Publicado: 2 octubre 2020 a las 8:00 am
Categorías: Arte y Cultura / Poesía
El libro que tenemos entre manos vio la luz por primera vez en 1956, a través de una pequeña editorial alternativa, City Lights Books, co–fundada en 1953 por uno de los amigos de Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti, que fue llevado a juicio por publicar material obsceno.
Aullido y otros poemas es una obra capital para entender tanto la beat generation como el movimiento posterior, el que llevo de la mano a los beatnicks hacia el movimiento hippie. Es decir, desde la contracultura de finales de los años 50 a la de los años 60, la que terminó en aquel verano del 69 que Hunter S. Thompson describía como una «gran ola». Una ola que los surfistas de Woodstock se empeñaron en cabalgar hasta que acabaron varados en la orilla. Con la parálisis de la droga fluyendo por su organismo, desorientados y a contra mano. Muy lejos de lo que serían los años 70.
Pero Allen Ginsberg supo saltar de una década a otra con una facilidad insultante. En los veinte años que separan el pistoletazo de salida marcado por Aullido, de la concesión del National Book Award for Poetry, en 1974, se mantuvo en la palestra y consiguió montarse en esa ola que descarrió a tantos. Poco después del premio, Ginsberg salió con Bob Dylan, Joan Baez o Muhammad Ali de gira con la Rolling Thunder Revue. Eran 1975 y 76. Ginsberg estaba en París con Dylan visitando la tumba de Jack Kerouac, su amigo y el «nuevo Buda de la prosa norteamericana», y primer dedicatario de esta obra que nos trae hoy aquí.
He visto los mejores cerebros de mi generación destruidos por la
locura, famélicos, histéricos, desnudos,
arrastrándose de madrugada por las calles de los negros en busca de
un colérico picotazo,
pasotas de cabeza de ángel consumiéndose por la primigenia conexión
celestial con la estrellada dinamo de la maquinaria de la
noche,
que, encarnación de la pobreza envuelta en harapos, drogados y con
vacías miradas, velaban fumando en la sobrenatural
oscuridad de los pisos de agua fría flotando sobre las
crestas de la ciudad en contemplación del jazz,
que desnudaron sus cerebros ante el Cielo bajo el El y vieron
tambalearse iluminados ángeles mahometanos sobre los
tejados de las casas de alquiler,
que atravesaron las universidades con radiantes ojos tranquilos,
alucinando Arkansas y tragedias de luz–Blake entre los
escolásticos de la guerra,
que fueron expulsados de las academias por dementes & por publicar
odas obscenas sobre las ventanas de la calavera,
que se acurrucaban amedrentados en ropa interior en habitaciones sin
afeitar, quemando su dinero en papeleras y escuchando el
sonido del Terror a través de la pared,
que fueron aferrados por sus barbas púbicas al regresar por Laredo
a Nueva York con un cinturón de marihuana,
que devoraron fuego en hoteluchos o bebieron trementina en Paradise
Alley, muerte, o hacían sufrir a sus torsos los tormentos
del purgatorio noche tras noche por medio de sueños,
drogas, pesadillas de la consciencia, alcohol y verga y
juergas continuas…
Guau, ¿verdad? Solo la tropelía de pensamientos de alguien desesperado, que ha visto tanto y que tiene la capacidad para ver tanto, podría llevarnos a nosotros lectores desde el cómodo sillón de nuestra casa, desde el apretado vagón de metro a las ocho de la mañana yendo al trabajo, desde las palabras de un amigo en un bar, contándote que acaba de descubrir en la biblioteca de su universidad toda la cara oscura de la ciudad. No tiene por qué ser Arkansas ni Nueva York. Madrid, Barcelona, Cádiz. Ese es el verdadero poder del Aullido de Ginsberg, que por suerte o por desgracia, 60 años después, te sigue golpeando como aquel aguijón con el que nos golpea en la tercera línea de su poema. Un poema que quedará para siempre.
