesura intelectual con el uso de expresiones como <fin del trabajo>, <fin de la historia>, <muerte del Sujeto> y similares, se torna ahora una constatación periodística que no escandaliza demasiado. Como muchos otros síntomas de la evaporación de las relaciones sociales, en el mundo laboral hace tiempo ya que han aparecido las señales claras de una transformación que toca la raíz misma de la idea de <trabajo>, tal como la hemos arrastrado en el largo trayecto de estos tres siglos de Modernidad: sea como visión ontológica que coloca en el trabajo el eje de la propia naturaleza humana, sea en la visión historicista que hace del trabajo el vector que modela los diferentes estadios de la evolución de la humanidad, sea en la visión ético-teológica que hace del trabajo una suerte de destinación para la que los rituales religiosos han sido diseñados aquí en la tierra.
Interesa en este sentido explorar singularmente el impacto que está suponiendo la entrada a la <sociedad del conocimiento y la información> de cara a las prácticas alrededor de las cuales se organizó buena parte de la vida social en el pasado. Lo que está en el fondo es la sospecha de que asistimos efectivamente a una transfiguración de la naturaleza misma del concepto de trabajo que no puede ser capturada a partir de las categorías tradicionales de una <sociología del trabajo> o de las visiones gerencialistas que se contentan con remedios de <reingeniería>.
La idea-fuerza que motoriza esta reflexión es la caducidad de una visión fundada en el intercambio de energía del cuerpo humano con los procesos de intervención material sobre los <objetos>. Esta idea tiene una larga travesía histórica que va desde las herramientas como prótesis de la mano, utilizada por las sociedades recolectoras hasta la invención de la <máquina> que marcará emblemáticamente el <triunfo del progreso> sobre la naturaleza en la sociedad industrial. Asistimos hoy a un descentramiento del trabajo como relación corporal con la máquina para adentrarnos cada vez más a una sustitución de la acción física del cuerpo por una relación virtual de la inteligencia con las redes de conocimiento involucradas en estos procesos. Es esa la verdadera revolución que descoloca toda una armazón conceptual configurada durante siglos alrededor de la idea de <trabajo>.
Esta deriva de la idea de trabajo no ocurre en solitario. Es evidente que el trasfondo que suministra las claves de inteligibilidad de este fenómeno se encuentra en la crisis de la Modernidad como época, como episteme, como matriz de los grandes relatos -Historia, Progreso, Sujeto, Razón, Proyecto-. Es en ese núcleo duro de una lógica civilizacional que se derrumba donde debemos situar la deriva del concepto de trabajo y toda la constelación de nociones que funcionan articuladas al mundo de los desempeños productivos.
Una desembocadura natural del modo como evolucionó históricamente la sociedad industrial que se despliega a partir del siglo XVIII es justamente el concepto de las <profesiones>. La división técnica del trabajo -como subproducto de la división social del trabajo- supuso un largo proceso de especificación laboral en donde las habilidades y destrezas para el desempeño en el tejido industrial que se forjaba definió claramente los perfiles de las personas, los modos como éstas se organizaban -dentro y fuera de la empresa- y las infinitas modalidades de circulación en los complejos mercados profesionales que se fueron consolidando.
Esa correlación funcional entre <profesión> y <puesto de trabajo> se fue desdibujando en la misma medida en que se modificó radicalmente el modo de producir del capitalismo típico dando paso a la sociedad post-capitalista que se vislumbra. No se trata sólo de una hiato dramático entre la fuerza de trabajo y los empleos efectivos -brecha que ha dado lugar a toda una línea de reflexión sobre la temática del empleo mucho más allá de los análisis económicos convencionales-, sino del cambio de naturaleza que se ha introducido con la puesta en escena de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, es decir, la transfiguración completa de la vieja idea de <producción> tal como fue vivida y pensada en todo el trayecto de la Modernidad gracias al despliegue de una plataforma tecnológica que introduce una nueva lógica en la relación trabajador-producto.
El modo como impacta este proceso a las <profesiones>, entendidas como mecanismo de calificación de la fuerza de trabajo respecto a un mercado laboral supuesto, es sencillamente dramático: sea porque desquicia la relación estable y confiable entre una profesión adquirida y un empleo relativamente asegurado; sea porque rompe el sentido atribuido a la adquisición de un conjunto de destrezas técnicas y su relativa impertinencia para acoplarse con los modos de hacer de un mundo en proceso de virtualización.
