Cumpleaños feliz

Publicado: 24 diciembre 2020 a las 2:30 pm

Categorías: Literatura

Por Pablo Luque Pinilla .

Vienen los cumpleaños a celebrar el asomarse a la vida, que es lo mismo que celebrar la hierba entre las llagas de la acera, el hocico del perro olfateando una paloma a lo lejos, la paloma en su torre de viento, el halcón en su vuelo asesino, los polluelos en las cárcavas del río encajado en la niebla, recibiendo la carne arrebatada a la altura. Vienen los cumpleaños a celebrar el desahucio de la nada, la esencia del nacer truncando los planes del vacío, el orden inverso de cuanto emerge. Vienen los cumpleaños a celebrar, a pesar de la caducidad y la muerte, el triunfo de los días floreciendo desde el fondo de la tierra o del útero, como un Big Bang de agua, vasos y tejidos. Supongo será esta la razón por la cual mi amigo Matías sostenía, durante una de las presentaciones del poemario Cero, que la celebración de los cumpleaños prueba la existencia de Dios. No sé si es posible llegar tan lejos, pues al final toda prueba precisa sustentarse en el arraigo de la fe en cada cual, y del inclinarse de su balanza en nuestra conciencia y nuestro ánimo hacia la existencia o la inexistencia de un Misterio creador, pero resulta indudable que festejar el acontecimiento de la vida está animado por la constatación de que lo que no era, por alguna razón, de repente, es; por la evidencia de que ahora estoy y antes no estaba. De esto quise dar cuenta en el mencionado libro, dedicando una parte de cuatro a esta perplejidad dibujada en la piel del aire, cuando afirmaba: «En la nada no hay nada», precediendo algunas páginas antes al poema: «Ex nihilo fit ens creatum» («De la nada los seres ha creado»), o a la estrofa de la composición «Microensayo»: «Nacer es desear lo que vendrá, la vida que en más vida continúe, siendo el calor del vientre lo primero: el correr de la sangre en lo profundo, el haz de sombras que origina la trama de exigencias que ahora somos».

El Génesis cuenta cómo: «Al tercer día, que era el natalicio de Faraón, dio este un banquete para todos sus servidores» (40:20), atestiguando que ya en el antiguo Egipto se conmemoraban los cumpleaños. Los griegos, influenciados por los egipcios a través de las conquistas alejandrinas, harían lo propio festejando el aniversario del nacimiento de la diosa Artemisa, o rememorando, año tras año, al daimon presente el día de la venida al mundo de cada individuo. Y, como mucho de lo griego, estos eventos también fueron pasando a la cultura romana, con las pertinentes adaptaciones, hasta asentarse entre las costumbres de Roma. La fiesta, a su vez, al igual que sucedió con buena parte de la herencia clásica, fue primero rechazada y posteriormente recreada y utilizada por el cristianismo para hacer comprensible su mensaje. Así, lo que en un principio se entendió como algo sacrílego y pecaminoso por los primeros cristianos, pues estas celebraciones se relacionaban con los asuntos espiritistas y la astrología ―reparemos en la etimología de la palabra demonio y su parentesco con el daimon griego o el daemonĭum del latín tardío―, se convirtió más tarde en todo lo contrario. La causa de este cambio se remonta al momento cuando el papa Julio I en el siglo IV fijó para la Iglesia de Occidente la solemnidad de Navidad el 25 de diciembre, haciéndola coincidir en fecha con fiestas paganas. Porque con la aceptación oficial del cumpleaños de Cristo como festividad, la celebración pasaba a formar parte de la cultura cristiana, y, de esta manera, los cristianos la fueron adaptando, con el paso del tiempo, a la conmemoración de sus propios natalicios. E incluso incorporando antiguas tradiciones grecorromanas según pasaban los siglos, tales como la tarta y las velas.

Principiaba este artículo precisamente el día de mi cumpleaños, pues a menudo escribo sobre algo que me ocurre o ha ocurrido y la inercia me impone como tema. Y porque siempre me pareció hermoso y desconcertante nuestro empeño en festejar la vida que brota y sigue brotando a cada instante, pese a no cesar de evaporarse sin remedio. Nacimiento y óbito en un eterno retorno, donde se nos entrega el origen y el destino rápidos como un instante y demorados como una eternidad.  Ciclo o círculo solo de ascenso, en definitiva, pues la vida que pasa es vida que se cumple, en experiencias, amargas o dichosas, pero que son oportunidades para arrojar luz sobre los espacios más sombríos de la casa de nuestro ser. Razones para elevarse por los vericuetos del espíritu y convertirnos en más sabios y esenciales, como reflejo de un cumplimiento más definitivo. Asimismo, termino este escrito en los días previos a otro cumpleaños, por lo que, ya sopladas las velas del mío, solo me resta compartir con vosotros las velas del Adviento previas al natalicio de Jesús, a quien siempre me es grato confiar los mejores deseos. En esta hora oscura de la historia reciente, su aliento es de esperanza para todos. Más allá, sea cual fuere el motivo de celebración que cada uno halle, buena falta nos hará estos días sentir cualquier copa alzada para brindar juntos por el milagro de la vida. No hay mejor manera, por otro lado, de honrar la memoria de quienes ya no podrán hacerlo. Como no hay mejor manera de cerrar estas consideraciones, para ofrecerlas en su recuerdo.

Fuente:https://elcuadernodigital.com/2020/12/21/cumpleanos-feliz/

Fuente de la imagen: https://www.youtube.com/watch?v=U_ilYwIW-AU

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