‘Alexis o el tratado del inútil combate’ de Marguerite Yourcenar

Publicado: 28 septiembre 2020 a las 11:00 pm

Categorías: Arte y Cultura / Literatura

Con Alexis o el tratado del inútil combate, uno queda desarmado frente a la sensibilidad que le brinda textura a las inquietudes creativas y sexuales de Alexis, un músico en el inicio de su adultez quien abandona a Mónica, su esposa, a través de una carta.

La unicidad de esta novela epistolar hace que el golpe emocional cale mucho más hondo porque trata, no de ambigüedades sexuales, sino de las certezas y las resignaciones corporales, mucho más perdurables del alma.

He leído con frecuencia que las palabras traicionan al pensamiento, pero me parece que las palabras escritas lo traicionan todavía más.

A veces podemos reprocharle a alguien que nos escriba una carta o un mensaje de texto, en vez de citarnos en persona para decirnos las cosas “en la cara”. Si se me permite la anécdota personal, una vez una amiga se desahogó diciéndome que hubiera preferido que su padre hablara con ella, en vez de escribirle una carta. «Me tienes aquí», dijo refiriéndose a que vivían en el mismo techo.

La carta como traición

Visto así, la carta, el correo electrónico o todo texto a ser entregado en la posteridad cercana pareciera una traición al rostro. Como si afianzarse en lo escrito, conllevara obligatoriamente a negar de alguna manera el rostro del otro, no sólo porque no vemos la cara del destinatario. También porque en tal escritura nos empeñamos en revivir nuestra relación con esa persona o narrar lo que nos ocurre en el presente más inmediato, posponiendo de alguna manera este mismo presente.

En El texto íntimo, ensayo que Fernando Castro Flórez dedica a las cartas de Rilke, Pessoa y Kafka; el autor cita en un párrafo al primero de ellos quien reconoce que «las cartas son explicaciones que se ofrece a sí mismo» (pág. 50). Ellas son una suerte de ensayarse cotidiano que sirven como espejo en contraste con el destinatario. Como si a falta de verse en persona, el remitente trazara un esbozo de quién es en la rutina mientras la otra persona está ausente. En este sentido, la carta es una compensación de uno mismo y para el otro frente a la ausencia, y a la vez es una forma de compensar las falencias de la palabra dicha. En la escritura compensamos, o pretendemos compensar, los errores dichos o callados en persona.

Es cierto que las cartas que ensaya Castro Flórez son de amor. Y en este sentido, se alejaría del tono de Alexis quien se deslinda del amor varias veces durante el texto de Yourcenar. Pero en el ensayo del investigador español hay un reconocimiento a que los remitentes de estas misivas buscan la soledad para expresar el sentimiento amoroso, así como Alexis se confiesa es frente a la distancia con Mónica. «La correspondencia cartografía las visiones del superviviente, su lucha contra la desesperación. (…) las cartas son el escenario y el complejo monólogo de la distancia y el deseo que no encuentra satisfacción más que en esa soledad laberíntica» (pág. 13), escribe Castro Flórez.

Son las cartas que elaboran un poco más allá de la inmediatez las que rescatan la imagen que tenemos del destinatario y, por retruque, la que tenemos de nosotros mismos frente a esa persona. Es ahí donde la novela epistolar de Marguerite Yourcenar, publicada en 1929, nos permite ahondar en Alexis mientras nos pone en los pies de Mónica, mujer respetable y la incómoda destinataria de esta carta.

Las cartas, vida íntima y particular

A lo largo de la carta, Alexis hace un esbozo de su vida, de sus motivaciones desde la infancia, adolescencia y luego como pianista. Es un texto lleno de tachaduras y vacilaciones, como él mismo reconoce. Es un trazo que cada tanto se detiene en reflexionar sobre la manera de vivir que cada persona va adquiriendo y de la cual no suele tomar conciencia. Es ahí donde la carta funciona como un diálogo postergado. Yourcenar dijo en una entrevista que «Mónica es de las mujeres que no responde» con la intención de descartar una secuela con la respuesta de ella. Pero no se trata de un diálogo tradicional, sino de lo que desamarra una carta por sí sola. Y si a Alexis le falta valor para encarar a Mónica, en realidad que también le ha faltado valor para enfrentar su vida hasta ese momento de escritura.

