‘Apuntes del subsuelo’ de Fiódor Dostoyevski

Publicado: 15 septiembre 2020 a las 8:00 am

Categorías: Arte y Cultura / Literatura

Apuntes del subsuelo es una novela clave para comprender el universo narrativo de Dostoyevski. A través del monólogo del protagonista, el autor se aventura en las profundidades de la psique humana donde confluyen sentimientos tan antagónicos como el amor y el odio. Retrato ideológico de la Rusia de su época, la novela es una crítica a las corrientes de pensamiento del siglo XIX, las cuales el autor retrata para ridiculizarlas y así provocar en el lector un escepticismo que tiende a poner en duda la sumisión a cualquier tipo de autoridad ideológica.

Fiódor Dostoyevski nació en Moscú el 11 de noviembre de 1821 y fue uno de los principales escritores de la Rusia zarista. Entre sus obras podemos mencionar Crimen y castigo (1866), El idiota (1868-69), Los demonios (1971-72) y Los hermanos Karamázov (1879-1880). Se considera un escritor con una retórica populista, en sus textos podemos ver un materialismo anti romántico y anti idealista. A lo largo de su obra se puede ver un sentimiento de rechazo a todo tipo de autoridad. Algunos han querido definirlo como un escritor de carácter nihilista, pero en realidad se vale de este para retratarlo y combatirlo. Un ejemplo de lo anterior sería una de las frases más famosas de Los hermanos Karamázov: «Si Dios no existe todo está permitido», con lo que Dostoyevski ubica la idea de Dios como centro ordenador de nuestra realidad; al acabar con la idea de este también se viene abajo todo aquello que hace al ser humano lo que es: desde la fe en la inmortalidad hasta el orden moral por el que se rige nuestra sociedad.

A través de los escritos de Dostoyevski podemos ver un intento de descripción de la psique humana. Sus obras están cargadas de filosofía, el mismo Friedrich Nietzsche lo consideraba un autor de referencia en su propia escritura. A través del texto que nos ocupa en estas líneas podemos ver que Dostoyevski describe las similitudes que posee el protagonista con los demás individuos. A través de este «hombre del subsuelo» busca retratar al hombre de su época. Leemos en la “Advertencia preliminar”:

Tanto el autor de estos Apuntes como los Apuntes mismos son, por supuesto, ficticios. Ello no quita para que, atendiendo a las circunstancias en que se ha formado nuestra sociedad, puedan y aun deban existir en ella personas como el autor de estos Apuntes. Yo he querido retratar ante el público con más nitidez de lo habitual a un personaje de nuestro pasado reciente, representativo de la generación que aún pervive. En este fragmento, titulado «Subsuelo», el tal personaje se presenta así mismo y, por así decirlo, trata de explicar el motivo de su aparición entre nosotros y por qué tal aparición era inevitable. En el segundo fragmento se ofrecen los apuntes mismos de este personaje sobre algunos acontecimientos de su vida.

Vemos como también el propio autor describe la forma que tiene el libro, dos primeras partes que podríamos resumir de la siguiente manera: el monólogo de un hombre que, según Juan López-Morillas (prologista de la edición de Alianza Editorial, 2011), se representa cargado de arrogancia y humillación. También menciona que podemos ver cómo el personaje muestra su propia psique, su perspectiva ideológica y su carga moral. Además se presenta cínico, vengativo y cobarde, a pesar de que parece un hombre con una aguda inteligencia y una morbosa sensibilidad. En la segunda parte del texto se da lo que López-Morillas describe como «lección práctica», donde el ser se traduce en su obrar.

Apuntes del subsuelo fue escrita en el año de 1864, a través de ella podemos ver cómo Dostoyevski problematiza la figura del funcionario público, presentándolo como un antihéroe. El mismo personaje se describe como un ser mezquino:

Antes era funcionario público, pero ahora no lo soy. Era un mal funcionario: grosero y gustoso de serlo. En todo caso no me dejaba sobornar, por lo que eso, al menos, me servía de compensación.

Sin embargo, cambiará constantemente su opinión de sí mismo a lo largo del texto. Pareciera que busca jugar con el lector, haciendo que este genere ideas de él, que luego se encarga de contradecir o desmentir. Líneas después del fragmento que leímos anteriormente, él mismo se corrige diciendo lo siguiente:

Mentí hace un momento cuando dije que había sido un mal funcionario público. Mentí por despecho. (…) A cada momento me daba cuenta de que en mí existían muchos, muchísimos factores totalmente opuestos a ellos. Estos factores -así como suena- los sentía rebullir dentro de mí. Sabía que habían estado rebullendo allí toda mi vida y que querían que les diera salida, pero no se la di, de propósito no dejé que salieran.

