Publicado: 11 febrero 2021 a las 12:00 pm
Categorías: Artículos
México/ 11 Febrero 2021/ Fuente/ https://aristeguinoticias.com
El régimen que se forjó en la 3ª Transformación entre 1910 y 1940, con todo y sus positividades, mantuvo sus fundamentos “objetivos” y “subjetivos” en la masculinización de la cultura y la vida.
Por Julio Moguel
Las breves líneas en las que Ignacio Ramírez, El Nigromante, señaló en 1878 –¡en 1878!– que “Los abusos de la sociedad conservadora y del clero para con nuestras mujeres han sido atroces, pero la educación y su superación personal las hará descollar en la vida nacional y lo que el hombre no pudo hacer con la fuerza bruta, la mujer con su inteligencia natural lo logrará”, es una de esos milagros del pensamiento que aparecieron muy solitariamente en una época que era singularmente patriarcal.
Perla textual a la que se agregaba la insistencia de Ramírez de que era necesario que la sociedad diera “la oportunidad a esos seres privilegiados de participar como las preceptoras de la patria, [sustituyendo] los bordados de sus manos por unas plumas nuevas.”
Con un remate magnífico que hacía ver con toda claridad que El Nigromante no estaba blofeando o construyendo algún discurso oportunista o meramente retórico en torno al tema:
La sociedad quedará asombrada de cuán precisas [pueden ser] en el análisis de la realidad política de la nación [punto y coma], no en vano en silencio gobiernan los hogares del mundo desde hace más de veinte siglos. El hombre, temeroso de sus capacidades, la condenó a una prisión permanente que se reducía a las labores del hogar y la familia. Pero las generaciones futuras arrollarán con inusual energía a lo largo de toda la patria las labores más diversas y quién sabe si hasta lleguen a gobernar las tierras y naciones que los hombres perdieron por ambición o por su notoria incompetencia”.
II
La peculiar manera de enfocar la perspectiva feminista por parte de una de las mentes más lúcidas del siglo XIX tuvo un importante reflejo en dos o tres pasajes de la novela de quien fuera su alumno más brillante y más rebelde, Ignacio Manuel Altamirano, quien en La Navidad en las montañas dejó su propia huella en favor de la “liberación de la mujer”, cuando registra cómo, con la llegada del molino de nixtamal al pueblo imaginario de la historia, fue posible reducir las cargas de trabajo de las mujeres del lugar, cuestión que, por lo demás, les permitiría en adelante levantar, frente a los hombres y al mundo, su cuerpo y rostro en una verticalidad que les negaba el hecho de tener que arrodillarse o encorvarse para hacer la masa y las tortillas.
Ante tales ideas revolucionarias –árboles vigorosos en un desierto inmenso–, lo que se impuso a tambor batiente, en el curso de una modernidad que ya iniciaba su fase robusta de despegue, un sistema patriarcal “normalizado” que mantuvo sus valores negativos más funestos durante el régimen porfirista.
La aparición de “las Adelitas” en la Revolución Mexicana –la revolución misma, en el vértigo de sus empuje y desestructuración de “lo dado”– abrió nuevas rutas en el rearme posible del poder femenino, pero el régimen que se forjó en la 3ª Transformación –en el tiempo que va de 1910 a 1940–, con todo y sus positividades, mantuvo sus fundamentos “objetivos” y “subjetivos” en la masculinización de la cultura y la vida.
(El drama vital que podemos leer en Madame Bovary muestra con toda evidencia que, en el siglo XIX, el tema del patriarcado canino era un mal extendido en todo el radio occidental).
III
En la nueva era del Covid-19 se requiere radicalizar el discurso feminista para convertirlo en fuerza-eje en el cambio de régimen que se perfile. La feminización llega –o puede llegar– a convertirse en un motor central de la transformación social que se pretende, apoyados en las evidencias, precipitadas por la aparición y por la extensión universal de la pandemia, de que las mujeres ocupan objetivamente uno de los lugares clave de los “seres revolucionarios” por excelencia que, hoy por hoy, pueden venir a “contradecir”.
Digámoslo de otra forma: si el coronavirus, sumado a la crisis climática que ya ha puesto sus límites a la sobrevivencia en el planeta, muestra que en el acto del quehacer social y de la acción de gobernar el mundo “lo que está en juego es la vida”, el eje de dominio de lo femenino se naturaliza y se vuelve clave en cualquier proceso de transformación social.
La perspectiva rebasa con mucho los conceptos y las líneas simples del “empoderamiento de las mujeres” –término, por cierto, que tiene una cierta densidad masculina– y de la “equidad de género”, más allá de si tales posicionamientos hayan sido útiles hasta el momento para el logro de no pocas exigencias liberadoras.
Pero no es difícil identificar algunos sistemas de gobierno y de relación gobierno-sociedad “con equidad de género” y “empoderamientos femeninos” forjados bajo el signo firme de la masculinidad y de una bien estructurada armadura patriarcal.
IV
El movimiento feminista se despliega sobre ramales diversos y de muy diversas formas. No hay ni puede haber un eje específico simple o único en torno a sus formas de expresión, y no se restringe ni debe restringirse, bajo ningún concepto, a la formación de agrupamientos de mujeres que “educan” o “concientizan” en torno a lo que el propio feminismo “es” o significa.
Hay que romper con la idea de que el ente revolucionario al que nos referimos se integra en algún partido o en algunas contadas fórmulas de expresión ideológica o política relacionada con los llamados agrupamientos civiles que deciden militar en torno al tema, como también alejarse de la idea de que las políticas públicas feministas se ubican o condensan en alguna secretaría u organismo gubernamental o paragubernamental de tal más cual gobierno progresista.
La emergencia feminista aparece y aparecerá, en los tiempos críticos del coronavirus, en cada uno de los ámbitos en los que se pueda potenciarse o autogenerarse la condición naturalmente vitalista y la inteligencia especial de lo que es o ha sido por siglos patrimonios prácticos y cognitivos de las mujeres. Identificando, en ello, el valor de la firaza, tal y como la define Carlo Ginzburg:
La antigua fisionomística árabe estaba basada en la firaza, noción compleja que genéricamente designaba la capacidad de pasar en forma inmediata de lo conocido a lo desconocido sobre la base de los indicios. El término, sacado del vocabulario de los sufíes, se usaba para designar tanto las intuiciones místicas como las formas de la sagacidad y la penetración similares a las que le atribuían a los hijos del rey de Serendib. En esta segunda acepción, la firaza no es otra cosa que el órgano del saber indicial.
Algo parecido a la nigromancia. ¿O no?
Deja un comentario