Publicado: 30 noviembre 2020 a las 3:00 am
Categorías: Cuentos
por Rodolfo Elías
«El amor no ve muerte», repetía Penélope en la penumbra, antes de apurar la poción.
Clareaba el alba cuando volvió Ulises. El olor a almendras lo hizo recordar la odisea amarga, padecida en su trayecto de regreso desde tierras lejanas. Al entrar en la habitación confirmó su despropósito.
«Un nuevo día», pensó Eustacio aquella cálida mañana de verano, cuando le avisaron que su cáncer estaba en remisión. Ahora podría olvidarse de la muerte, hasta nuevo aviso. Ese aviso llegó pronto, en una fría noche invernal, con una pulmonía fulminante.
Las correas lo sujetaban bien a la silla y el trayecto por el pasillo había sido suficiente para repasar su vida. Hubiera querido tener más tiempo para arrepentirse; quince años en el pabellón de la muerte no fueron suficientes. Sólo un interruptor eléctrico lo separaba de la eternidad…
Habiendo contado su última reminiscencia, bajo el calcinante sol fronterizo, el relator bajó la cabeza y se desvaneció en la piedra que tenía por asiento. Los que volvieron después a buscarlo, sólo encontraron un montón de arena con una biznaga debajo del panamá. Se percibía un intenso olor a gobernadora, como cuando va a llover…
Después de la larga travesía por el túnel, el sicario Martín Corpus no encontró lo que le habían platicado; sólo sombras y más sombras. La última luz que había visto era el fulgor de la pistola en su cara.
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