Es sabido el vínculo de Yourcenar con la misiva. Hace varios años ya, Alfaguara también editó el extensísimo libro Cartas a sus amigos que reunía muchas de las cartas que Yourcenar le escribió a amigos, editores y lectores en su vida. Hay incluso un lote de cartas que no podrán ser publicadas sino cincuenta años después de la muerte de la autora, ocurrida en 1987. Y la editorial La Compañía publicó el año pasado las cartas amistosas entre Yourcenar y la traductora argentina Baron Supervielle. Pero hecho este paréntesis para caer en cuenta de que la autora frecuentaba y disfrutaba el medio epistolar como vehículo para mantener vivo un recuerdo y reflexionar sobre el arte en la comunicación cotidiana, retomemos el caso de Alexis:

(…) Vivimos, Mónica. Cada uno de nosotros tiene su vida particular, única, marcada por todo el pasado sobre el que no tenemos ningún poder y que a su vez nos marca, por poco que sea, todo el porvenir. Nuestra vida. Una vida que sólo a nosotros pertenece, que no viviremos más que una vez y que no estamos seguros de comprender del todo.

Puede verse como una burda justificación eso que menciona Alexis en un momento sobre no hablarle en persona porque ella se habría apresurado a interrumpirlo y, de alguna manera, disculparlo por sus deslices. Pero lo cierto es que el discurrir de una carta está a medio camino entre la evocación del pasado y de la intimidad, y la actualización de la realidad cotidiana, si bien no ocurre en la novela epistolar de Yourcenar.

La carta como reflejo de sí y la perdurabilidad del cuerpo

Tenía en mi habitación uno de esos espejos que están un poco turbios, como si algún aliento hubiera empañado el cristal. Puesto que me había ocurrido algo tan grave, creía ingenuamente que yo tenía que haber cambiado, pero el espejo sólo me devolvía la imagen de siempre: un rostro indeciso, asustado y pensativo. Lo frotaba con la mano, menos para borrar la marca de un contacto que para asegurarme que era de mí de quien se trataba. Quizás lo que haga la voluptuosidad tan terrible sea que nos enseña que tenemos un cuerpo. Antes, sólo nos servía para vivir. Después, sentimos que aquel cuerpo tiene su existencia particular, sus sueños, su voluntad y que, hasta la muerte tendremos que contar con él, cederle, transigir o luchar.

Ahora, si la carta es una traición al rostro por aquello de que optamos expresarnos por otro medio para comunicarnos, es una concentración de la imagen corpórea del destinatario. Y es aquí también donde Marguerite, a través de Alexis, indaga en lo que significa convivir con un cuerpo. Convivimos con él sea por resignación, humildad o forcejeo. Pero ahí está: con sus deseos, sus inquietudes y sus reflexiones.

Como reconoce Yourcenar en el prólogo a la edición de 2005, la actitud de Alexis recuerda al Corydon de André Gide, aunque ella sólo lo conocía de oídas, según refiere. En este breve relato, el autor desarrolla una conversación con matices biológicos, filosóficos y psicológicos sobre las diferencias y las semejanzas entre los animales y los humanos. En manos tanto de Gide como de Yourcenar, termina habiendo una aceptación del cuerpo como una certeza tan palpable como la mente, sin importar que sean de distinto material. El cuerpo, este que es «más duradero que mis virtuosas resoluciones», permite crear y, a la vez, pide consumir. Necesita algo a cambio por cada cosa que realiza. Y trabaja en simultáneo en pos de tal necesidad.

Solo, ante un espejo que descomponía mi angustia, he llegado a preguntarme qué tenía yo en común con mi cuerpo, con sus placeres o sufrimientos, como si no le perteneciera. Pero le pertenezco, amiga mía. Este cuerpo que parece tan frágil es sin embargo más duradero que mis virtuosas resoluciones, quizás más que mi alma, porque a veces el alma muere antes que él.

Alexis aprovecha esta imagen especular del cuerpo para explicar su existencia, nunca con ánimos de justificarse, sino como quien busca en su reflejo el sentido de cierta perspectiva. Unas líneas antes ya nos ha descrito este espejo pequeño «un poco turbio, como si algún aliento hubiera empañado el cristal». No es sólo el cuerpo, sino la percepción de nuestro cuerpo lo que convierte los otros objetos en un reflejo de la pequeñez y la inquietud.

Pero Yourcenar nunca traza a través de Alexis una percepción persecutoria de su existencia, como si en todos los objetos hubiese un rastro de su tristeza. Sólo en ciertos elementos resonantes, como el espejo o el piano. Hay en ellos suficientes rastros de una profunda tristeza, como lo hay en los cuerpos amantes con los que se encuentra el personaje. Nunca se trata de una actitud de minusvalía, sino de un completo reconocimiento de cómo ve el mundo, con esa turbiedad corpórea que lo aleja de Mónica.

La percepción como estado vital

(…) el escribir mi vida me confirma a mí mismo.

Finalmente, esta misiva que nunca tendrá respuesta efectiva más allá de la que imaginemos los lectores, es una reflexión en torno al anularse a sí mismo desde tanto tiempo. Incluso en el proceso de confirmar la propia existencia hay mucho pudor y elisiones por parte de Alexis. Pero esto no implica que se reniegue el dolor ni que se evada la belleza en cómo percibimos lo triste de la existencia.