El “hombre del subsuelo” como antihéroe

Las descripciones que este antihéroe hace de sí mismo pareciera que buscan poner al descubierto aquel lugar oscuro de la condición humana donde los individuos dudan acerca quiénes son, donde ven aquello que los define ante los demás solo como una máscara que oculta la verdadera realidad: detrás de esta ficción que es el ser humano solo se encuentra un abismo insondable. El mismo personaje se describe de la siguiente manera:

No solo no puedo volverme malévolo, sino que no puedo volverme ninguna otra cosa: ni malévolo ni benévolo, ni canalla ni hombre honrado, ni héroe ni insecto. Ahora sobrevivo en mi rincón, exasperándome con el pérfido e inútil consuelo de que un hombre inteligente no puede seriamente cambiarse en otra cosa; solo un imbécil puede hacerlo.

Este “hombre del subsuelo” se define a sí mismo como culto, educado, consumidor de buena literatura, más despierto o consciente que el resto de hombres que lo rodean. Sin embargo, él mismo considera que ser alguien con su sensibilidad y conocimiento solo lo hace ubicarse en una posición que lo hace ser más vulnerable al dolor, ya que es consciente de situaciones que el “hombre común” ni siquiera considera por su bajo estado de percepción:

Les juro, señores, que tener una conciencia sobradamente sensible es una enfermedad, una verdadera y auténtica enfermedad. Para la vida humana común y corriente basta y sobra con una conciencia ordinaria, o sea, con la mitad o la cuarta parte de la porción que le ha tocado al hombre culto de nuestro malhadado siglo XIX, sobre todo si, por añadidura, tiene la desgracia de vivir en Petersburgo, la ciudad más abstracta e intencional de todo el globo terráqueo.

Es así que nuestro protagonista antagoniza el mundo como “hombre pensante” versus “el resto”. Él presenta los hechos siempre desde una batalla entre sí mismo y el mundo que lo rodea, donde los demás son ignorantes, estúpidos y hasta despreciables. Estos otros llevan la vida desde una posición poco afectada, ya que no son lo suficientemente lúcidos para lidiar con las batallas que se le interponen a un individuo como él:

Vamos a ver: la gente que, pongamos por caso y en términos generales, sabe vengarse y dar la cara, ¿cómo lo hace? Diríase que se siente arrebatada por un sentimiento tal de venganza que mientras dura ese sentimiento no tolera otra cosa que él. Un sujeto de esa laya va derecho a su objeto como un toro furioso que arremete con los cuernos bajos, al que quizá solo un muro puede detener. (A propósito: ante un muro así esa gente –o sea, la gente sencilla y los hombres de acción– se rinde por lo común al momento. Para esa gente el muro no es un reto, como lo es, por ejemplo, para nosotros los hombres pensantes, que por serlo no hacemos nada; no es un pretexto para echarse a un lado, pretexto en que no cree un sujeto de nuestra índole, pero que siempre utiliza con grandísimo gusto. No, esos se rinden con toda sinceridad. El muro es para ellos una especie de calmante, algo final y moralmente decisivo, quizá incluso algo místico… Pero quede lo del muro para después.)

Crítica a las corrientes de pensamiento de la Rusia del siglo XIX

Para López-Morillas el texto es una diatriba a dos corrientes importantes en el contexto ruso en que vivió Dostoyevski. La primera sería el romanticismo de la generación del 40, la que se representa en el texto a través de la burla a aquellos que viven por y para aquello que el protagonista describe como «lo bello y lo sublime». La contemplación de la belleza, el exceso y la exacerbación en función de la epifanía de lo sublime es parte estructural del periodo romántico, del cual el protagonista se mofa:

Eso de «lo bello y lo sublime» es para mí un quebradero de cabeza ahora que he llegado a los cuarenta. Pero solo ahora que tengo cuarenta años. Antes, sin embargo, ¡oh, antes habría sido diferente! Habría encontrado en seguida una ocupación conveniente, a saber, beber a la salud de todo «lo bello y lo sublime». Habría aprovechado cualquier ocasión para dejar caer una lágrima en el vaso antes de beber en honor de lo bello y lo sublime. Antes habría cambiado cuanto hay en el mundo en algo bello y sublime; habría buscado lo bello y lo sublime en la inmundicia más notoria y asquerosa.

