Octava Parte: EDUCACIÓN, SUSTENTABILIDAD Y CIVILIZACIÓN. Los límites del modelo civilizacional Moderno
Dr. Alex Fergusson Laguna
UCV- Caracas, Venezuela.
La humanidad se encuentra hoy, inmersa en un debate acerca de los límites de la razón como única vía para comprender el universo (hombre y naturaleza incluidos) y acerca de la legalidad y la suficiencia del conocimiento científico-técnico para dar cuenta de él, y la incapacidad de la civilización Moderna, con sus falacias del “progreso” y del “desarrollo”, para enrumbarnos “….por el camino que conduce al bienestar y la felicidad….”.
Estamos ante la emergencia de nuevos paradigmas y valores, como consecuencia de lo cual, el debate epistemológico, y también el debate sobre los asuntos prácticos, se ha vuelto particularmente álgido y se expresa, explícitamente o no, como crítica a la Razón Instrumental, al cientificismo y sus perversiones tecnológicas, especialmente aquellas que tienen implicaciones ecológicas y sociales.
Así pues, la actual discusión acerca de los límites del modelo civilizacional de la Modernidad, ha conducido a una nueva manera de aproximarse al conocimiento, bien sea éste natural o social y a repensar la educación y la academia, junto con las instituciones que le sirven de asiento. Esta crisis de los paradigmas de la modernidad, la introducción de las ideas de “caos” en la ciencia, la mirada desde la física cuántica y la neuro-psico-inmunología, y la aparición de la noción de “complejidad”, está afectando no solo la visión de nuestra cultura occidental sobre el universo, sino que tiene efectos devastadores sobre el modo mismo de pensar y hacer en todos los ámbitos, pero especialmente sobre la noción misma del ser humano y de las formas de organización de sus sociedades.
Asistimos al ocaso de la modernidad, pero no nos hagamos ilusiones: aunque Dios parece haber muerto, y el hombre, el sujeto moderno y educado, comienza a ser superado por el sistema (Luhmann) y las estructuras de poder (Foucault); aunque las nociones de progreso, de verdad filosófica, de proyectos, de desarrollo, de comunicación están en entredicho y el presente parece ser lo único que vale; aunque lo que se perciba sea una multiplicidad de verdades y morales individuales inmersas en un mar de incertidumbre que “…difumina las certezas…” (Lanz, Vattimo, Baudrillard, Lyotard, Lipovetski), la realidad es que estamos ante un potente modelo epistemológico que no puede ser enfrentado con unas cuantas consignas de folletín.
Ciertamente, el postulado científico positivista de un saber único y coherente, así como el pretendido “pensamiento único-hegemónico” se han debilitado porque el conocimiento producido por las ciencias modernas está comenzando a ser relativizado por lo social, lo ético, lo político y por la emergencia de nuevos paradigmas, de una nueva socialidad y de una transformación radical en los modos de pensar. La civilización que se anuncia, abre un camino de cambio. El debilitamiento de los grandes mitos, las revoluciones, la esperanza, la utopía colectiva y las vanguardias, está dando paso a la heterogeneidad, a los espacios de hibridización, a la incertidumbre, la duda y el multiculturalismo. Desapareció la persona y comienza a surgir un nuevo individuo, buscándose a sí mismo y su realización, como singularidad (Negri).
Esta emergencia de una nueva sensibilidad implica el establecimiento también de nuevos modos de pensar, la emergencia de una nueva subjetividad y por ende de una nueva socialidad. La imagen de la sociedad construida y manejada por un proyecto político, instituciones y agencias de socialización, está en decadencia. (Maffesoli, Touraine)
La educación no ha podido escapar al vértigo de esta crisis axiológica de la ideología social y se plantean la necesidad de transformación del papel de los conocimientos como un valor en sí mismo, con su complejo de saberes funcionales, operativos y utilitarios.