Yourcenar traza una breve historia de vida atravesada por la sexualidad del protagonista, pero también por cómo su poética vital le permite convivir con los instrumentos que lo rodean. Hay, a lo largo de esta epístola, referencias al agua, por ejemplo, que hacen pensar en el Bachelard de El agua y los sueños y a Merleau Ponty por cómo Alexis se relaciona con los elementos. Como si ciertos objetos fueran espejos de la existencia soterrada del personaje.

Por un lado, los estanques y los espejos tienen el mismo efecto de reflexionar(se) en lo estático. No son pocas las veces que aparecen en el relato, como la infancia de Alexis en Woroïno o el referido espejo en su habitación. No son objetos menores porque son mencionados varias veces durante la historia y desatan, cada uno por su cuenta, reflexiones sobre el estado vital del protagonista en ese momento y movilizan la trama con este trazo apesadumbrado y lúcido hecho por la escritora. Como señala Bachelard en su libro refiriéndose a la literatura de Poe, «delante del agua profunda, eliges tu visión; puedes ver, según te plaza, el fondo inmóvil o la corriente, la orilla o el infinito; tienes el ambiguo derecho de ver y de no ver» (pág. 83). Si aplicamos esto a Alexis, entendemos que el personaje condensa en la quietud del agua una incertidumbre de sí muy profunda la cual llega a manifestarse al final de la carta. Pero no es una incertidumbre tibia, sino una inquietud constante en torno a su arte, a su sexualidad y a su manera de vivir. El estanque es la imagen infantil de tal inquietud; infantil por ancestral y honda. Alexis ve el estanque, hace que Mónica lo vea y después ambos evaden lo que veían.

Por otro lado, estos son objetos que magnifican la manera como Alexis se vincula con la realidad, cómo la percibe desde un cuerpo que lo somete y a través de una filosofía que apunta al cuestionamiento constante de sí. Pero nunca desde la aridez intelectual, sino desde la conciencia de un placer que ha sido puesto a prueba y negado en pos de la sensatez.

En ese libro fundamental que es Fenomenología de la percepción, Merleau-Ponty desarrolla una investigación profunda en torno a cómo percibimos. «Podría, en principio, entender por sensación la manera como algo me afecta y la vivencia de un estado de mí mismo» (pág. 25). Para él, sentir no es una impresión estática, sino la huella hecha una sucesión de estados dentro del individuo donde uno viene acompañado de los otros. Luego procede a ejemplificar cómo una mancha roja en una tela blanca es sólo distinguible en contraste con el fondo, nunca separada de él, sino como conjunto.

Y es así como entendemos que la manera como Alexis narra su vida está atravesada por la cercanía con ciertas sensaciones que lo encaminan a encuentros musicales y sexuales, aunque éstos los narre con un profundo pudor. Por ejemplo, están los que relata ocurridos en el campo, entre sugerencias de regalar flores a muchachos bellos para no delatarse del todo que también había una entrega del cuerpo. Y toda la relación con Mónica es una apelación al intento, a tocar la puerta para evadirse de lo que pide e intuye el cuerpo.

Y si ésta es una misiva sobre el fin de la anulación de sí, de finalmente enfrentar el rostro propio a falta del rostro del otro; lo es también a partir de verbos que evocan un pasado esparcido a lo largo del texto. Los recuerdos son evocados como certezas inamovibles asomando lo postergado. Ahí, en lo vivido hace tanto, se encuentra la respuesta a la música dormida en la técnica de Alexis. En su escritura laberíntica, hay no ya un mareo a las inquietudes del personaje, sino una profunda indagación de ellas, como si el pudor fuera una manera de enfrentar el sometimiento final de todo cuerpo. En la prosa orquestada por Yourcenar hay un constante hurgar las profundidades inquietas de la vida estancada, de las superficies calladas que reflejan algo dormido desde hace mucho tiempo, entre el arte, la soledad y la tristeza. Pero en manos de ella, no se trata de una vida miserable. Es más bien una vida que canta desde la tristeza leve, ésta que nos permite sobrellevar una vida sin grandilocuencias pero finalmente, franca.

Bibliografía

  • Bachelard, G. El agua y los sueños. Fondo de Cultura Económico: México, DF.
  • Castro, F. El texto íntimo. Editorial Tecnos: Madrid.
  • Merleau-Ponty, M. Fenomenología de la percepción. Ediciones Península: Barcelona.
  • Yourcenar, M. Alexis o el tratado del inútil combate. Punto de Lectura: Buenos Aires.

 

 

 

 

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