La educación superior en riesgo: la tentación de esterilizar el pensamiento
Por Ana Razo
La libertad de pensar no es un privilegio. Pensar es un derecho. Pero hoy, ese derecho se quiere controlar. El Ministerio de la verdad y la policía del pensamiento son recursos de control social muy distintivos de 1984, la novela distópica de George Orwell. En esta historia, el Estado, con la intención de contar “la verdadera historia” —su historia— reescribe libros y altera obras literarias. Además, destila el lenguaje para evitar ideas que no deben ser pensadas, porque lo que no se nombra no existe. Así, el Estado basa sus funciones en acciones de vigilancia, control y represión. Siempre preocupado por pensamientos distintos.
La tentación por imponer un pensamiento único tiene una tradición arraigada. No es una idea nueva en la experiencia humana. En el año 370 a.C. Platón refirió, en el Libro III de La República, que la educación debe ser “vigilada” para recuperar la moral y los valores tradicionales. La propuesta es una estricta censura sobre la literatura, la música y el teatro permitido para las juventudes griegas. Se trataba de eliminar todo lo que la ciudad no considera justo y bello. Por ejemplo, “borrar” los versos de Homero que no fueran lo suficientemente educativos y nobles.
Poco más de dos mil años después, en 1633, el poder de la iglesia católica haría que Galileo se retractara de su teoría heliocéntrica para aceptar y firmar justo lo contrario de lo que pensaba. Intentos por controlar el pensamiento ha habido muchos, algunos imaginarios, otros reales.
Recientemente, la educación superior y el desarrollo científico en México han recibido los intentos por controlar el oficio de pensar. Conacyt ha emprendido un asedio y ataques sistemáticos a distintas instituciones académicas, centros públicos de investigación y a las trayectorias y reputaciones de personas dedicadas a la ciencia. Por ejemplo, las precarias condiciones impuestas para la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH); la estigmatización de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) como individualista y neoliberal; la ofensiva política y presupuestal a la Universidad de Guadalajara; el despojo de las instalaciones a la Universidad de las Américas-Puebla (UDLAP) y, en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), la imposición de autoridades y normativas para limitar la diversidad de pensamiento y las decisiones colegiadas. Se trata de una guerra por el dominio del pensamiento.
En esta guerra no sólo se arriesgan la vida en la academia o la educación universitaria, están en juego los principios de democracia y libertad. La reestructuración por el control del pensamiento ha alcanzado al marco normativo y de operación de la ciencia y la tecnología: sin conducir análisis y valoraciones rigurosas, se eliminaron los fideicomisos de ciencia y tecnología; hay afectaciones a los programas de becas; a los programas de formación continua; hay alteraciones a los derechos laborales de colectivos docentes y al Programa Investigadores por México (antes Cátedras Conacyt); propuestas de leyes, como la Ley de Humanidades, Ciencia y Tecnología, diseñadas sin consultar a la comunidad a la que va dirigida —la comunidad científica—, y Programas Nacionales Estratégicos que limitan la libertad de investigación y de docencia.
Un ejemplo simbólico es el ataque al CIDE. Desde el año pasado, el Conacyt —el principal órgano rector de la ciencia y la tecnología en el país— ha encabezado un embate deshonesto, arbitrario y francamente injusto contra el Centro de Investigación. Uno de los argumentos utilizados reiteradamente para justificar las imposiciones e ilegalidades cometidas en contra de esta comunidad educativa es la falta de diversidad epistemológica. Es decir, se le acusa de no ser lo suficientemente diversos en la forma en cómo se acercan al conocimiento: de hacer “ciencia neoliberal”. Pero, también, sin evidencia ni argumentación lógica, se le acusa de complicidad en injusticias y actos corruptos de gobiernos anteriores. Tristemente, esta argumentación refleja el profundo desconocimiento que se tiene sobre las comunidades científicas y académicas del país (o simplemente es un pésimo pretexto). Bastarían diez minutos en cualquiera de sus aulas —y en cualquiera de sus pasillos— para saber que en el CIDE se mezclan una gran variedad de formas y métodos para indagar sobre los problemas públicos. Que desde el disenso y los puntos en común, hablamos, construimos y nos cuestionamos siempre buscando cubrir los puntos ciegos. Que, desde las aulas, buscamos indagar y aprender con el rigor técnico y ético, pero también cuestionando nuestras propias certezas. Tal vez el “problema” es que los posicionamientos epistemológicos del CIDE nunca han tomado —ni tomarán— como faro de ruta el avalar incondicionalmente las decisiones del gobierno en turno.
En ese sentido, la batalla es por defender el oficio de pensar. Por resguardar —en libertad— la decisión sobre qué enseñar e investigar, cómo hacerlo y con quién. Sin embargo, en este punto, el combate más importante se librará en los salones de clase. En impulsar el aprendizaje en las aulas como un acto de libertad, de justicia, como un acto contrario a la dominación. Entonces, ¿qué está en riesgo para la educación y la ciencia cuando se intentan callar otras voces?
Aprendizaje como revolución: la pedagogía de la resistencia
Se refiere al salón de clases como el mejor espacio para aprender en comunidad; para interesar a nuestro estudiantado en aprender como un acto para resistir todo aquello que intente mermar una sociedad más justa, más libre, más igualitaria y solidaria.