En este contexto, el concepto de “Escuela” surgida de la cultura moderna se nos presenta desfasado ante las actuales exigencias de la sociedad en transición. Hoy día la visión universal hacia la ciencia y la noción de progreso que mantuvo al espacio escolar como el lugar privilegiado para acceder a las formas universales de realización, resulta francamente agotada e interrogada ante los cambios operados en los últimos tiempos. Estos cambios desplazan toda visión única o a priori en los modos de pensar, en las nociones espacio-temporales y a todo el fundamentalismo universal de la modernidad.
La escuela ha sido concebida como una organización disciplinaria que mediante directrices de estatuto oficial, conforma una “ciudadanía educada” que somete la individualidad y soberanía del sujeto, manteniendo como discurso totalizado el vínculo educación/desarrollo el cual pasó a ser también la estrategia del proyecto económico conforme a un modelo de racionalidad técnico-instrumental de orientación positivista y mecanicista. Su estado actual muestra la decadencia de esta institucionalidad y exige el advenimiento de otros modos de vida tanto colectivos como individuales.
La misión de la educación en esta nueva era de cambio parece ser, entonces: fortalecer las condiciones de posibilidad de la emergencia de una sociedad mundo compuesta de ciudadanos protagónicos conscientes y críticamente comprometidos en la construcción de una sociedad planetaria. La educación para esta sociedad mundo que abarque una reflexión y visión compleja de la realidad, deberá ser una tarea política con la misión de transmitir estrategias de vida. (Morin)
Dentro de este concepto, la educación debe fortalecer la pluralidad implicando transformaciones radicales y una nueva discursividad, un apuesta abierta por la diversidad donde hay que aprender a compartir nuevos significados, sentido y patrones de relación entre las personas.
Este nuevo paradigma crea nuevas instancias de políticas socio culturales y nuevas posibilidades que aumentan la capacidad de los individuos para ser sujetos. (Touraine). De allí la necesidad de opciones educacionales que involucren la escuela en una condición político/cultural que al mismo tiempo active el discurso público y los aspectos referidos al ejercicio del poder. Ello implica el surgimiento de esferas de participación/acción desde lo público que configuran una nueva ciudadanía educada para la vida pública.
De allí que el énfasis fundamental de la educación debe ser el fortalecimiento del sujeto, pues la subjetividad es la condición de ejercicio de la vida humana conciente, responsable y en libertad. (Esté)
Así como la escuela moderna ha excluido la discusión, el debate y la confrontación en sus aulas, reprimiendo la libertad de pensamiento, la escuela que promovemos, propone apertura al pensar crítico, a problematizar el campo de la experiencia y a construir interpretaciones lingüísticas que permitan referir realidades distintas o acontecimientos posibles.
Es este escenario de realidades múltiples (Giroux), el que permitirá a la escuela abrir un discurso a la reflexión, a la experiencia, a condiciones educativas descentradas de principios unificados para, de acuerdo a Vilera (1997):
Concebir lo educativo a partir de un entendimiento crítico como acción política que atienda a un lenguaje ético y de discursividad construida, pensada y repensada bajo una visión etnológica/ecológica de la vida social y de sensibilidad humana con apertura relacional ante los cambios.
Ello implica una escuela donde no se obvie – como se ha venido haciendo- el problema ideológico político, las emergencias socio culturales y los procesos constitutivos de lo social, incluida la subjetividad como figura social:
“La creación de nuevos espacios de libertad para superar la actual sumisión del individuo soberano a las leyes del mercado o al despotismo del estado, depende de la composición material de las subjetividades que el propio proceso social va creando. El trabajo intelectual debe contribuir a tejer esa red de prácticas sociales que permiten la constitución de esas nuevas subjetividades sin caer en la pretensión moderna de imponer un modelo preformado.” (Del Bufalo)
En este escenario de ideas, la educación para la sustentabilidad y la civilización tiene un papel crítico que jugar, pues deberá identificar y cuestionar las estructuras sociales que causan la destrucción ambiental y de la sociedad misma, cuestionando las leyes sociales, las expectativas culturales como formas de dominio del ambiente y del hombre, y del interés humano por encima de las leyes naturales.
