El embarazo, un argumento para excluir
Por Lourdes Consuelo Pacheco Ladrón de Guevara
No es la primera vez que el embarazo se convierte en una causal para excluir a las mujeres de los derechos que les corresponden. Ello ha ocurrido en oportunidades de capacitación, ascensos, promociones laborales, etcétera; que se proponga que el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) les suspenda la beca a las becarias por embarazo, parto o puerperio es parte de la institucionalización de la exclusión. Por lo menos fue el caso de la propuesta presentada al Consejo Nacional de Mejora Regulatoria (Conamer) en días pasados, aunque recientemente se ha mencionado que el Consejo dará marcha atrás a esta medida. Vale la pena mencionar que la propuesta de cambio de Reglamento de becas para el fortalecimiento de la comunidad de humanidades, ciencias, tecnologías e innovación continúa abierta desde que se publicó para consulta el 21 de enero del presente año. Apenas el pasado 20 de febrero, trascendió que el oficio CONAMER/22/0419 indica que el Consejo “determinó que la propuesta de reglamento de becas sí incluye diversas acciones que pueden restringir derechos para particulares, pues se establece que será causa de suspensión del apoyo que una becaria se encuentre embarazada”. Pero tal oficio no es público aún.
Pero más allá de lo que pase con este reglamento en lo particular, es importante preguntar ¿por qué se excluye a las mujeres embarazadas de la educación? Cuando cursé estudios en una secundaria federal, una de las compañeras de tercer año se embarazó. La directora —en el homenaje del lunes— expulsó públicamente a la estudiante. La alumna tuvo que salir, atravesar el patio donde se celebraban los honores y, sólo cuando hubo traspuesto la puerta, la ceremonia continuó. El silencio se instaló entre nosotras como una roca que nos sofocaba. Alguna quiso llorar, pero la mirada enérgica de la directora contuvo cualquier muestra de tristeza y miedo. Tuvo que ser expulsado lo que causaba irrupción de lo normal para que el acto educativo continuara. Los padres y madres de familia consideraban a la directora ejemplo de rectitud.
Muchas veces me he preguntado qué fue de esa compañera; a dónde envía la escuela a quienes son excluidas de esa manera. Para las adolescentes que éramos en la década de los sesenta, esas imágenes aterrorizaron nuestro imaginario y se quedaron ahí, como el castigo a quienes trascienden normas: la expulsión del paraíso que era la escuela.
¿Es muy diferente la actitud del Conacyt del siglo XXI a la de esas escuelas castigadoras? Debería serlo, porque hemos presenciado múltiples cambios de entonces a la fecha. Entre lo que hemos avanzado se tiene lo siguiente: el reconocimiento de derechos reproductivos de las mujeres tanto en la normatividad mexicana como en los convenios internacionales; la presencia de una masa crítica de mujeres, al interior de las instituciones, capaces de cuestionar los mandatos patriarcales sobre sus cuerpos; las mujeres como sujetos con capacidad de exigibilidad de derechos ante las instancias nacionales e internacionales correspondientes, y un amplio movimiento activista en favor de las mujeres y sus derechos.
El intento de excluir a las jóvenes embarazadas de la educación deriva también del modelo adultocéntrico en que se concibe a la educación y a su instrumento: las becas. Este modelo parte de una secuencia lineal en la que las jóvenes deben transitar por la escuela, egresar y, posteriormente, ingresar a la vida sexual y reproductiva. Se puede decir que ese es el camino idealizado para la juventud, tanto para mujeres como para hombres. Sin embargo, de acuerdo al Fondo de Población de las Naciones Unidas en México (UNFPA, por sus siglas en inglés), las y los jóvenes inician su vida sexual entre los 15 y los 19 años, prácticamente sin protección. Por su parte, la SEP reveló que cuatro de cada diez estudiantes tuvieron su primera relación sexual entre los 12 y los 15 años (Encuesta Nacional de Exclusión, Intolerancia y Violencia en Escuelas de Educación Media Superior), lo cual muestra que el modelo idealizado sólo existe en la mente de quienes lo conciben, pero se encuentra muy lejos de las prácticas reales de la adolescencia y juventud a lo largo y ancho del territorio nacional con variaciones en grupos sociales y culturales.
