‘Loco afán. Crónicas de sidario’ de Pedro Lemebel

Publicado: 1 octubre 2020 a las 8:00 am

Categorías: Arte y Cultura / Literatura

Loco afán. Crónicas de sidario (1996) de Pedro Lemebel instala el SIDA como consecuencia de las políticas fascistas y heteronormativas de la dictadura y también, de la posterior democracia chilena. La enfermedad y la muerte en una militancia constante que gana vida y goce.

Pedro Lemebel es un escritor y artista plástico chileno que nace en un contexto relegado de Santiago de Chile. En ese sentido, la marginación fue doble; parece que no es nada sencillo ser pobre y ser gay, ser un pobre gay, ser un gay pobre. La batalla en la que se enlistó vestido de loca, escandalizó, sin dudas, a la dictadura de Pinochet; pero también a la izquierda militante. Tres veces, cuatro veces, mil veces marginado. Las victorias que obtuvo fueron la construcción de un cuerpo-físico: su goce, su sexualidad a la que lejos de invisibilizar, enarboló; un cuerpo-literario: la inscripción de un yo autobiográfico que cuando se plasma en el papel, algo arde y algo vive; un cuerpo-acción: molestar, incomodar, provocar travestido con Las yeguas del Apocalipsis, una actividad performática que realizó junto con el escritor Francisco Casas entre 1987 y 1995, dando lugar al movimiento de la contracultura chilena. Lemebel explica que el nombre sirve para reivindicar la misoginia de la palabra «yegua» y, a través de “Los Jinetes del Apocalipsis”, montan una gran metáfora sobre el Sida, al mismo tiempo que la ‘perfomance’ denunciaba con sus apariciones el concepto de arte y cultura que se pretendía instalar con total hipocresía en la dictadura y en la posterior democracia. Para ese entonces, Lemebel adopta el apellido materno por el que lo conocemos; elige vincularse con el legado de su madre como conquista de lo femenino desde la homosexualidad y el travestismo.

La sexualidad como militancia

En ese contexto, gracias a los contactos de Roberto Bolaño, Pedro Lemebel publica su segundo libro de crónicas Loco afán: crónicas de sidario (1996) en la editorial española Anagrama; a partir de ello, se comienza a proyectar un reconocimiento internacional para su obra. Incluso, su compatriota afirma que Lemebel es, para él, uno de los mejores escritores de Chile. Así es cómo Lemebel, escribe desde un lugar activamente contestatario, ya que ser homosexual e intervenir en las letras y en el ámbito cultural como lo hacía con Las yeguas del Apocalipsis, fue considerado, durante la dictadura chilena y el tímido regreso a la democracia, como una actitud “subversiva”. No obstante, el libro de Lemebel focaliza todo el interés en el tema del Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquirida (SIDA) como precarización de la vida en homosexuales y travestis y la relación de ello con la censura y la tortura sistematizadas por el golpe. Si bien, el libro sufrió algunas modificaciones en cuanto a la inclusión o no de determinadas crónicas, según la edición del mismo, la estructura nodal siempre estuvo marcada por una división de cinco secciones agrupadas bajo un temática puntual que de cualquier forma, las vincula a todas con el SIDA, el mundo coliza y travesti.

En ese sentido, Lemebel instala como forma artística corporeidades militantes desde el inicio de su actividad artística debido a que ya en 1986, aún en dictadura, con el martillo y la hoz pintado en el rostro y travestido, irrumpe con su manifiesto Hablo por mi diferencia en una reunión clandestina de izquierda donde inscribe su voz en la constante periferia que implica ser pobre y homosexual, tanto para el progresismo como para la derecha, incluido en este libro en la tercera sección llamada “El mismo, el mismo loco afán (Uf, y ahora los discursos)”:

Pero no me hable del proletariado/Porque ser pobre y maricón es peor/Hay que ser ácido para soportarlo/Es darle un rodeo a los machitos de la esquina/Es un padre que te odia/Porque al hijo se le dobla la patita/Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro/Envejecidas de limpieza/Acunándote de enfermo/Por malas costumbres/Por mala suerte/Como la dictadura/Peor que la dictadura/Porque la dictadura pasa/Y viene la democracia/Y detrasito el socialismo/¿Y entonces?¿Qué harán con nosotros compañero?¿Nos amarrarán de las trenzas en fardos con destino a un sidario cubano?