La segunda sería la crítica al racionalismo del 60, que el mismo protagonista nombra como el «Palacio de cristal». Podríamos decir que el texto es un escarnio al aforismo griego «Conócete a ti mismo», inscrito en el templo de Apolo en Delfos según Pausanias. A través del texto podríamos inferir que el pensamiento se presenta como una «bestia negra», ya que a lo elevado no es posible llegar por medio de la razón. El protagonista nos interpela al respecto de la siguiente manera:

Ustedes creen en el Palacio de Cristal, eternamente indestructible, esto es, en algo ante lo que no pueden sacar la lengua en gesto de burla o hacer un corte de mangas a hurtadillas. Ahora bien, quizá yo tenga miedo a ese edificio porque es de cristal y eternamente indestructible, y porque no es posible sacar la lengua ante él.

Pero óiganme: si en vez de palacio fuese un gallinero y empezase a llover, quizá podría meterme en él para no mojarme, pero nunca tomaría al gallinero por un palacio por el mero hecho de haberme protegido de la lluvia. Ustedes se ríen; más aún, dirán que en tal caso nada importa que sea gallinero o palacio. Sí, contesto yo, si el único fin de la vida fuera no mojarse.

¿Pero qué le voy a hacer si se me ha metido en la cabeza que no se vive solo para eso y que, si de vivir se trata, mejor será vivir en un palacio? Ésa es mi voluntad. Ése es mi deseo. Ustedes podrán arrancármelo solo si cambian mi deseo. Pues bien, cámbienmelo; muéstrenme algo más atrayente; denme otro ideal. Mientras tanto seguiré negándome a tomar un gallinero por un palacio. Pongamos incluso que el Palacio de Cristal es una quimera, algo quizá contrario a las leyes de la naturaleza; algo que yo mismo he inventado a causa de mi propia estupidez o de ciertas rutinas caducas e irracionales de mi generación. ¿Pero a mí qué me importa que sea una imposibilidad? ¿Qué me importa, con tal que exista en mis deseos, o, mejor dicho, mientras existan mis deseos?

La nada como bandera política

En la novela podemos ver que la conclusión del personaje es que ante la vorágine de la vida la mejor actitud es la inacción, el dejarse llevar hasta el aislamiento y el ostracismo. De ahí que este personaje viva en el aislamiento del subsuelo, desde donde ve la interacción en sociedad como un misántropo:

Y finalmente, señores, lo mejor es no hacer nada. ¡Lo mejor es una inercia consciente! Así, pues, ¡viva el subsuelo! A pesar de haber dicho más arriba que le tengo envidia feroz al hombre normal, no quisiera estar en su pellejo en las circunstancias en que ahora le veo (aunque nunca dejaré de envidiarle). No, no, en todo caso el subsuelo me va mucho mejor. Allí, por lo menos, puede uno… Lo siento; a decir verdad, exagero. Exagero porque sé como dos y dos son cuatro que lo mejor no es el subsuelo, sino otra cosa, otra cosa totalmente distinta que busco con ansia pero que no puedo encontrar. ¡Al demonio con el subsuelo!

Sin embargo, nuevamente presenta argumentos contradictorios a los generados por él mismo y argumenta que no cree en lo que escribe, lo que hace oscilar al lector entre creer lo que se desarrolla en su discurso para posteriormente descreer del mismo, lo cual al final nos deja con una sensación de escepticismo, que tal vez es lo que busca Dostoyevski, poner en evidencia la falsedad de los argumentos que nos condicionan, tambalear aquello que damos por asegurado y que no son más que construcciones sociales impuestas desde los centros hegemónicos de poder que buscar regular nuestra manera de vivir e interactuar con lo que nos rodea. El protagonista nos provoca diciendo:

¿Saben ustedes lo que sería mejor? Pues lo mejor sería que creyera al menos en una ínfima parte de lo que llevo apuntado. ¡Les juro solemnemente, señores, que no creo en una sola de las palabras que he escrito! Bueno, quizá sí crea, pero al mismo tiempo no puedo menos de sentir o sospechar que estoy mintiendo como un gitano.

Sujeto y otredad

Al respecto de las relaciones afectivas, el protagonista presenta primero el concepto del amor, el cual se ve como una dependencia entre dos subjetividades, donde en realidad de lo que se participa es de una relación de poder donde uno estará sometido en función del otro. Este sentimiento se presenta como un condicionante negativo, ya que busca la subyugación del ser amado:

En primer lugar, no podía enamorarme porque, repito, el amor para mí equivalía a tiranizar e imponer mi superioridad moral. Nunca, en mi vida, he sido capaz de imaginar otra especie de amor, hasta el extremo de pensar a veces que el amor consiste en el derecho, libremente otorgado del amante, de tiranizar a la amada. Ni siquiera en mis sueños subterráneos podía imaginarme el amor sino como una pugna; siempre lo iniciaba con el odio y siempre lo terminaba con la subyugación moral; y después nunca sabía qué hacer con la mujer a quien había subyugado.