Por el lado de la <formación> las cosas no van mejor. Lo dicho para el polo del trabajo y las profesiones se devuelve de inmediato hacia el lugar consagrado a garantizar la certificación de las habilidades y destrezas que cada profesión supone. El aparato escolar como un todo se pone en tensión. Las agencias de titularización entran en crisis. La <formación profesional> se vuelve infuncional respecto a las demandas del mercado ocupacional. Los modelos de administración de carreras -típico esquema al que han sido reducidas las universidades en el mundo- entran en turbulencia por la severa dificultad para asegurar el ritmo de transformaciones que supondría el acoplamiento de los tiempos de esa formación profesional y los tiempos del desempeño en los ambientes de trabajo caracterizados básicamente por la gestión del conocimiento. Esta asincronía se ha vuelto dilemática para los sistemas de Educación Superior en todo el globo.
En América Latina es éste quizás el núcleo más complejo de una agenda de reforma de la universidad que se concibe de cara a las exigencias del nuevo mercado ocupacional. Ello habla claramente de una crisis estructural donde la producción de conocimientos, el debate de ideas, la modelación de ciudadanía, han dado paso a una modalidad educativa reducida a la administración curricular.
La ruptura de las viejas cadenas identitarias -tanto las agencias más socorridas de la cohesión social como familia, grupo, patria, partido, proyecto; como su articulación en los mega-relatos del <progreso>, de la historia repleta de sentido- constituyen el telón de fondo desde el cual debe ser leído el proceso específico de disolución y atascamiento del triedro conformado por los sistemas educativos, las lógicas profesionales y los mercados laborales. Todos ellos en turbulencia severa, atravesados por profundas transformaciones y en abierta redefinición de sus antiguas funciones totalizadoras respecto al conjunto de la sociedad.
La crisis de la Educación Superior involucra también a los sectores empresariales que desde hace muchos años entraron al negocio de la titularización, controlando la mitad de este próspero mercado en casi todo el mundo. La adaptación a las nuevas realidades no es cosa que se decrete. Bajo el supuesto de que este sector tiene intereses objetivos en funcionalizar la oferta y demanda de profesiones podría esperarse que allí se experimentaran los cambios de paradigmas que son evocados tan consensualmente en todas las esferas. La realidad indica que las dificultades para producir cambios significativos persisten. La velocidad de esos cambios es notoriamente lenta. Las innovaciones observables en los portafolios de las “nuevas profesiones” son muy tímidas si se les evalúa de cara a la envergadura de los cambios globales.
Pero además parece obvio que la tercerización creciente de la economía coloca al mercado ocupacional mucho más allá del tradicional mundo de los negocios. El entramado organizacional que resulta de este complejo proceso refuerza la presión hacia las agencias de titularización -los sistemas universitarios convencionales- al tiempo que replantea las condiciones intersubjetivas de los desempeños, la legitimidad de las competencias, las modalidades de su incorporación personal y su socialización.
El camino de las <universidades corporativas> aparece como un paliativo en una coyuntura en la que no parece haber garantía de una adaptación rápida de los sistemas de Educación Superior al nuevo paradigma de los desempeños preformativos que caracterizan al mundo actual. La multiplicación de este modelo en los últimos años habla claramente de una tendencia que podría expandirse más agresivamente a no ser por los enormes costos allí involucrados. Como se sabe, en el largo trayecto de la Modernidad el Estado asumió la tarea de <preparar la máquina para el trabajo>: esa es la verdadera esencia de los aparatos escolares -así como la misión real de los sistemas medicalizados es <reparar la máquina> para el trabajo-.
Transferir esta tarea a los empresarios es un asunto demasiado serio como para asumirlo alegremente. Pero en el ámbito de los grandes conglomerados empresariales la modalidad de universidad corporativa ha aparecido como una solución rápida a los atascos de los sistemas universitarios públicos y privados. No está claro si esta tendencia es sostenible en el largo plazo o si sería previsible su expansión en el tejido económico mundial. De momento aparece como una manera de enfrentar la crisis apuntada más arriba en la que el trípode de la educación, el trabajo y las profesiones parece haber entrado en un proceso de implosión irreversible.
No se trata sólo de esquemas remediales asumidos por las grandes corporaciones para <adiestrar> una fuerza de trabajo descalificada -modalidad que funcionó durante décadas sin competir realmente con los subsistemas de formación técnica administrados por los Estados y los sectores privados- La cuestión es ahora la asunción plena de la formación universitaria por parte de esas grandes empresas en un claro reconocimiento, no sólo de su capacidad interna para generar este tipo de soluciones, sino de la incapacidad de los sistemas tradicionales de la Educación Superior para proveer las competencias y calificaciones que ese mercado está demandando.