El aporte de Lemebel es inmenso ya que no deja un espacio libre de militancia. Resiste con su sexualidad, con su literatura y con sus intervenciones artísticas. De esta forma, en las crónicas de Lemebel, el cuerpo que toma la dictadura como chivo expiatorio es el homosexual, el travestido, el sidoso y su consecuente silenciamiento mediante el contagio y, por consiguiente, la muerte. En Loco afán. Crónicas de sidario, aunque el Estado intente recluir en guetos a «las locas», ellas, en un intento revolucionario de autoafirmación, se describen incansablemente como tales. En ese sentido, la hibridez textual que proponen los textos de Lemebel, en tanto al uso de la crónica como un resultado de diversos tipos de géneros, la sexualidad de los personajes travestidos y la presencia del SIDA, ya que oscurece los límites entre la vida y la muerte, ponen en evidencia que el autor elige a ese tipo textual para describir e incluir la comunidad coliza en la historia literaria de Chile. Asumir la literatura desde la crónica significa para él la inscripción de la denuncia de la realidad en una conjugación con lo autobiográfico.

Los personajes del libro rompen el silencio de la represión a partir de la construcción de sí, pero también, con el retrato de una Nación en donde lo marginado se construye colectivamente como un rasgo de la identidad chilena que evidencia la diversidad en el seno de una moral conservadora y rancia. Además, en las crónicas, algunos personajes celebran el gobierno de Allende mientras que otros, la dictadura de Pinochet; no obstante, también se representa la división clasista que se hace entre los homosexuales:

A esa gran comilona que había prometido la Palma, esa loca rota que tiene puesto de pollos en la Vega, que quiere pasar por regia e invitó a todo Santiago a su fiesta de fin de año. Y dijo que iba a matar veinte pavos para que las locas se hartaran y no salieran pelando. Porque ella estaba contenta con Allende y la Unidad Popular, decía que hasta los pobres iban a comer pavo ese Año Nuevo. Y por eso corrió la bola que su fiesta sería inolvidable. Porque ella estaba contenta con Allende y la Unidad Popular, dijo que hasta los pobres iban a comer pavo ese Año Nuevo. Y por eso corrió la bola que su fiesta sería inolvidable.

Todo el mundo estaba invitado, las locas pobres, las de Recoleta, las de medio pelo, las de Blue Ballet, las de Carlina, las callejeras que patinaban la noche en la calle Huérfanos, la Chumilou y su pandilla travesti, las regias del Coppelia y la Pilola Alessandri.

Así es cómo la crónica “La noche de los visones (o última fiesta de la Unidad Popular)” de la sección “Demasiado herida”, funciona como un reflejo de Chile: la fiesta popular en la casa de Palma, las pieles de la Pilola Alessandri, las locas pobres y las adineradas, las que son afectas del gobierno de Allende y las que tienen familiares militares, evidencian un microcosmos de la realidad chilena que estaba aconteciendo a principios de los años setenta. Sin embargo, la enfermedad las extermina sin discriminación; en definitiva, el SIDA hermana, mediante el deterioro y la muerte, las distinciones ideológicas y clasistas de la comunidad coliza. Aunque también, la enfermedad evidencia el cuerpo devastado como una continuación de la indiferencia extrema del Estado con respecto a la comunidad homosexual. En ese sentido, el silencio se presenta como violencia en tanto que la negación del Estado hacia ella genera en estos personajes la necesidad de asumir prácticas devastadoras para la subsistencia y, a la vez, la presencia de la enfermedad fatal propone cuerpos abyectos como receptáculos de la doble negación a la que son sometidas:

La atraviesa a la Palma, clavándola como a un insecto en el mariposario del sida popular. Ella se lo pegó en Brasil, cuando vendió el puesto de pollos que tenía en la Vega, cuando no aguantó más a los milicos y dijo que se iba a maraquear a las arenas de Ipanema. Para eso una es loca y tiene que vivir en carnaval y zambearse la vida. Además con el dólar a 39 pesos, la piñata carioca estaba al alcance de la mano. La oportunidad de ser reina por una noche al costo de una vida. Y que fue, dijo en el aeropuerto imitando a las cuicas «Una se gasta lo que tiene nomás».

