Educación y desigualdad: la tragedia del peor escenario
Por Alejandra Donají Núñez
Nos enfrentamos a ideales de futuro que justifican toda destrucción, y que nos impiden ver el despojo que ha traído la (des)atención a la pandemia.
En materia educativa, el presente es trágico y el futuro desesperanzador. Para atender la emergencia durante la pandemia, la SEP no implementó políticas públicas efectivas, no invirtió en medidas para el bienestar de niños y niñas, ni capacitó a maestros y maestras. Tampoco generó información en tiempo real para precisar la situación -como pudo serlo un censo de escuelas y sus capacidades, o un flujo de comunicación y documentación con las comunidades educativas- por lo que ahora las posibilidades de conocer cómo está el sistema educativo son muy limitadas. Si antes de la pandemia había poca información, la actual ausencia de información complica aún más conocer el panorama de despojo casi absoluto en el que se encuentran los niños y las niñas en la escuela pública.
En otras entregas he compartido sobre el impacto que tiene la eliminación de la jornada ampliada y alimentación para 3.6 millones de niños y niñas a la luz de género y de racismo. En esta ocasión, deseo compartir lo que se conoce a la luz de la desigualdad, considerando los efectos que ha tenido la pandemia en el aprendizaje.
Con los estudios y análisis que existen, parciales pero cruciales, podemos afirmar que el sistema educativo nacional, y con ello el proceso educativo formal de millones de niños y niñas, se enfrenta a una realidad que supera a la proyección. Aunque hacen falta más investigaciones, con las existentes podemos explorar, como en un mapa, los efectos de la desigualdad en la educación a la luz de la pandemia. No obstante, es necesario que usted lector y lectora, use su imaginación porque nuestro mapa es limitado, la realidad es mucho peor de lo que se muestra.
El sistema educativo es desigual; mantiene alta desigualdad de oportunidades y baja movilidad social. Esto significa que, a través de la educación en el sistema público, las personas tienen una muy baja posibilidad de aumentar su capacidad de acceder a recursos y oportunidades, incluyendo el desarrollo de sus propias habilidades cognitivas y socioemocionales, lo que hace muy difícil moverse desde su punto de origen hacia un mejor futuro. Antes de la pandemia el sistema educativo ya era desigual, y por la ausencia de políticas públicas efectivas en la pandemia, la desigualdad aumentó.
Para explorar nuestro mapa de desigualdad en el sistema educativo es necesario considerar tres tiempos que se potencian entre ellos: lo que se desaprendió, el aprendizaje que no se realizó, y lo que no se va a poder aprender. Estos tres tiempos suceden en el mismo curso de vida de cada niño y niña, y cada uno impacta en el otro, haciéndolo más grave y cruel. Además, nuestro mapa tiene capas: regiones, capacidad económica de los hogares, género, edad y las capacidades, experiencias y resiliencia de los propios niños y niñas.
Lo que se desaprendió
Primer tiempo: lo que se desaprendió. La pérdida de aprendizajes usualmente sucede en vacaciones o cuando por alguna razón hay irregularidad y discontinuidad en la escuela. En nuestro país, las escuelas cerraron 48 semanas y ese periodo sin escuela presencial generó que los niños y las niñas perdieran habilidades que ya antes dominaban. El estudio realizado por Felipe Hevia, Samana Vergara, Anabel Velásquez y David Calderón expone la pérdida de aprendizajes de niños y niñas de 10 a 15 años en dos observaciones -en 2019, y luego en 2021, en pleno cierre de escuelas, a más de 3 mil niños en Campeche y Yucatán, a la luz de la capacidad socioeconómica de sus hogares.
Los resultados muestran que todos los niñas y niñas, independientemente de la capacidad socioeconómica de sus hogares, sufrieron pérdidas de aprendizaje en el encierro. No obstante, lo que se desaprendió está marcado por desigualdad. Los niveles socioeconómicos más bajos tienen una mayor pérdida, y los niveles más altos no sólo contaban de entrada con más, sino que, además, desaprendieron menos. Las pérdidas de aprendizaje están marcadas por la edad: los más pequeños muestran más pérdidas. Las mayores pérdidas se encuentran en comprensión de lectura y en resolver problemas. Para los más pequeños de las familias con condiciones socioeconómicas más bajas, la pérdida en comprensión de lectura fue de alrededor del 26%, y para hacer restas del 47%. Sus pares de familias con condiciones socioeconómicas más favorables tuvieron pérdidas en comprensión de lectura del 15%, y en restas del 24%. Hay pérdidas escandalosas: ningún estudiante de 10 años de familia con condiciones socioeconómicas bajas pudo resolver un problema matemático de su grado escolar. La condición socioeconómica duplica la pérdida en la correcta lectura de palabras entre aquellos con menos recursos y con más. Para todos los niños y niñas la pérdida en matemáticas, en promedio, fue más del doble que en lectura. Hubo una pérdida severa de aprendizajes concretos.
