Escritoras chilenas: Teresa Wilms Montt (1893-1921)

Publicado: 5 diciembre 2020 a las 3:00 am

Categorías: Literatura

María Teresa de las Mercedes Wilms Montt, nació el 8 de septiembre de 1893 en la ciudad de Viña del Mar, siendo la segunda de las seis hijas del matrimonio compuesto por Federico Guillermo Wilms Montt y Brieba, y Luz Victoria Montt y Montt; ambos, pertenecientes a dos influyentes familias de la elite mercantil y política del Chile de los primeros años del siglo XX. Dado el contexto social de la clase y época a la que perteneció, la educación de Teresa Wilms estuvo a cargo de estrictas institutrices, que la adiestraron en todas las materias y deberes propios a la búsqueda de un conveniente marido. Sin embargo, desde pequeña, se manifestó contraria a los valores y enseñanzas de su clase, que poco acomodaban a su espíritu libre y creativo.

Creció de ese modo entre clases de idiomas, lujos y elegantes banquetes, exhibiendo tempranamente su carisma y talento en el piano, el canto y, especialmente, las letras. Fue en uno de esos eventos, celebrado en el palacio de su padre en el verano de 1910, donde conoció al joven Gustavo Balmaceda Valdés -familiar directo del malogrado presidente José Manuel Balmaceda, quien tenía ocho años más que ella y trabajaba como funcionario del Servicio de Impuestos del Estado. Pese a oposición de ambas familias, Teresa -con diecisiete años de edad y contra la voluntad de sus padres- contrajo matrimonio con Gustavo Balmaceda, relación de la que nacieron dos hijas.

Los celos del marido y las persistentes inquietudes intelectuales de la joven -decidida a adentrarse en espacios entonces reservados a los hombres socavaron muy pronto el matrimonio, marcando el inicio del destino errante y trágico de la escritora. Entre 1911 y 1914 la familia se trasladó a diversas ciudades, tan extremas como Valdivia e Iquique. Fueron períodos de abismante soledad que sin embargo resultaron muy fructíferos en el plano creativo: durante estos años se volcó a la escritura de sus diarios íntimos y sostuvo una estrecha amistad con influyentes artistas e intelectuales, como el poeta Víctor Domingo Silva. Durante su permanencia en Iquique dio a conocer sus escritos por primera vez en forma pública, bajo el seudónimo de “Tebac”, y adhirió a los ideales feministas y anarquistas, inspirada por el discurso la feminista española Belén de Zárraga y el chileno Luis Emilio Recabarren. Testigo de esta excitación intelectual, Gustavo Balmaceda la envió de regreso a Santiago, donde quedó al cuidado de su familia paterna y, meses después, fue recluida en el Convento de la Preciosa Sangre. En 1916, tras un intento de suicidio producto del encierro forzoso, escapó hacia Buenos Aires.

La llegada a esta ciudad le permitió abrazar la autonomía como mujer y como escritora. Comenzó colaborando en la revista Nosotros, donde también lo hicieron en su oportunidad Gabriela Mistral y Ángel Cruchaga Santa María. En 1917 publicó sus dos primeros libros. Su ópera prima, Inquietudes sentimentales, conjunto de cincuenta poemas con rasgos surrealistas, gozó de un éxito arrollador entre los círculos intelectuales de la sociedad bonaerense. Lo mismo ocurrió con su segunda obra, Los tres cantos, trabajo en el que exploró el erotismo y la espiritualidad.

En 1918 se trasladó a Madrid. Allí publicó otras dos obras, ampliamente reconocidas por la crítica literaria española: En la Quietud del Mármol y Anuarí. La primera es una elegía de tono lírico, compuesta por 35 fragmentos, con la muerte como motivo central. Escrita en primera persona, enfocó su interés en el rol mediatizador del amor de la vida. Anuarí, en tanto, es un homenaje a un difunto enamorado argentino. De regreso en Buenos Aires, en 1919, publicó su quinto libro, titulado Cuentos para hombres que todavía son niños, en el que evocó su infancia y algunas experiencias íntimas, en narraciones de gran originalidad y fantasía. Luego continuó viaje por Europa, visitando Londres y París, pero manteniendo siempre residencia en Madrid.

El año 1920 se reencontró con sus hijas en París; pero tras la partida de ellas, enfermó gravemente. En esta crisis, consumió una gran dosis de Veronal y tras una larga agonía, falleció el 24 de diciembre de 1921. Tenía 28 años. En las últimas páginas de su diario, escribió: “Morir, después de haber sentido todo y no ser nada…”.

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