Y fue generoso el sida que le tocó a la Palma, callejeado, revolcado con cuanto perdido hambriento le pedía sexo. Casi podría decirse que lo obtuvo en bandeja, compartido y repartido hasta la saciedad por los viaductos ardientes de Copacabana. La Palma sorbió el suero de Kapossi hasta la última gota, como quien se harta de su propio fin sin miramientos. Ardiendo en fiebre, volvía a la arena, repartiendo la serpentina contagiosa a los vagos, mendigos y leprosos que encontraba a la sombra de su Orfeo Negro. Un sida ebrio de samba y partusa la fue hinchando como un globo descolorido, como un condón inflado por los resoplidos de su ano piadoso.

De esta manera, se evidencia que, por un lado, la dictadura chilena reprime el ejercicio libre de la sexualidad, ya que los espacios por donde podían circular se vieron totalmente reducidos, y, además, el SIDA se propone como una continuación de ella en tanto que implica una amenaza para la comunidad homosexual. En ese sentido, se explican los intertextos que introducen las crónicas:

La plaga nos llegó como una nueva forma de colonización, por el contagio/Reemplazó nuestras plumas por jeringas, y el sol por la gota congelada de la luna en el sidario.

En Lemebel, la violencia sobre el cuerpo está presente todo el tiempo en cómo se describe el contagio o en cómo se describe la “sombra”; más allá de que el término sirva para representar al SIDA, evidencia, en la crónica ya mencionada, sujetos que viven bajo una negación, hostigamiento estatal que las lleva a someterse a prácticas devastadoras que precarizan aún más su vida:

Pero esa noche no le quedaba ninguno hace referencia a los condones, y el gringo impaciente, urgido por montarla, ofreciendo el abanico verde de sus dólares. Entonces la Chumi cerró los ojos y estirando la mano agarró el fajo de billetes. No podía ser tanta su mala suerte que por una vez, una sola vez en muchos años que lo hacía en carne viva, se iba a pegar la sombra.

En Loco afán de la sección “El mismo, el mismo loco afán (Uf, y ahora los discursos)”, la denuncia se hace presente hacia todo el aparato político de Chile, al que se responsabiliza por las muertes:

Cadáveres sobre cadáveres tejen nuestra historia en punto cruz lacre. Un cordón de costras borda el estandarte de raso revenido en aureolas de humo que desordenaron las letras. Separando en estratificaciones de clase a locas, maricas y travestis de los acomodados gays en su pequeño arribismo traidor.

Doble marginación para un deseo común, como si fueran pocas las patadas del sistema, los arañazos de la burla cotidiana o la indiferencia absoluta de los partidos políticos.

En este sentido, la escena del montículo de huesos de pavos con la banderita chilena que retrata la crónica “La noche de los visones” funciona como una metáfora del país con respecto no sólo a la comunidad coliza sino también a todo aquel que altere el orden hegemónico:

Conchazos y más ironías que estallaban en risas e indirectas por la ausente comilona. En medio de la música, la Pilola gritaba: «Se te volaron los pavos niña» y otra vez la Palma volvía a las explicaciones, juntaba los andamios descarnados y las plumas, mostrando un cementerio de huesos que fue arrumbando en el centro de la mesa. Al comienzo fue el bochorno sonrojado de la dueña de casa disculpándose, cuando paraban la cumbia y las regias gritaban: «Ataja ese pavo niña», pero después el alcohol y la borrachera transformó la vergüenza en un juego. Por todos lados, las locas juntaban huesos y los iban arreglando en la mesa como una gran pirámide, como una fosa común que iluminaron con velas. Nadie supo de dónde una diabla sacó una banderita chilena que puso en el vértice de la siniestra escultura.

De cualquier forma, la corporeidad lemebeliana no sólo no admite la norma sino que también conquista la identidad homosexual y travesti mediante la inscripción del amedrentamiento bajo un “yo” que instala los acosos más terribles, a la vez que muestra la existencia de una comunidad homosexual. En ese sentido, aunque se describa el exterminio, la figura del testigo repone, de forma militante, la memoria que arrasa cualquier tipo de complicidad con el régimen militar pero también, con el cuestionado advenimiento de la democracia chilena que supo conciliar más que cuestionar.