En el proceso que llevó a Lawrence Ferlinghetti, editor de Aullido y otros poemas, a juicio, se trató el tema de la obscenidad en el lenguaje, y se quiso demostrar que:
Afortunadamente, el juez Clayton W. Horn, que se encargó de resolver la cuestión, hizo caso omiso a las explicaciones de la acusación y dijo que el poema épico tenía «importancia social redentora», que las obscenidades que Aullidopodía poseer estaban justificadas porque servían para trasladarnos a la vida de uno de los personajes que protagoniza el relato épico en verso que es este poema: Carl Solomon, un hombre que Ginsberg conoció en los 8 meses que pasó en un psiquiátrico, que era tratado con terapia de electroshock y que significó mucho para el poeta de ascendencia judía.
Pero esa historia no la debo contar yo en este acercamiento a esta obra. La historia de Carl Solomon aparece hilvanada a la de Ginsberg en Aullido. Aunque solo se haga presente de forma evidente al final del poema.
Razón de más para volcarse con esta obra. No sólo como poema, donde su lirismo, sus imágenes y su verbo están más que ensalzados; si no como texto de una importancia social –tal y como comentó el juez– que ayudó a la visibilización de todo un submundo que se incorporó a las academias, a los debates intelectuales y que significó tanto para la contracultura y el auge de los artistas –llamémosles underground– como el rock&roll o el cine.
Aullido está dividido en cuatro secciones. La primera, la más conocida, comienza con los versos que hemos citado previamente; la segunda, más breve, fue escrita fruto de un viaje de peyote en el que Ginsberg, junto a la que era su pareja, junto a la que fue su pareja durante cuarenta años, deambularon por la ciudad alucinando con visiones de otros mundos, el “Moloch” que se hace protagonista de esta parte dos y encabeza cada estrofa menos la primera:
¿Qué esfinge de cemento y aluminio reventó sus cráneos y devoró sus
cerebros y su imaginación?
¡Moloch! ¡Soledad! ¡Inmundicia! ¡Fealdad! ¡Latas de basura e inalcanzables
dólares! ¡Niños chillando bajo las escaleras!
¡Muchachos sollozando en los ejércitos! ¡Ancianos llorando
quedamente en los parques!
¡Moloch! ¡Moloch! ¡Pesadilla de Moloch! ¡Moloch el sin amor!
¡Moloch mental! ¡Moloch el inmisericorde juez de los
hombres!
¡Moloch prisión incomprensible! ¡Moloch cárcel desalmada de tibias
cruzadas y Congreso de aflicciones! ¡Moloch cuyos edificios
son veredictos! ¡Moloch la vasta piedra de la guerra!
¡Moloch los anonadados gobiernos!
¡Moloch cuya mente es pura maquinaria! ¡Moloch cuya sangre es el
fluir del dinero! ¡Moloch cuyos dedos son diez ejércitos!
¡Moloch cuyo pecho es una dinamo caníbal! ¡Moloch cuyo
oído es una humeante tumba!
¡Moloch cuyos ojos son un millar de ventanas cegadas! ¡Moloch cuyos
rascacielos se yerguen en las largas avenidas como inacabables
Jehovás! ¡Moloch cuyas fábricas sueñan y croan en
la niebla! ¡Moloch cuyas chimeneas y antenas coronan las
ciudades!
Y así durante otras tantas delirantes estrofas, en un deambular infernal por las pesadillas y los sueños de Ginsberg y de todas y cada una de las personas que habitan cada edificio, cada bloque destartalado, cada puente, cada esquina de la ciudad.
¡Moloch! ¡Moloch! ¡Moloch!
Moloch: dios del Asia occidental adorado por fenicios, cartagineses y sirios, civilizaciones previas a la creación y difusión del cristianismo por dichos territorios. Su nombre aparece varias veces en la Biblia, en concreto, en el Antiguo Testamento.
Moloch es el dios del fuego purificante, mitad humano mitad animal. Su cabeza suele estar representada como la de un carnero o un becerro. Además, suele estar representado portando una corona u otro símbolo perteneciente a la realeza. ¿El por qué? Moloch, dentro de una serie de transferencias lingüísticas en textos y traducciones antiquísimas de la Biblia viene a significar “el rey”. Sin embargo la adopción del vocablo definitivo Moloch, pronunciado molek, está hecha con toda la intención del mundo, ya que utiliza las vocales de la palabra hebrea “bosheth”, que significaignominia.
Los griegos y los romanos lo relacionaban, respectivamente, con Cronos y Saturno.
A Moloch se le hacían sacrificios. Sus favoritos eran los niños. Muchas veces las estatuas de los templos donde se rendía pleitesía a Moloch contaban con estatuas de bronce huecas del dios con brazos articulados. Los niños se depositaban en los brazos y mediante un sistema de cadenas y poleas se entregaban al interior ardiendo de Moloch.
¡Moloch! ¡Moloch! ¡Moloch!
Después de llenar la mente del lector con imágenes de un Dios–Fuego–Purificador–Rey–Ignominia que se comporta como principio y fin de los males que pueblan la ciudad para quien la recorre con el corazón desesperado (o para quien se le desespera el corazón por recorrer la ciudad) Ginsberg, finalmente, habla de Carl Solomon. Y habla con Carl Solomon.
Carl Solomon! Estoy contigo en Rockland
donde tú estás más loco que yo
Estoy contigo en Rockland
donde debes sentirte muy extraño
Estoy contigo en Rockland
donde imitas la sombra de mi madre
(…)
Estoy contigo en Rockland
donde cincuenta shocks más no devolverán a tu cuerpo
su alma de su peregrinación a una cruz en el
vacío
Estoy contigo en Rockland
donde acusas a tus doctores de locura y planificas la
revolución socialista Hebrea contra el Gólgota nacional
fascista
Estoy contigo en Rockland
donde desgarrarás los cielos de Long Island y resucitarás
a tu Jesús humano y viviente de la tumba sobrehumana
Estoy contigo en Rockland
donde hay veinticinco mil camaradas locos cantando todos
juntos las estrofas finales de la Internacional
Estoy contigo en Rockland
donde abrazamos y besamos a los Estados Unidos bajo las
sábanas los Estados Unidos que tose toda la noche y no
nos deja dormir
Estoy contigo en Rockland
donde nos despertamos del coma electrizados por los
aviones de nuestras propias almas que rugen sobre el
tejado han venido a dejar caer angélicas bombas el
hospital se ilumina a sí mismo se derrumban
paredes imaginarias Oh escuálidas legiones
salid corriendo de aquí Oh conmoción de misericordia
salpicada de estrellas la guerra eterna ha llegado Oh
victoria, olvida tu ropa interior somos libres
Me he tomado la libertad de transcribir casi la totalidad de esta tercera parte porque quizá sea la que relaciona de forma más directa la poesía con la épica. Allen Ginsberg dedica toda esta última sección a contar la historia de su amigo Carl Solomon, a la postre escritor de un libro autobiográfico titulado Mishaps, Perhaps en 1966 y otro titulado More Mishaps, este en 1968. Publicados, por cierto, por City Lights Books.
Pero antes de publicar estos libros y de convertirse en colaborador de revistas literarias, Carl Solomon estuvo en un hospital psiquiátrico, como evidentemente puede verse en el poema, y evidentemente fue sometido a diferentes tratamientos psiquiátricos, en concreto, a electroshocks. Allí conoció a Ginsberg, que pasó ocho meses allí como alternativa a la cárcel. Bajo la promesa de que dejaría de ser homosexual y se convertiría en heterosexual.
Esta experiencia marcó a Ginsberg profundamente y también su relación con Solomon. Haciendo de esta sección del poema un verdadero testimonio poético de lo que sucedió allí, así como de las andanzas de Solomon antes de ser internado.
Así y entrelazando realidad y poesía, (¿realidad y ficción?) llegamos a la nota a pie de página de Aullido, que no es si no el broche a uno de los poemas más importantes del siglo XX. Unos últimos versos desgarradores en los cuales se deja entrever una esperanza velada por el mundo. Un final del camino que se convierte en purgatorio (¿recuerdan a Moloch?) y en el que Ginsberg deja negro sobre blanco las personas que viajaron con él y las personas gracias a las cuales viajó y a las personas por las que escribe y que acabaron llevándole a un poema, a unos versos que…
¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!
¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!
¡El mundo es santo! ¡El alma es santa! ¡La piel es santa! ¡La nariz
es santa! ¡La lengua y la verga y la mano y el agujero del
culo!
¡Todo es santo! ¡todo el mundo es santo! ¡todo lugar es santo! ¡todo
día pertenece a la eternidad! ¡Todo hombre es un ángel!
¡El vagabundo es tan santo como el serafín! ¡el demente es santo como
santa eres tú, alma mía!
¡La máquina de escribir es santa el poema es santo la voz es santa los
oyentes son santos el éxtasis es santo!
¡Santo Peter santo Allen santo Solomon santo Lucien santo Kerouac
santo Huncke santo Burroughs santo Cassady santos los
desconocidos jodidos y sufrientes mendigos santos los
odiosos ángeles humanos!
¡Santa mi madre en su manicomio! ¡Santas las vergas de los abuelos
de Kansas!
¡Santo el quejumbroso saxofón! ¡Santo el apocalipsis bop! ¡Santas las
bandas de jazz los pasotas la marihuana la paz & droga
& batería!
¡Santas las soledades de rascacielos y aceras! ¡Santas las cafeterías
atestadas por los millones! ¡Santos los misteriosos ríos de
lágrimas que corren bajo las calles!
¡Santo el solitario juggernaut! ¡Santo el vasto borrego de la clase
media! ¡Santos los pastores dementes de la rebelión! ¡Aquel
a quien le gustan Los Ángeles ES Los Ángeles!
¡Santo Nueva York Santo San Francisco Santo Peoría & Seattle
Santo París Santo Tánger Santo Moscú Santo Estambul!
¡Santo el tiempo en la eternidad santa la eternidad en el tiempo
santos los relojes en el espacio santa la cuarta dimensión
santa la quinta Internacional santo el Ángel en Moloch!
¡Santo el mar santo el desierto santa la vía férrea santa la locomotora
santas las visiones santas las alucinaciones santos
los milagros santo el globo ocular santo el
abismo!
¡Santo el perdón! ¡misericordia! ¡caridad! ¡fe! ¡Santos! ¡Nuestros!
¡cuerpos! ¡sufriendo! ¡magnanimidad!
¡Santa la sobrenatural extrabrillante inteligente bondad del alma!
Santa la sobrenatural extrabrillante inteligente bondad del alma. Ginsberg consigue, mediante la escritura, purgar los males que le atenazan. Lo que le llevó a internarse en un psiquiátrico, a sentirse miserable, incomprendido, a no poder expresar su homosexualidad durante tantos años. Ginsberg vence y su victoria es la de todos nosotros. Ginsberg vence hasta en ese juicio en el cual, en la tierra de la libertad, quieren ponerle coto a sus palabras.
La crítica que Ginsberg hace sobre el capitalismo, sobre el american way of life, sobre los robots que pueblan las calles de Nueva York y de tantas otras ciudades y pueblos. Instruidos durante años por unos valores que llevan a gente como Carl Solomon a sentir la corriente eléctrica en su cerebro hasta desmayarse una y otra vez.
A Allen Ginsberg, con veintinueve años, sin ningún poemario editado, tras leer su aullido en cafés y recitales, todavía le quedaba más que ofrecer al mundo.
En los otros poemas que componen este libro encontramos una sucesión de reflexiones poéticas y vitales que le nombran “gran poeta de su generación”. En Sutra del girasol cuenta una parábola en la que junto a Jack Kerouac reflexiona sobre la naturaleza de la vida.
Un sutra es un texto de religiones como el budismo o el hinduismo en los cuales se reflexiona sobre algún aspecto de dichas religiones y que se configuran como enseñanzas vitales para aquellos que creen en ellas, como Ginsberg.
En este sutra en concreto encontramos fragmentos como estos, que nos acercan a recordar esa visión de Ginsberg para con la vida, quizá algo optimista, que se dilucida de los últimos versos de Aullido.
Fíjate en el Girasol, dijo él, había una sombra gris y muerta
recortándose contra el cielo, grande como un hombre,
erguida seca en lo alto de una montaña de viejísimo
serrín —
— Subí encantado atropelladamente —era mi primer girasol, recuerdos
de Blake —mis visiones— Harlem
e Infiernos de los ríos del Este, puentes campaneantes Grasientos
Sandwiches de Joe, difuntos coches de niño, ruedas negras
y sin dibujo olvidadas y sin recauchutar, el poema de la
ribera, condones & cacerolas, cuchillos de acero, nada
inoxidable, sólo el hediondo cieno y los artefactos afilados
como cuchillas en tránsito hacia el pasado —
(…)
¡Una perfecta muestra de belleza de girasol! ¡una perfecta excelente
adorable existencia de girasol! ¡un dulce ojo natural para
la nueva luna enrollada despertó vivo y excitado aferrando
en las sombras del ocaso la mensual brisa dorada del
amanecer!