La educación para la sustentabilidad, por su naturaleza, presenta la posibilidad de una transformación fundamental de la sociedad si se concibe como un proceso que provee al individuo de los elementos necesarios para entender las relaciones que existen entre los individuos, la sociedad, la economía, la ideología y las estructuras dominantes de poder en el contexto de un ambiente natural.
Por esta razón, un programa educativo enmarcado en estos principios, debe considerar el ambiente como un todo complejo, siendo su principal objetivo el entendimiento de la existencia y la importancia de su interdependencia con las dimensiones individuales, sociales, económicas y políticas de la sociedad, en el contexto de una civilización planetaria.
Al ser los problemas de explotación de recursos naturales, y sus implicaciones sociales y ecológicas, uno de los más graves que enfrentamos producto del modelo civilizacional instalado, un programa educativo inserto en la noción de cambio debe empezar a atacar la noción misma de desarrollo.
La educación para la sustentabilidad concebida desde este punto de vista, abre una perspectiva vital al lograr ubicar al individuo como un ser natural, como un ser social y como una entidad planetaria. Esta visión le permitirá ser conciente de su propia realidad dinamizando los procesos de cambio.
El entendimiento de que la crisis socio-ambiental no es más que una crisis social debe ser el punto focal de la educación para la sustentabilidad y como ese objetivo es ideológico y las ideas y valores, así como las estructuras que han justificado la ecodepredación se mantienen, su efectividad dependerá de la emergencia de procesos de participación verdaderamente democráticos.
Vista así, la naturaleza será la base sobre la que deben constituirse nuevas alternativas económicas, políticas y sociales. Será el punto donde descanse una verdadera alternativa global.
Esta nueva ideología que trata de integrar armónicamente al hombre con su sociedad local y planetaria, y lo social con lo natural, sólo se podrá reproducir a través del aparato educativo y ello significa la transformación de las finalidades, los objetivos, de la concepción axiológica y pedagógica. Una ideología que acepta una comprensión del medio ambiente conformada por dos realidades en perpetua interacción: la humana y la natural.
De allí la necesidad de enfatizar el razonamiento permitiendo la interpretación y el análisis. Para hacer esto, se hace necesario reconocer la seriedad del deterioro ambiental y socioeconómico, y explorar sus indicadores específicos a través del análisis exhaustivo de sus causas. La profundidad de este análisis dependerá del nivel educativo en que se haga.
La denominada “educación ambiental” tal y como está concebida dentro de las políticas públicas no es suficientemente, pues no va más allá de enseñar ecología; desconoce la diferenciación, no promueve mecanismos de participación independiente ni de reflexión, colocándose en un espacio netamente teórico y descontextualizado. De allí que se necesario incluir aspectos orientados a establecer lineamientos para una concepción de la educación ambiental desde una perspectiva posmoderna en dos ámbitos: axiológico y pedagógico.
Morín (2000) dice:
La tierra no es sólo un terreno donde se despliega la globalización, sino una totalidad compleja, física, biológica y antropológica. Hay que comprender la vida como un emergente de la historia de la vida terrestre. La relación del ser humano con la naturaleza y el planeta, no puede concebirse de un modo reductor separadamente. La relación entre la tierra y la humanidad debe concebirse como una entidad planetaria y biosférica.
Así, la educación para la sustentabilidad desde esta perspectiva, debe implicar una contextualización de la complejidad del mundo. Debe convertirse en una tarea política, en una misión de transmisión de ideas y estrategias de vida para fortalecer las actitudes y aptitudes de los hombres para su integración en la humanidad planetarizada.
Fuente del Artículo:
Alex Fergusson – Sarraute Educación
Categorías