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La vida con SIDA

En el mismo texto, aparece la lectura de una foto tomada aún con el gobierno de Allende. Si bien, no hay sobrevivientes del fotograma incluso también, el retrato está próximo a desparecer:

De esa fiesta sólo existe una foto, un cartón deslavado donde reaparecen los rostros colizas lejanamente expuestos a la mirada del presente. La foto no es buena pero salta a la vista la militancia sexual del grupo que la compone.

De cualquier forma, constantemente se ponen de manifiesto las fiestas, las elecciones de la ropa que van a utilizar, el maquillaje, la música que escuchan. El goce sigue presente como otra forma, además de la escritura, de vivir:

Todas se juntaban en los patios de la UNCTAD para imaginar los modelitos que iban a lucir esa noche. Que la camisa de vuelos, que el cinturón Saint-Tropez, que los pantalones rayados, no, mejor los anchos y plisados como maxifalda, con zuecos y encima tapados de visón, suspiró la Chumilou. «De conejo querrás decir linda, porque no creo que tengas un visón.» «Y tú regia. ¿De qué color es el tuyo?» «Yo no tengo», dijo la Pilola Alessandri, «pero mi mamá tiene dos.» «Tendría que verlos.» «Cuál quieres. ¿El blanco o el negro?» «Los dos», dijo desafiante la Chumilou. «El blanco para despedir el 72, que ha sido una fiesta para nosotros los maricones pobres. Y el negro para recibir el 73, que con tanto güeveo de cacerolas se me ocurre que viene pesado.» Y la Pilola Alessandri, que había ofrecido los abrigos, no pudo echarse para atrás, y esa noche de fin de año llegó en taxi a la UNCTAD, y después de los abrazos, sacó las pieles sustraídas a la mamá, diciendo que eran auténticas, que el papá los había comprado en la Casa Dior de París, y que si algo les pasaba la mataban. Pero las locas no la escucharon, envolviéndose en los pelos posando y modelando mientras caminaban a tomar la micro para Recoleta, comentando que ninguna había probado bocado, menos la Pilola que en el apuro por sacar los abrigos se había perdido la cena familiar con langosta y caviar, por eso estaba muerta de hambre, con el estómago hecho un nudo, desesperada por llegar donde la Palma a probar los pavos de la rota.

En la sección “Demasiado herida”, la crónica “El último beso de la loba Lamar (Crespones de seda en mi despedida… por favor)” conjuga la enfermedad con la esperanza, la vida araña cualquier intento de desaparición:

¡Ay!, esclavas de Egipto, tráiganme melones, uvas y papayas, deliraba la pobrecita despertando a toda la casa de pensión con sus gritos de embarazada real. Como si la enfermedad en su holocausto se hubiera convertido en preñez de luto, invirtiendo muerte por vida, agonía por gestación. El sida, para la Loba trastornada, se habla transformado en promesa de vida, imaginándose portadora de un bebé incubado en su ano por el semen fatal de ese amor perdido. Ese príncipe de Judea llamado Ben-Hur, que le había plantado la fruta una noche de galera romana, y después, al alba, se habla marchado dejándola preñada de naufragio.

Lemebel hoy

Por otra parte, según Francisco Casas, la historia literaria de Chile nunca le perdonó a Lemebel lo que generaba (y genera) su arte militante y sexual debido a que no le otorgaron el Premio Nacional de Literatura de Chile como merecía. Da igual: Pedro Lemebel no necesita ese premio. El podio ya lo tiene porque se lo damos nosotros, sus lectores, cuando lo pensamos frente a la triste situación política actual de Brasil, cuando vemos los terribles atrasos en la implementación de la Ley 26.150 de Educación Sexual Integral (ESI) y de las lamentables posturas a favor del aborto clandestino en Argentina.

Pedro Lemebel ya no vive, pero sobrevive. No pudo ver grandes cambios en su país, pero ilumina para sobreponerse a las bestialidades que los lemas fascistas, homofóbicos y retrógrados insisten para imponerse en un mundo hipócrita que sigue dejando espacio a lo reaccionario. Lemebel nos recuerda que la escritura no es otra cosa que combate y restauración del caos a través del goce que se genera entre la pulsión de muerte y de vida. Algunos sabemos refugiarnos y fortalecernos en él para recordar que esa inevitable reacción frente a la injusticia llamada “miedo”, no puede asesinar ni la búsqueda ni la obtención de libertad: no antes, no ahora, no después.

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