Otro de los sentimientos que presenta es el resentimiento, que se describe como algo positivo, ya que se ve como una forma de purificación; a través de este es que realmente nos sentimos vivos, dada su habilidad para producir una laceración en nuestro ser:

El resentimiento, al fin y al cabo, es una purificación; ¡es la forma más punzante y penosa de la conciencia!

El mismo personaje se cuestiona acerca de si es mejor ser feliz de manera mediocre o sufrir con una intensidad que nos haga sentir verdaderamente vivos:

Y, en efecto, ahora voy a hacer por mi cuenta una vana pregunta: ¿cuál de los dos es mejor, la felicidad barata o el sufrimiento exaltado? ¿A ver, cuál?

Esta crítica a vivir desde una felicidad mediocre y ese temor de sufrir ante la verdadera fuerza vital del dolor hace que el protagonista proponga que el lugar de la escritura en su vida es el de otorgarle una válvula de escape al vacío de su propia existencia. Argumenta que en realidad una novela necesita un héroe, pero que su vida posee pocas aventuras para ser digna de ser narrada, razón por la cual:

Contar largas historias acerca de cómo, por ejemplo, estragué mi vida pudriéndome moralmente en un rincón, por falta de medios suficientes, perdiendo la costumbre de vivir y alimentando mi rencor en el subsuelo… eso, francamente, carece de interés; una novela necesita de un héroe, y aquí parece que se han recogido de propósitotodos los rasgos de un antihéroe, y, lo que es más importante, todo ello produce una impresión desagradable, porque nosotros estamos divorciados de la vida, todos estamos lisiados, quien más quien menos. Tan divorciados estamos de la vida que a veces sentimos una especie de repugnancia ante la «vida real» como una carga pesada, casi como una servidumbre, y todos estamos íntimamente de acuerdo en que la vida resulta mucho mejor en los libros.

Podríamos equiparar a este “hombre del subsuelo” con El Quijote, el cual sintiéndose harto de la insignificancia de su propia existencia decide vivir a través de sus libros de caballerías. Ambos coinciden en su imposibilidad de llegar a convertirse en la vida real en aquel héroe que desean ser. También se asemejan en la importancia que otorgan a la literatura en la vida de los individuos, pero nuestro protagonista considera que este lugar que poseen los libros en la vida del ser humano limita su percepción:

En definitiva, ni siquiera sabemos dónde habita ahora la «vida real», ni qué es, ni por qué nombre se la conoce. Déjennos ustedes solos y sin libros y en seguida nos haremos un libro, nos extraviaremos. No sabremos qué partido tomar, a qué agarrarnos, qué amar y qué odiar, qué respetar y qué despreciar. Hasta encontramos difícil ser seres humanos, hombres auténticos, de nuestra propia carne y hueso; nos avergonzamos de ello, creemos que es ignominioso, e intentamos convertirnos en una especie nunca vista de hombres generalizados.

Apuntes del subsuelo es un intento por retratar a los seres humanos llenos de un sinnúmero de contradicciones, atravesados por las ideologías que los rodean y débiles y volubles con respecto a sus interacciones sociales. Este constante intento de desentrañar la subjetividad humana a lo largo de la novela hizo que Jean-Paul Sartre la considerara como precursora e inspiradora de la corriente filosófica que él mismo representa denominada existencialismo, la cual se pregunta acerca de la condición humana, la libertad y la responsabilidad que posee cada individuo.

A través de las líneas de Apuntes del subsuelo, el lector se sentirá interpelado, muchas veces se identificará con lo que describe el protagonista de sí mismo, ya que el protagonista representa tal vez aquello que todos somos, pero que albergamos muy al interior de nuestro ser y que raramente le otorgamos la posibilidad que salga a la luz a través de nuestro discurso, pero que nos acompaña y determina cada día.

 

 

 

 

 

 

Fuente de la información:

https://clavedelibros.com/apuntes-del-subsuelo-fiodor-dostoyevski/

 

 

Fuente de la imagen:

https://clavedelibros.com/apuntes-del-subsuelo-fiodor-dostoyevski/

Descubre más desde Cognición

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo