Publicado: 14 octubre 2020 a las 3:00 pm
Categorías: Artículos
Por Emilio Messina
La sociedad atraviesa momentos que resultan difíciles, pérdida de empleos, cierre de ecosistemas empresariales, principalmente micros y medianos empresarios formales, e impactos directos sobre el 50% de la población ocupada que se mantiene en la informalidad o de otros muchos indicadores que posiblemente puedan desanimarnos y que no vale la pena mencionar.
Hoy se trata de un ejercicio de autodecubrir cuál es el sentido de ser panameño o panameña, o de vivir en este gran país como si lo fuera, porque como decía la consigna de la famosa canción de los años 60, café y petróleo, no importa donde se nace o se muere, sino donde se lucha. Pero el ser panameño o panameña, no lleva a preguntarnos ¿qué estamos haciendo?, sino quién estamos siendo como sociedad para enfrentar este difícil nubarrón que nos llegó como la sombra en un momento en el que se eclipsó el sol sobre la tierra y del que aún no logramos sobreponernos.
El ser ciudadano o ciudadana de este país, ha implicado un difícil tiempo de sacrificio, pero como una explosión creativa, ante tanto infortunio, surge un nuevo valor de supervivencia producto del ingenio creativo de cada persona que ha tenido que enfrentarse cara a cara con la adversidad.
Como decía Ilya Progogine premio Nobel de química 1977, es el fin de las certidumbres, y en un sentido, es posible que las soluciones de las ciencias, vayan muy por detrás de los problemas, y en otro, que la dependencia del Estado benefactor se esté volviendo una especie de ilusión óptica de la cual, muchos han dejado de creer, para mirar cuál su potencial disponible, y con cuáles recursos internos cuenta cada uno, a fin de salir bien librados de esta pandemia, léase, con la menor cantidad de secuelas posibles.
Es menester que en este momento de malestar en la cultura global, y ante esta vorágine que se esparce como una caja de pandora abierta y que libera los males del mundo, si reflexionamos sobre quién estamos siendo en esta crisis y cuál es nuestra contribución, estoy seguro que como en el relato mítico permanecerá, la esperanza, insinuando que cada sueño que no se ha cumplido, está detrás de una decisión que aún no hemos tomado.
Esta luz que rompe el eclipse, es la innovación social. Hay muchas definiciones que ponen en relieve su significado, y pueden ser fácilmente encontradas en la literatura, algunas desde el año 1939, que hacían referencia a la invención que no es mecánica, u otras más recientes, pensadas como nuevas formas de satisfacer las necesidades sociales, reduciendo la vulnerabilidad de las personas.
Pero aun así, es más que un concepto, es un fenómeno complejo y multidimensional, que ha venido a resurgir como alternativa ante el sentido de urgencia arrollador al que nos ha expuesto la pandemia y que tanto nacionales como extranjeros han echado mano, potenciando el deber ser, sobre el derecho.
Gino Rodari en su cuento, el camino que no iba a ninguna parte, decía que habían tres caminos, uno de ellos no iba a ninguna parte, pero cuenta el relato que había un personaje llamado Martín Testarudo, que tomó el camino que nadie se atrevía a recorrer, al final para su sorpresa, encontró un palacio, hadas, tesoros y una hermosa princesa.
Esta historia nos invita a repensar la crisis con una mirada diferente, observar cuales son la áreas de nuestra vida que coquetean constantemente con el rezago y de los sueños procrastinados y postergados que requieren ser puestos a luz del nuevo sol y que producirán el cambio que esperan nuestras familias y la sociedad; y como concluía el cuento, porque ciertos tesoros existen únicamente para quien recorre un camino por primera vez.
Pienso a menudo cuando paso cerca de un campo santo, en cuántos premios Nobel han sido enterrados, científicos, literatos, poetas, o tal vez yacen bajo la fría tierra, aquellos que descubrirían la siguiente vacuna contra este virus, pero nunca se dieron por enterados. La innovación social es destrucción creativa como lo denominó Shumpeter en los 50, sobre el modo en que el emprendimiento sirve de estímulo a la economía.
Son ideas disruptivas llenas de sentimiento, en forma de mascarillas de colores, con logos, poemas, personalizadas, extravagantes, son todas las formas de cohesión social generadas por el bollo box, las galletitas y postres inspirados, las ricas boquitas; los supermercados y restaurantes a una llamada de distancia; la carne de res, mariscos, y vegetales frescos puestos en casa, que milagrosamente permiten un encuentro de miradas en línea recta, más corta y solidaria, entre la ciudad y el campo, de productores que han vuelto la mirada a la comunidad y sentido el latir de su corazón, y que de seguro, no será más como en otrora, exportando lo mejor a mercados globales y compartiendo el rechazo o la merma con el mercado local.
Cierro recordando a Wayne Dyer cuando decía, todos llevamos una música por dentro que debe ser tocada, y lo más importante es, que alguien debe escucharla para encontrar su propio propósito e inspiración, y así, como rezaba la letra de la canción de Ana y Jaime, tu patria es mi patria, tu problema es mi problema, porque detrás de cada emprendimiento socialmente innovador, hay un ser un ser humano, seamos solidarios.
Fuente del artículo: https://www.prensa.com/impresa/opinion/innovacion-social-una-fuerza-creadora/
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