Es justamente el tema de los <nuevos proveedores>, ampliamente discutido por los organismos internacionales especializados, el que está sugiriendo la aparición de esta tendencia en el mapa de la realidad educativa del mundo entero. Exacerbando en parte los factores de crisis del sistema, pero insinuando al mismo tiempo las posibilidades que se abren por fuerza de una dinámica que no puede esperar las reformas tantas veces anunciadas de los modelos universitarios tradicionales.
Parece claro que el espacio universitario tal como lo hemos conocido a lo largo de la Modernidad ya no puede retener el monopolio de la titularización -por lo demás, casi la única actividad a la que se han reducido las viejas universidades, toda vez que la misión originaria de centros de producción de saberes ha queda en el camino desdibujada por el agotamiento de su modelo de producción cognitiva-. La transfiguración del viejo concepto de trabajo acarrea de inmediato una verdadera conmoción en la plataforma de dispositivos dispuestos en el pasado para colmar las necesidades de formación técnica y profesional. Independientemente de los efectos sociales de precarización que este modelo supone -asunto que concita la mayor sensibilidad en las lucha sindicales de estos días en los países del Norte- parece claro que la <nueva economía> está imponiendo, no sólo requerimientos de saberes y competencias diferentes, sino modalidades de acceso y acreditación para el trabajo completamente heterodoxas.
Por este costado parece venir una de las más severas presiones para la transformación de los modelos curriculares en los que se ha fundado hasta ahora la formación profesional en los sistemas tradicionales de enseñanza. La <precarización del empleo> produce de rebote una fuerte presión hacia una suerte de <maquila académica> en la que se escapan de control la calidad y pertinencia de los viejos sistemas de acreditación y aseguramiento de la calidad educativa.
Pero ello no se resolverá con la apelación a la <autoridad> del mundo universitario ni tampoco anteponiendo recursos jurídicos frente a un fenómeno incontenible y de orden estructural. Si la naturaleza del trabajo se está transfigurando, si las profesiones no corresponden más a la complejidad de la economía y la sociedad en trance posmoderno, entonces mal podría pretender el sistema de Educación Superior una reivindicación de exclusividad que la realidad misma ya ha desbordado sin remedio.
Desde luego, nada de esto es absoluto. Sólo se trata de tendencias en curso cuya cristalización es siempre un juego de fuerzas, complejo entramado de prácticas y discursos en los que se superponen placas de contenidos de ambos mundos. Las universidades estarán allí por mucho tiempo. La implosión de su suelo fundacional no significa su extinción. Las pulsiones de cambio y reproducción se mueven complejamente en el marco de contradicciones muchos más vastas. La vieja universidad puja por retener el privilegio de la certificación para el trabajo.
La nueva economía y las tramas organizacionales de la lógica tribal habilitan a diario otras modalidades de formación y acceso. La velocidad de estos procesos indica claramente que la brecha está en constante aumento. Nada indica que el sistema universitario tradicional podrá alcanzar el tempo de esta nueva realidad. Los más optimistas apuestan a las reformas académicas urgentes con la esperanza de una convergencia. Los más escépticos vaticinan un ensanchamiento del hiato entre el modelo de educación de la Modernidad moribunda y los nuevos agenciamientos del trabajo, la educación y las profesiones en el tránsito epocal.
Coyunturalmente las tensiones entre los prestigios académicos y la pertinencia de los saberes se expresan en clave de conflictos latentes. La propensión a una recreciente desregulación de los requisitos de titularización es en la práctica el fenómeno más a la vista. Todo parece indicar que esta tendencia se profundizará en el tiempo que viene. Ello significa un enorme reto para las viejas agencias de titularización que están viendo socavada su función histórica de legitimadoras del trabajo calificado, de los oficios de alto nivel, de las destrezas técnicas certificadas.
En los altos niveles -Doctorado, Post-Doctorado- el tema de la certificación universitaria resulta todavía difícil de competir por los nuevos proveedores. Pero también allí se producen presiones diversas por la flexibilización de los modelos curriculares, por la actualización temática, por las nuevas modalidades de estudios a distancia.
