Néstor Mendoza: una poética sobre la altura, lo transitorio y la caída

Publicado: 13 abril 2021 a las 11:00 pm

Categorías: Poesía

Por Yeiber Roman

El primer libro que conforma la obra poética de Néstor Mendoza, nacido en 1985 en Mariara, Carabobo, se publicó en el año 2012: su título es Andamios (Editorial Equinoccio, de la Universidad Simón Bolívar) y resultó ganador de la mención Poesía en el IV Premio Nacional Universitario de Literatura, organizado por la Comisión Permanente de Directores de Cultura de las universidades venezolanas.Con dicho poemario, el autor se perfilaba como una de las voces jóvenes más prometedoras de la poesía venezolana. Tres años más tarde, en 2015, publica Pasajero bajo el sello editorial Dcir Ediciones, cuyo comité editor de entonces estaba conformado por la poeta Edda Armas y el artista plástico Carlos Cruz-Diez. En 2019 sale a la luz el poemario Ojiva desde El Taller Blanco Ediciones, Bogotá, donde Mendoza forma parte del comité editorial, y en 2020 el proyecto-taller Seshat Editorial difunde vía electrónica Dípticos, un libro que, según comenta el autor, tomó forma en 2016.

Licenciado en Educación, especialidad Lengua y Literatura de la Universidad de Carabobo, Mendoza estampa su poesía con dos aspectos prominentes: uno consiste en el lenguaje sencillo, directo. El mismo puede notarse en los títulos de sus libros—y buena parte de sus poemas—, pues consisten en una única palabra que indica la temática del poema y que denota humildad en el empleo del vocabulario por parte del autor. La otra cualidad que caracteriza su poética es la cotidianidad: sus poemas tocan aspectos de la vida diaria que dan cuenta de la aguda observación del autor sobre el entorno. Por ende, la lectura de su obra  permite reflexionar sobre aquello que siempre ha estado cerca pero suele pasar desapercibido.



Los andamios elevan y sujetan.
Andamios es un poemario escrito sobre (y podría decirse que a veces desde) la altura; el vértigo y todas las sensaciones que dicho estado implica. El poema que da título al libro es, en parte, reflejo de la fragilidad que supone estar en un lugar elevado:

Tu vida depende de su eficacia,

de que conserven la solidez

del equilibrio de los cables.

(…)

Crees ser el dueño de la elevación

y de la brisa de las palomas.

 

Dios es pura altura, dices, y dejas de temerle.

 

El riesgo de la caída y la muerte son hechos latentes en varios poemas de Andamios, como «Descomposición»,que toma por figura una guayaba como simbología de estos elementos que asemejan el acercamiento al borde de un abismo:

 

La guayaba se pudre

de adentro

hacia afuera.

 

No quiere desprenderse

de las ramas aunque

su cuerpo sienta

que la tierra hala

su jugo,

que llama

los gusanos y la pulpa.


Pasajero es un poemario que honra lo efímero o transitorio; que presenta una visión muy clara de aquello cuya existencia es momentánea con imágenes de todos los días. En estas páginas se capturan varias experiencias fugaces; por ejemplo, las disertaciones que podrían tenerse en un breve instante de quietud:

El semáforo es una buena excusa

para pensar en los trámites del día.

Es suficiente la transición

sin pausas del rojo al verde,

es mi casa la brevedad del amarillo,

los tres segundos

que unen ambos colores.

 

La vida de una mujer también representa algo pasajero en el libro de Mendoza. El poema «Dócil» retrata el cuerpo inerte de una mujer cuyo tránsito terrenal fue detenido por la violencia que alguien infligió en ella, y lo hace con un lenguaje contundente y directo; sin adornos:

El primer golpe vino desde atrás.

(…)

La mesa metálica, plancha fría,

para extender tu figura.

(…)

Tu organismo debería estar de pie.

Se supone que el cuerpo horizontal

solo es digno en el amor.


Ojiva retoma el tema de la caída, pero en este caso se trata de una caída social; la destrucción colectiva tratada de una forma profética. Este extenso poema dividido en veintiuna estrofas—cuyo orden numérico va de mayor a menor— explora todos los estados del declive hasta llegar a las cenizas, como si un proyectil se encargara de dar fin a todo. Bien lo dijo el poeta mexicano Manuel Iris: «Si Altazor (de Vicente Huidobro) es el poema de un descenso en paracaídas, Ojiva es la caída de la muerte sin juegos ni escape»:

Tanto se tardó la ojiva en romper que hubo tiempo

para embalar, dormir y traficar. Tanto que el tiempo

alcanzó para vaciar los anaqueles, ya vacíos

de antemano; tanto tardó el impacto que algunos olvidaron

por qué otros aún seguían mirando el cielo, el mismo

cielo que antes miraban todos en unánime coro.