(…)
No somos nuestra piel mugrienta, no somos nuestra desolada
terrible polvorienta locomotora sin imagen, todos somos
hermosísimos girasoles dorados en nuestro interior, estamos
benditos por nuestra propia semilla & nuestros
dorados y peludos desnudos cuerpos de logro que crecen
para transformarnos en dementes girasoles formales en el
ocaso, espiados por nuestros ojos bajo la sombra de la
loca locomotora ocaso de ribera en Frisco visión colínica
de latas al anochecer sentados.
En América (quizá el mejor de los poemas de estos otros) Ginsberg, con un lirismo desgarrador a la par que sencillo y honesto deja testimonio. Al principio lo hace de la sociedad americana de la época, de esos años después de la Segunda Guerra Mundial, después del holocausto del pueblo judío y de las bombas nucleares en los que crece el poeta.
América te lo he dado todo y ahora soy nada.
América dos dólares y 27 centavos 17 de enero, 1956.
No puedo soportar mi propia mente.
América ¿cuándo terminaremos la guerra de la humanidad?
Vete a que te den por culo con tu bomba atómica.
No me siento bien no me molestes.
No pienso escribir mi poema hasta que me sienta lúcido.
¿América cuándo serás angélica?
¿América cuándo te quitarás las vestiduras?
¿Cuándo serás capaz de mirarte a través de la tumba?
¿Cuándo serás digna de tu millón de troskistas?
¿América por qué tus bibliotecas están llenas de lágrimas?
Más adelante habla desde si mismo y hacia el lector y deja perlas como:
Me dirijo a ti.
¿Acaso piensas permitir que tu vida emocional se vea dirigida por la revista Time?
Estoy obsesionado con la revista Time.
La leo todas las semanas.
Para finalmente hacerse uno con América y autoinculparse (para hacer que el lector se autoinculpe), hablando una verdad que pocos estaban dispuestos a hablar hace sesenta años. La caza de brujas, olvidar la guerra… parecían los únicos objetivos de los poderosos en Estados Unidos. Y de repente:
América en realidad no deseas ir a la guerra.
América son esos malvados Rusos.
Esos Rusos esos Rusos y esos Chinos. Y esos Rusos.
(…)
Eso no bueno. Ugh. El hacer indios aprender a leer. Él necesitar
grandes negracos negros. Hah. Ella hacernos trabajar a
todos dieciséis horas al día, Socorro
Como se puede observar en estos dos ejemplos bienintencionados –además de Aullido– la prosa de Ginsberg para el momento de la publicación de esta obra estaba compuesta de largos versos y de una lírica descriptivo–realista. Así como de un ritmo que experimentaba el jazz y el bop y la música que escuchaban en locos lugares y casas locas en aquella época hasta el amanecer.
Por eso es interesante volver la mirada hacia el final del libro. Una mirada breve, eso sí. Hacia los Primeros Poemas de Ginsberg. Compuestos a base de frases breves y saltos de línea. De una sencillez casi inocente en su forma y con un fondo muchas veces sentimental en el cual recuerda a la madre con composiciones tan dulces como esta “Canción”:
(…)
Sí, sí
eso es lo que
yo deseaba
lo que siempre deseé,
siempre deseé
regresar
al cuerpo
donde nací
Aullido y otros poemas es una lengua de fuego que nos atrapa, nos zarandea y nos sacude como aquel Moloch al que Ginsberg temía y veneraba lo suficiente como para dedicarle parte de su grito. Es un libro total, que inspira al poeta que lo lee a abrir su lenguaje y su mente, que nos muestra la complejidad de su ritmo de jazz y de noches que, por desgracia, parecen interminables. Una lengua de fuego que según avanzamos entre sus palabras descubrimos que alcanza el cenit en su principio y que después se sosiega. Se hace sutil primero, perspicaz e irónica después y, finalmente nos deja. Acompañados por una luz que ya no nos aplasta ni nos quema.
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