La universidad que viene debe ser pensada en el marco más inclusivo de la sociedad-mundo en la que se han producido mutaciones socio-culturales suficientemente hondas como para dotar de una nueva caracterización a los actores, prácticas y discursos portados en la nueva socialidad que se disemina por todos los poros de la vida cotidiana de la gente. Estamos hoy en el centro de una turbulencia cultural que está trastocando los propios cimientos de la civilización Moderna. La universidad ha sido una insignia de ese proceso civilizatorio. La educación en su conjunto ha jugado en este largo trayecto un papel esencial en la consolidación del ideario de la Modernidad.
Lo que ha entrado en crisis es justamente ese magma civilizacional que sirvió de lecho a la idea de Educación en estos últimos siglos. La crisis del modelo Moderno de universidad no es otra cosa que la expresión más palpable del derrumbamiento de los mitos de la Modernidad. Independiente de las especificidades de la historia interna de estos espacios en el mundo, cuenta destacar el rasgo común observable en todas las universidades del globo referido precisamente a la caducidad del modelo epistemológico que dotó de sentido en el pasado a esta manera de producir y transferir conocimiento.
La impronta <posmoderna> de la cultura que respiramos en esta coyuntura plantea un inmenso desafío a la herencia educativa de la Modernidad: desafío en el mundo del trabajo que está transfigurándose aceleradamente en todos los órdenes; desafío en el ámbito de los desempeños que se deslastran de la tiranía del <status> en beneficio de una expansión incontenible de la innovación, la flexibilidad, la des-territorialización, la virtualización, etc.; desafío en el universo de los nuevos modos de producción, circulación y consumo del conocimiento que abre la más espectacular revolución de la que el ser humano haya sido capaz en este trayecto de la Modernidad. Es justamente en este punto donde se están produciendo en la actualidad los reacomodos y mutaciones más interesantes de cara a los tradicionales formatos del trabajo, las profesiones y la enseñanza.
Las adaptaciones de la vieja universidad a esta nueva realidad están llenas de malentendidos y tormentosos procesos de marchas y contra-marchas. Algo similar ocurre en el mundo de la gestión laboral, de las administración de personal, del manejo de los <recursos o talentos humanos>. Y, desde luego, en los propios trayectos individuales de los trabajadores que ven desplazados los viejos itinerarios de la formación profesional, de las modalidades de certificación de competencias, de los criterios de acceso y permanencia en el mercado ocupacional.
En la medida en que estas tendencias se consolidan -en parte por efecto de la mundialización, en parte también por las dinámicas regionales de reorganización de las economías, de la cultura y de los dispositivos organizacionales- la triangulación de la enseñanza, las profesiones y el trabajo se hará más borrosa y nómada. Los vectores institucionales más duros de movilizar son sin duda los emplazamientos universitarios -del lado de la formación- y los aparatos de Estado -del lado del trabajo-.
El mundo empresarial y la iniciativa individual en el campo de la formación profesional lucen los ejes más dinámicos de este complejo corpus. Actores, prácticas y discursos se interrelacionan aquí conflictivamente. De ese campo tensional pueden estar emergiendo los embriones de socialidad de las nuevas relaciones sociales. La peculiar hibridez de las placas de sentido que conforman la metáfora del <Sur> es una de las claves de inteligibilidad de los procesos de agenciamiento en las nuevas esferas del trabajo, la formación y el desempeño profesional. Allí está todo por hacerse. Disponemos por ahora sólo de síntomas en este inmenso laboratorio de experimentación que es la vida cotidiana en nuestras sociedades. Pero sería un lamentable desperdicio intelectual interpretar estos indicios como mera continuidad del status quo heredado.
Una mutación civilizacional está irrumpiendo. El desafío mayor es hacerse de una apropiada <caja de herramientas> para comprender lo que ocurre. Los repertorios de la tradicional <sociología del trabajo>, las <ciencias gerenciales> o la <psicología industrial> han quedado paralizados en el atasco epistemológico de una Modernidad a la deriva. Se trata ahora de asumir cabalmente el reto intelectual de hacerse cargo de la complejidad de estos procesos interpelando las tradiciones teóricas de manera crítica y dialogando abiertamente con los datos de una realidad caótica. De allí no saldrán grandes <leyes> ni interpretaciones reconfortantes. Podemos esperar apenas la buena nueva de una pregunta pensada con la cabeza bien puesta.
[1] Lanz, Rigoberto; A. Fergusson y A. Marcuzzi. 2006. Procesos de reforma en la educación superior en América Latina y el Caribe. En: Informe sobre la Educación Superior en América Latina y el Caribe 2000-2005. UNESCO-IESALC. Caracas.
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