La publicación más reciente de Néstor Mendoza, Dípticos, es un interesante trabajo de soliloquios mitológicos acompañado por las ilustraciones de Fabio Vargas Ospina. Aquí el poeta, mediante el uso de imágenes estremecedoras reinventa los grandes mitos de la literatura para darles voz a sus personajes; para otorgarles las palabras a seres como el Minotauro en un poema donde, cabe destacar, fue finalista en el I Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas en el año 2016:

Soy mitad hombre, mitad rebaño. Por ahí debe existir mi doble con pies de ganado y rostro de varón. Mi contrario y mi complemento. Soy hermoso de la garganta para abajo. La fealdad está en mi cabeza y en la violencia de mis cuernos. O solo es el encierro y su repetida soledad. Voy y me desplazo y creo en dioses o en la sangre de los sacrificados. Es lo mismo. Pienso en mí, en el hambre que no se termina o declina. Mato en cada embestida, pero en dos patas. Camino como hombre pero soy bestia y pienso como bestia. Ese es mi castigo.


Para adentrarse en la poesía de Néstor Mendoza, que aparece en diversas publicaciones digitales y ha sido traducida a varios idiomas, bastará entrar en la web de Poesía Vzla para descargar Ojiva de forma gratuita, así como también en la página de la colección Lector en Fábula de Seshat Editorial se encuentra Dípticos para descarga libre. De igual manera dejamos algunos poemas de su autoría a continuación.

 

Fe de vida

 

El animal estaba dormido o muerto en el suelo:

acerqué la varilla y hurgué en la suavidad interna.

Quiero comprobar si aún la vida puede manifestarse

con espasmos y secreciones,

o solo es quietud, inmovilidad y silencio.

Está en el piso, mitad cemento mitad arbusto,

y los insectos rodean su calma, pinchan la carne.


Pescado

 

Detrás de la cabeza y los ojos

aún queda un poco de carne.

 

Si tuvieras tiempo suficiente

entre cada bocado

harías un conteo de las espinas,

de las escamas que olvidaste desencajar.

 

Debes comer, no dejar sobras.

Imagina que el pez nadó hasta tu plato

olvidando su hogar debajo de las olas.

Imagina que se deshizo del sol,

de las algas,

que ya no va a desovar.

Alimenta tu carne con nueva carne.

El pescado está frito.

No temas.

Si no sangra no hay pecado.

 


XIII

 

Se detuvo. El proyectil se paró no se sabe

cuántos minutos pero solo se sabe que

se detuvo. Eso es comprobable y medible,

solo basta mirar hacia arriba en actitud

pasiva pero atenta. De esa manera sabremos

su densidad. Acelera y veloz se detiene pocos

metros antes de precipitarse; luego asciende

y desciende y así continua por varias horas;

lo ancho de la ojiva parece de otra materia

maleable, obediente, tan verídica que muchos

intentan meter sus dedos para comprobar su

textura, olor y sabor; querían saber si su piel

era nutricia, comestible; en algún momento

todos alzaron sus dedos, nuevamente en unánime

coro; cantaban o balbuceaban una oración que

impidiera el golpe final en la tierra. La confusión

crece y en medio de todo el caos aún existe la

posibilidad de sentarse en sillas de plástico, plegables,

en colchonetas portátiles, en la espera de los alimentos

que de la ojiva bajan, ¿bajan?, de madrugada.


Cartografía

 

El mar le dio una mordida

a la cartografía de mi país.

Dejó bordes

desiguales en la tierra, dejó

ciudades con forma de sombrero,

costas hechas con trazo nervioso y estrías.

 

El agua de la orilla siempre

es noble con los niños,

es un mar distinto,

sin aguas violentas.

 

El sol justo encima,

y lo oculto con el pulgar.

Lo parto.

Ahora tengo dos soles para compartir.

El sol es riguroso:

a esta hora

importa más el sudor que los abrazos.

 

Cielo despejado, el cuerpo boca arriba,

toda la arena metida en el pantalón.

Las olas agitan barcos

con banderas que no reconozco.

Tanta gente que pasa,

buscando más bronce en sus pieles,

un color metálico para tapar la palidez

y hacerla menos extranjera.

Solo tengo una mirada sencilla, miedosa,

para este paisaje,

y la sensación de un vidrio que me separa,

una tela, una malla, no sé.

Fuente: https://esferacultural.com/nestor-mendoza-andamios/19187

Fuente de la imagen:https://esferacultural.com/nestor-mendoza-andamios/19187

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