Lo que no se aprendió
Sigamos nuestro mapa hacia la adquisición de aprendizajes: lo que se podía aprender en el tiempo en que la formación se dio a distancia. Luis Monroy Gómez Franco, Roberto Vélez, y Luis López Calva construyeron una aproximación a nivel nacional y regional de los impactos a corto plazo en la trayectoria escolar y lo que implica en desventajas acumulativas a largo plazo, considerando la capacidad de atenuación de los hogares ante la situación de la pandemia; es decir, la capacidad de las familias de poner recursos para la educación de sus hijos e hijas, incluyendo la propia formación de los adultos del hogar.
Lo que Luis y sus colegas nos muestran es desproporcionado en términos de desigualdad. Así que otra vez apelo a su imaginación, estimado lector y lectora: lo que sucede es peor de lo que se ha podido documentar. El artículo muestra escenarios: el mejor, que el aprendizaje a distancia fuese un perfecto sustituto de la actividad presencial; uno intermedio, donde se aprende menos, y un tercer y peor escenario donde no se aprendió con el programa a distancia. Los impactos en el aprendizaje se estiman con datos de las regiones, considerando la capacidad de atenuación de los hogares. Los resultados muestran impactos marcados por la desigualdad: las pérdidas en el sur del país son mayores que en el norte. En el mejor escenario, a nivel nacional no se alcanzó un tercio de los aprendizajes del año escolar, mientras que para el sur del país la mitad del año escolar quedaría ajeno para esas niñas y niños. Pero en el peor escenario, a nivel nacional lo que no se aprendió corresponde a un año escolar completo, mientras que en el sur del país correspondería a un poco más del año.
El artículo muestra que el aprendizaje a distancia no depende sólo de la capacidad institucional de la SEP, sino principalmente de la desigualdad existente y de la capacidad de las familias para implementar herramientas y acciones para mitigar la pérdida. En otras palabras, la desigualdad es la condicionante principal de si como niño o niña aprendiste algo en el tiempo de la pandemia o no. Por lo tanto, en un país con desigualdad tan alta, el escenario que se actualiza para millones de niños y niñas es literalmente el peor escenario posible. Al menos, eso sucede en el sur, tal como lo mostró lo desaprendido.
Lo que no se va a poder aprender
Pasemos al tercer tiempo: lo que no se va a poder aprender. El aprendizaje es un proceso constructivo y acumulativo. Para aprender en tercero de primaria, debes de haber entendido lo propuesto en segundo; si no, tus huequitos y lagunas impiden que entiendas. Si no aprendiste todo lo que tenías que aprender en segundo de primaria, aprenderás muy poquito en tercero y así sucesivamente. Lo que no se aprendió impacta en el largo plazo de manera acumulativa y exponencial. En el peor escenario, la pérdida de corto plazo genera un impacto acumulativo de un año y medio en el centro del país; en el promedio nacional y en el norte de más de dos años, y de tres años completos en el sur.
Leyendo nuestro mapa
Los estudios no son inmediatamente comparables, pero seamos imaginativos. Veamos el sur: un desaprendizaje promedio de 23.4%, un impacto de lo que no se aprendió de un poco más de un año, y un impacto acumulado a largo plazo de tres años escolares. Dichas pérdidas generan que un niño o niña que termine secundaria cuente con un acervo de conocimientos y habilidades muy disminuido, incluso que quizá sólo cuente con los aprendizajes correspondientes a la primaria, y eso si bien le va, porque además hay múltiples desigualdades dentro de la misma región y en los hogares. Aunque sus notas y certificados les den pase a otros niveles, acecha sobre ellas y ellos el riesgo magnificado de dejar inconclusa su educación obligatoria cuando se enfrenten a exigencias que suponen que dominan lo que en realidad no tuvieron oportunidad de incorporar en el momento adecuado.