En Teaching to transgress [Enseñanza para transgredir], Bell Hooks lo refiere con claridad:
El aula sigue siendo el espacio de posibilidad más radical en la academia […] Instándonos a todos a abrir nuestras mentes y corazones para que podamos saber más allá de los límites de lo que es aceptable, para que podamos pensar y repensar, para que podamos crear nuestras visiones, celebro la enseñanza que permite las transgresiones, un movimiento en contra y más allá de los límites. Es ese movimiento el que hace de la educación una práctica de libertad.
Lo que le pedimos a las y los estudiantes que realicen en la escuela y en el aula está directamente relacionado con lo que aprenden. Si les pedimos memorizar, eso harán; si les pedimos copiar textos, eso harán; si les pedimos repetir, eso harán. Pero si les pedimos cuestionarse y repensar lo que conocen, eso es lo que harán.
Construcción de criterio para el desarrollo pleno
Consideremos por un momento que el mejor lugar para desarrollar el oficio de pensar es la escuela. En ese sentido, la forma en cómo entendemos lo que significa aprender y el proceso de pensamiento de las niñas, niños, adolescentes y jóvenes es esencial. Por un lado, podemos pensarles como recipientes a ser llenados, como “esponjas absorbentes”. Por otro lado, desde la visión de Rousseau, como una llama para ser encendida.
Si pensamos al estudiantado desde la primera perspectiva, como esponjas absorbentes y recipientes esperando llenarse con información, entonces nuestros planes educativos serán un listado interminable de temas. Un registro inacabable de contenidos y palabras permitidas y otras no, dependiendo de la moral y la ideología en turno. Pero la prohibición de formas de ver el mundo, el intento de esterilizar el pensamiento de todo aquello que es “malo”, “inapropiado” o “contrario” no hará que nuestro estudiantado pueda construir una ciudadanía más plena, sólo la hará incapaz de distinguir la diferencia.
Ahora bien, si pensamos al estudiantado desde la visión de Rousseau entonces reconoceremos que una de las principales tareas del proceso educativo en la escuela es ayudar a las personas a construir su sentido y criterio de lo bueno, lo bello y lo verdadero. Y eso se construye en un proceso permanente y reflexivo de “dar significado a la información mediante la experiencia, el interés y la interacción con las personas y sus ambientes”. Lo que impulsa la formación de una ciudadanía crítica. De lo contrario, estaremos operando un mecanismo que refuerza y mantiene el dominio irrestricto de la autoridad.
Libertad, justicia y ciudadanía
La palabra convence, pero el ejemplo arrasa. ¿Qué está aprendiendo la comunidad estudiantil del actuar del Conacyt en estos últimos meses? ¿Es un ejemplo de legalidad y de respeto a los espacios educativos colegiados y democráticos? ¿Cuál es la posición del Conacyt y de la Secretaría de Educación Pública en el respeto y reconocimiento de la voz y el voto de los colectivos estudiantiles? ¿Cuál ha sido la narrativa pública alrededor de los aprendizajes del estudiantado?
El aprendizaje ocurre como un proceso de cuestionamiento, respuestas y nuevas preguntas. Ocurre por el interés y la curiosidad por aprender. Curiosidad entendida como la brecha entre “lo que uno sabe y lo que uno quiere aprender”. Así, la información no es sinónimo de aprendizaje. En ese sentido, cuando las autoridades responsables de la política educativa, científica y tecnológica del país intentan acallar las voces diversas, esterilizar el pensamiento y destilar los libros de texto, ponen en riesgo no sólo las oportunidades de aprender, sino las posibilidades de construir colectivamente cambios de raíz, humanidades compartidas, ciudadanías activas y solidarias.
“El secreto de la educación está en el respeto al discípulo”, decía Emerson. Por esa razón, vale la pena preguntarnos cuál ha sido el papel que la Secretaría de Educación Pública y la Subsecretaría de Educación Superior han jugado ante la imposición y la ilegalidad con que se ha intentado doblegar al CIDE. Al parecer ha sido una complicidad discreta pero contundente. Al votar a favor de anular las decisiones educativas colegiadas, al ignorar a los colectivos estudiantiles, al avalar imposiciones que desdeñan y atentan contra la comunidad educativa, no únicamente ponen en riesgo a las instituciones educativas construidas democráticamente, también atentan contra el aprendizaje del estudiantado. Cuando las propuestas de reformar la educación consideran excluir palabras y destilar textos, ¿es esa la Nueva Escuela Mexicana?
Los contextos de operación de las escuelas (en todos los niveles educativos), centros públicos de investigación e instituciones de educación superior son un reflejo sistemático de la conceptualización que se tiene de la justicia. Sostener y apoyar las arbitrariedades institucionales y educativas contra el CIDE es atentar también en contra de la equidad y las oportunidades educativas de las y los jóvenes estudiantes.
Hasta ahora le han ganado algunas batallas a la libertad académica. Lo han hecho con los dados cargados. Pero como diría un gran profesor: este sólo es el final de un capítulo, no de la serie completa. En las aulas del CIDE no se rellenan mentes, se encienden llamas. La idea del pensamiento único se quedará fuera de los salones de clase. No dejaremos que los intentos por controlar el pensamiento entren a nuestras aulas. No pasarán.
*Profesora investigadora del CIDE
Fuente:
La educación superior en riesgo: la tentación de esterilizar el pensamiento
Categorías