La educación hacia el horizonte 2030
Por Carmelo Marcén
Ya están las aulas completas, incluso la mayoría de las universitarias. Un año tras otro los cursos se consumen. Se supone que para preparar mejor a la sociedad en su conjunto. Poner en marcha el entramado educativo en septiembre es algo más que meter al alumnado en las aulas, mejor o peor, con más o menos presencialidad. No se sabe lo convulso que será este porque el futuro social nos atropella con sus incertidumbres. Todos estamos de acuerdo en que adquiere más relevancia que nunca desentrañar para qué acude cada cual a las distintas enseñanzas. Es difícil saber si los estudiantes encuentran lo que buscan, si la sociedad les da lo que necesitan. No hay unanimidad en la respuesta a esta incógnita. Ni siquiera entre el alumnado. ¡Qué decir si preguntamos a las administraciones educativas, al profesorado o a las familias! Las empresas también tienen su modelo. ¡Vaya lío!
Se sospecha que llegará el año 2030 (sobre el que tantos deseos se han formulado) y nos pillará sin hechuras firmes. Las variables ecosociales que se manifestarán de aquí a entonces no se resuelven con argumentos frágiles. Incluso tenemos dudas sobre lo que significa el Espacio Europeo de Educación para 2025. Mal asunto pues afecta también a la familia y a la sociedad entera. Se decía no hace mucho que la educación es uno de los eslabones más fuertes de la malla familiar. Sobre él habría que hablar mucho, parlamentar, llegar a acuerdos, revisar el pasado para anticipar el futuro, contribuir cada cual con su esfuerzo y convencimiento. Mejor tener el presente por testigo en la coeducación recíproca entre todos los miembros. De lo contrario, malo será el proceso de crecimiento del grupo, pero especialmente de los más pequeños, de su corresponsabilidad.
De todo se ve en la enseñanza no escolar. Algunas familias ejercen con éxito, otras se enrocan demasiado y las hay que hace tiempo que se vieron superadas por las circunstancias. Sobre bastantes de ellas planea el concepto de que educación es llenar un recipiente de contenidos antes que prender una llama para que cada cual se alumbre en su búsqueda. Las familias deberían fijarse básicamente en animar a la exploración de caminos reflexivos. Pensemos en asuntos tan serios como el respeto al prójimo, el cambio climático, lo que suponen derechos humanos universales, la pertenencia a un conjunto multidiverso, la ecodependencia social, el complejo mundo de las emociones, etc. Esto es educación hacia 2030.
En ese año y los años siguientes no habrá sociedad posible, entendida en sus interrelaciones favorables, si la educación no se toma en serio. Si salimos del ámbito familiar nos encontramos con que la educación de calidad (ODS. 4) -se supone que derecho universal- debe mejorar, no solamente en los países menos avanzados. En el nuestro, detrás de bastantes decisiones sobre su estilo y contenido en el Estado y las CC.AA. hay intereses excesivamente parciales. Defensores y detractores se enfrentan por asuntos varios, dentro y fuera de los escenarios legislativos. Por eso, cada vez que se quiere revisar la Educación, suponemos que para mejorarla, se origina una esporádica tragedia nacional en forma de ideologías contrapuestas, que poco tienen que ver con el sentido social y transformador que le sería propio. Suelen provocarla con más intensidad quienes no mandan en ese momento, o grupos minoritarios impelidos por cierta incomodidad de perder privilegios o por inquinas diversas.
Hemos escuchado y leído últimamente que la Lomloe supone una vulneración de la libertad de las familias, una cierta ideologización. Lo han enfatizado quienes cuestionan el conjunto de valores de la educación que en la ley se defiende. Recordemos que en la nueva norma se ha apostado por animar a que los escolares se interroguen sobre estilos de vida, anteponiendo esta estrategia a la mera acumulación de contenidos. Lo exige el mundo cambiante actual; no podemos anclarnos en la escuela de hace décadas. Seamos reflexivos en torno a aquello que afirmaba Emilio Lledó sobre el hecho de utilizar la bandera ideológica como única señal para educar pues lo que consigue es entorpecer. Apostillaba que valdría más tener como referencia una enseña bordada de “de justicia, de bondad, de educación, de cultura, de sensibilidad, de amor a los otros, de los que formamos parte nosotros”
Da la impresión de que para los rivales políticos, antiguos y nuevos, lo mejor es que poco cambie, por más que critiquen lo mal que está la educación. Podrían pensar un rato que sin la superación de las discriminaciones ahora vigentes, construidas a lo largo de muchos años, no hay comunidad posible. Se necesita el concurso universal para construir un edificio social permanente; en ese cometido la educación debe desempeñar un papel básico. El reciente informe de la OCDE sobre la educación en España supone un rapapolvo en algunas cuestiones como el fracaso escolar o las repeticiones. Queda pendiente la reflexiva respuesta a aquella afirmación que se atribuye a San Agustín de que hay que hacer más caso a quién enseña que a los que mandan, o aspiran a conseguirlo.
La educación es algo más que asegurar una plaza a cada niño o niña, adolescente o joven que camina por la enseñanza obligatoria o quiere cursar FP o un grado universitario. La desigualdad educativa no es para nada una metáfora. El dinero particular o los recursos públicos no deben restringir los niveles de educación como derecho universal. Ni siquiera en los países avanzados como España, que es el objeto de nuestro artículo. La educación formal debe ser un escenario activo multiforme y no tan pasivo como ahora. Sería algo así como la antesala de las vidas de los actuales escolares, que serán más incógnitas e inciertas en años futuros. Porque al paso que vamos, y si las crisis anunciadas para las décadas futuras se hacen realidad, servirá mucho más una educación que se haya volcado en la ética social y ecológica.
Algo así, más o menos, decía Hegel, entre otras muchas cosas. Algo de esto planea sobre la nueva ley. Enseñar es saber escuchar las preguntas del alumnado, sus dudas, sus expectativas, antes que el profesorado les exponga un friso de sus necesidades, que en realidad no lo son. Esta encomienda molesta a quienes anuncian recursos varios al desarrollo de la Lomloe: unos más justificados que otros. Queremos pensar que no han calibrado bien sus posturas. Vendría mejor que participasen de forma crítica en la construcción de una ley educativa adaptada a los tiempos, en el cuestionamiento razonado de los aspectos mejorables, que los tendrá, y en la adaptación al año 2030 y siguientes de los desarrollos curriculares. Necesitamos un pacto o convenio duradero por la Educación en España.
John Dewey, al que citamos muchas veces nos dejó un pensamiento que debería ser objeto de análisis permanente: la educación es algo más que una preparación para la vida; es la vida misma. A lo que podríamos añadir aquello de que educar es impregnar de sentido crítico y reflexivo, de acuerdo con las capacidades de cada cual, lo que los escolares construyen desde la primaria hasta la universidad. Porque en el año 2030 y sucesivos sabrán responder a los nuevos retos si sus competencias han sido acrecentadas con visiones multiperspectivas. En fin: ¿Qué enseñar y para qué? ¡Vaya curso que nos espera!
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