La pérdida de aprendizajes no sólo impacta en trayectoria escolar. El Banco Mundial la trasladó a pérdidas económicas en ingresos, tanto por año como en el curso de vida de los niños y niñas que hoy están en la escuela. Lo que ahora conocemos coloca México en el escenario sumamente pesimista, el peor de todos. En este escenario, la pérdida de aprendizajes impactaría en una reducción de ingresos de cada niño y niña, cuando trabajen, del 10% anual, lo que implica una suma considerable de pérdida en el curso de vida; misma que puede aumentar tanto por la identidad, género y contexto de cada niño o niña, como si la pérdida de aprendizajes persiste.
Los estudios nos permiten esbozar los costos de lo que ya pasó: millones de niños y niñas desaprendieron, no aprendieron y se les dificultará aprender en el futuro. En lo económico, sus ingresos se verán afectados, fomentando mayores desigualdades en este espiral sin fin. Por lo que ya pasó y la alta desigualdad estamos en el peor escenario posible; pero sin duda siempre se puede estar peor y podemos llegar a una tragedia aún mayor. Las pérdidas pueden empeorar si se deja a la inercia, si no se atiende con medidas deliberadas de compensación y apoyo.
Los niños y las niñas no sólo contarán con menos aprendizajes, sino que también perdieron espacios de socialización, de crecimiento, de apoyo, de juego con sus pares, de salud mental, de desarrollo de habilidades cognitivas y socioemocionales, de identificación y reducción de la violencia, lo que tendrá impacto en su desarrollo individual; pero también, como expone David, hay pérdidas muy graves en los triunfos intangibles de la educación como la cohesión comunitaria, en el sentido de propósito y la capacidad de defensa de la propia dignidad. Por ello, las decisiones de la SEP nos afectan a todos y todas, en el presente y en el futuro, aunque quienes más sufrirán las consecuencias son los niños y niñas que están siendo condenados al hambre y la desesperanza, a un futuro carente de sentido. Un futuro que no lo es, sino reiteración de la desigualdad y de la inmovilidad.
La SEP y el despojo
Es en este marco, ya de por sí agobiante, que la SEP decidió eliminar la jornada ampliada y la alimentación en el programa LEEN. A pesar de que se han perdido tantos aprendizajes y espacios, decidió que millones de estudiantes vayan a la escuela menos que antes, que tengan menos apoyo y que pasen más hambre. Los niños y niñas llevan cuatro meses sin su escuela como lo era: con más horas y con alimentos.
La decisión de la SEP es una condena a la reproducción y al aumento de la desigualdad. Afecta desproporcionadamente a las comunidades educativas más marginadas, dado que el 70% de las escuelas que antes sí recibían recursos corresponden a escuelas indígenas, y 50% a rurales. Es una decisión de despojo y olvido: un empujón contundente hacia el límite de la exclusión, no sólo en sus vidas y sino para sus siguientes generaciones. Nuestro país será más desigual; las brechas, ya enormes, seguirán creciendo. La decisión de la SEP afecta a toda la comunidad, no sólo a la educativa.
Ante la inacción de la SEP sólo queda la capacidad de las familias para no caer aún más; pero las familias ya están agarradas del filo del risco ante el abismo, incluso por lo que ha significado el gasto de su bolsillo para tener salud, con desempleo e inflación. Ante esto, las transferencias directas, que apuntan a la capacidad individual, no tienen posibilidad alguna ante tal estructura de desigualdad, pues ésta trasciende los actos individuales, y se seguirá reproduciendo en detrimento de vidas de millones de niños y niñas.
Y sí, los niños y las niñas cuentan con enormes capacidades para remediar las pérdidas que nosotros adultos, instituciones y tomadores de decisión les imponemos. Pero, sus capacidades no escapan del contexto ni lo cambian. Los niños y niñas son esponjitas que absorberán conocimientos si se les apoya en las escuelas, al reunirse con sus pares desarrollaran propuestas para compensar los daños; pero los marcos de desigualdad, cada vez más desiguales, operan sin piedad.