Estudiar vs. concebir
Estudiar o concebir es una de las encrucijadas que se plantean las estudiantes contemporáneas cuando desean realizar estudios superiores o estudios de posgrado. Optar por estudios de posgrado significa retrasar la maternidad; optar por la maternidad implica salir de la formación escolar para dedicarse a la concepción y al cuidado. Lo anterior, por los roles de género tradicionales que traducen el embarazo como castigo y carga para las mujeres. Es cierto que una gran cantidad de estudiantes realiza ambas actividades. Sin embargo, el desgaste físico y emocional es muy alto, ya que prácticamente ven cancelados los tiempos de descanso y ocio.
Por su parte, las instituciones de educación superior carecen de infraestructura para que las estudiantes-madres puedan realizar sus estudios. Apenas, recientemente, se establecieron guarderías para hijas e hijos de estudiantes en algunas universidades, lo que contribuye a evitar la deserción escolar de estudiantes-madres. Es claro que el embarazo y el puerperio impactan la permanencia de las mujeres estudiantes en mayor medida que las de los estudiantes-padres, puesto que estos pueden permanecer en la educación sin grandes dificultades. Para las mujeres, asumir el embarazo se convierte en una decisión que les cambia el presente y modifica sus expectativas de futuro.
Quienes estamos en la docencia del nivel superior y de posgrado damos clases a estudiantes embarazadas; a mujeres que asisten a clases con el bebé en brazos y en carriola, la cual es turnada entre las amigas. En más de una ocasión nos toca hacer el turno de abrazar a la bebé o mover la carriola con tal de que la estudiante se integre a una dinámica escolar. Si a ello agregamos la maternidad casi obligada con que llegan las estudiantes de pueblos originarios, encontraremos la maternidad como un factor de desigualación.
La disposición de cancelar las becas a las estudiantes que se embaracen y tengan descendencia forma parte de las amenazas con que las mujeres asisten al acto educativo. Obtener una beca para cursar estudios de posgrado otorga la posibilidad de contar con recursos mínimos para la manutención a fin de dedicarse de tiempo completo a los estudios. La cancelación de las becas, o su intento, opera como criterio disuasivo tanto para continuar los estudios como para entrar a la reproducción.
Hasta épocas recientes, algunas IES de posgrado solicitaban exámenes de no embarazo para admitir a estudiantes. En algunos posgrados donde he impartido cursos, se pedía firmar una carta donde la solicitante se comprometía a no embarazarse durante el tiempo que duraran los estudios. También la pregunta “¿Piensas tener hijos?” era parte central de las entrevistas de ingreso. Aún más: en algunas instituciones de prestigio se instalaban dispositivos intrauterinos (DIU) a las estudiantes de posgrado para garantizar la permanencia y terminación de los estudios y, con ello, garantizar la inversión realizada en forma de becas. Embarazarse, sin embargo, no habla del rendimiento educativo, de la inteligencia de la becaria ni de su desempeño; criterios que son excelsos para Conacyt para cumplir con sus metas de eficiencia y productividad. De lo que nos habla es del cumplimiento del mandato de la maternidad o de la decisión de procrear. En todo caso, el embarazo debiera ser indiferente al otorgamiento de becas y a su conservación. Utilizarlo como argumento para excluir lo convierte en un factor de discriminación, una violación a los derechos de las mujeres y, sobre todo, en la espada de Damocles que pende sobre las becarias. Además, daría pie para que las becarias embarazadas oculten el embarazo al Conacyt en su faceta de padre castigador.
Por el contrario, si algo debe significar el embarazo para las becarias es actuar como factor de apoyo: a las becarias embarazadas se les debería prolongar el periodo de la beca durante, al menos, un año y aumentar el monto como apoyo a la manutención de la criatura. Ello hablaría de un Estado que toma decisiones con perspectiva de género, al reconocer lo que significa la maternidad para las mujeres. De nueva cuenta, la vida privada muestra la falacia de serlo porque los actos de lo íntimo se convierten en espejos de lo público, en criterios para expulsar.
Por último, el ruido que se generó alrededor de la presunta fallida iniciativa, las voces de inconformidad, las cartas suscritas, la actividad en las redes sociales, mostró a las mujeres como una clase política capaz de reaccionar ante decisiones autoritarias. Decisiones autoritarias sobre el cuerpo de las mujeres que, como sabemos, llevan todas las marcas del poder.
Lourdes Consuelo Pacheco Ladrón de Guevara
Socióloga de la Universidad Autónoma de Nayarit
Ilustración: Raquel Moreno
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