Suele considerarse que la desigualdad no nos afecta en la esfera individual, que los daños y efectos le impactan al otro, a algún otro, allá en el sur, o en algún punto cartesiano distante, inexistente o no relevante. Otras veces a sabiendas que la desigualdad impacta, lo que se quiere conocer son sus efectos para los más privilegiados; que en este caso serían las familias que sí pudieron mitigar los efectos del olvido al que condenó la SEP, aquellas en que las clases siguieron, en que la niñez recibió tiempo y atención. Pero limitar los efectos de la desigualdad a la esfera individual, en su daño o privilegio, implica una negación de la realidad social en la que vivimos y refleja egoísmo -motor de su reproducción-. Lo cierto es, que la desigualdad pone en riesgo nuestro persistir. Como dice Natalia Brizuela: este ya no está garantizado. Y ahora es claro que tampoco el de las niñas y los niños; pero verlo y aceptarlo es complicado.
Nos enfrentamos a ideales de futuro que justifican toda destrucción, y que nos impiden ver el despojo que ha traído la (des)atención a la pandemia. En el intento de salvar el presente arriesgamos y quemamos el futuro; el nuestro y también el de los que crecen y de los que vienen. Lo peor, tal como muestran los estudios, es que los esfuerzos no salvaron el presente, las pérdidas que podemos ver, son enormes. Dejarse a la inercia sólo aumentará la pérdida y el despojo. Si queremos frenar la desigualdad, que la educación brinde posibilidades de una mejor vida, y que los niños y niñas tengan un futuro, una vida con sentido, tenemos que exigir ya y para ayer, al menos cuatro cosas:
- El rescate del abismo: Nuevas reglas de operación para el programa LEEN que asignen recursos suficientes para los 3.6 millones de niños a los que se les eliminó la jornada ampliada y la alimentación. Asignar recursos para esos apoyos para cada vez más y más niños y niñas.
- Apoyo a las maestras y maestros: Formación, atención, vinculación y aumentos salariales a maestros y maestras, pues su esfuerzo es clave en la creación de la comunidad. No se les puede encomendar la tarea de acompañar ante la pérdida, dejándoles a su vez solos.
- Inversión en educación. Dirigir el recurso público a educación. Lo que implica el correcto uso de lo que ya la SEP tiene asignado; así como recaudar impuestos y focalizarlos a educación, priorizar la primaria infancia y la desigualdad. Que, además, las autoridades desde su ámbito de competencia actúen, pues si bien el derecho a educación recae principalmente en la SEP, también es competencia de muchas otras autoridades que no están cumpliendo con su objeto. No puede haber justicia -jurídica, social, feminista ni de ningún tipo- sin educación. No puede haber salud sin invertir en educación; ni crecimiento ni equidad.
- Reconocer la indolencia y construir la esperanza. Es tal el despojo que a veces ya no contamos con herramientas para nombrarlo; otras, podemos saber que existe, pero preferimos ignorarlo; otras más, si se reconoce (como lo suelen hacer las comunidades escolares), no existe esperanza de que la SEP haga algo para remediarlo, pues es quien despoja. Poco a poco nos vamos adormeciendo para no estallar de indignación, para hacer más llevadera la pérdida, como si sostenernos en la inercia fuera lo que la hace llevadera, aunque sus consecuencias sean letales. Ya no nos sorprende el abandono ni la desesperanza, la confianza en que la SEP haga algo es casi nula. Y la SEP lo sabe bien, sabe que no hay consecuencias con su actuar: comunicados van, nada cambia y el despojo persiste. Es muy difícil de reconocer, pero nuestra indolencia sostiene esa nada. Por ello, reconocer y recuperar la confianza es imprescindible.
Reconstruir la esperanza es confrontar las narrativas que han destruido nuestro propio y compartido persistir. Indignarse ante el olvido de la autoridad es combatirlo. Para avanzar al futuro es imprescindible el reconocimiento de la verdad porque cuando se cree que la destrucción no sucedió o no fue tan mala, inevitablemente persistirá y volverá a suceder. Por ello, necesitamos reconocer que la SEP decidió arrojar al abismo el presente y el futuro de la niñez que tiene encomendada. Aceptar nuestra propia indolencia y transformarla en esperanza es la única posibilidad de que algo sí pase. Y nos urge que sí pase.
- Alejandra Donají Núñez (@aledenuez) es activista.
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