4 poemas de Dinu Flamand

Publicado: 12 mayo 2022 a las 4:00 am

Categorías: Poesía

Por: LAURA DI VERSO

Dinu Flamand (Transilvania, Rumanía, 1947) es poeta, ensayista, periodista y traductor. Sus libros han sido traducidos a varios idiomas y publicados en numerosos países de Europa y América Latina. Entre sus títulos más importantes se incluyen Estado de sitio (1983), Vida de prueba (1998), El frío intermediario (2006), Sombras y rompeolas (2010), La vigilia y el sueño (2016) y Hombre con un remo al hombro (2020, Premio Nacional Lucian Blaga).

 

El poeta Luis García Montero apunta, sobre él: «La poesía de Dinu Flamand es un espejo elegíaco de la Historia. Cada poema suyo tiene algo de excavación arqueológica, pues observa, en cada instante, todas las capas de tiempo que le otorgan sentido. La capacidad de Flamand para conjugar pequeños detalles cotidianos exactos con la voz de los viejos maestros construye un complejo fresco, un jardín de las delicias de El Bosco en el que todos sus habitantes son demasiado humanos, hijos de un lugar y de un tiempo, víctimas del viento de la Historia. Primavera en Praga quizás sea el mejor libro de este gran poeta rumano que es también una de las voces esenciales de la poesía europea contemporánea».

 

Zenda adelanta 4 poemas de Primavera en Praga, publicado por Visor.


EMBARCADERO

Será cuando la muerte ya no se conforme
con las migajas de tiempo que quedan en tu mano
y trace una raya
y saque cuentas.

Los destellos de luz sobre la inmensidad del mar
podrán por un instante desviar tu atención
de la fuga de días que se amontonan
hasta el infinito,
y desde ese instante —se dice—, ni los pesados párpados de las nubes
empujadas hacia el límite de lo visible ni el resto de esperanza
que queda en ti tendrán ya lágrimas;

y tu miedo tembloroso se volverá una mirada interior
que en una colina invertida buscará titubeando
la copa de un roble,
ya con la cabeza hacia abajo,
en el abismo inexplicable,

y puesto que la luz siempre te mostró algo más,
pero nunca a sí misma,
este desbordamiento será
como una epidemia hilarante.

Un ruidoso grupo de contables borrachos
desciende a toda prisa hacia las tascas
por las laderas pronunciadas del Olimpo,
una vez cerrados los libros de cuentas,
para aprovechar el fin de semana.

Es tarde,
las sibilas cierran los postigos de las tiendas,
Pythia apaga el gas,
los numerólogos y astrólogos han recogido
sus tenderetes del mercado, los psicopompos
ya están cómodamente instalados en su tren
hacia la periferia de lo real
tras una semana de asfixia en el subterráneo
con azufre y otros medios larvarios
del más allá,
y los victimarios se han lavado ya las manos
en las fuentes.

Seguro que los Magos de Oriente se retrasan en la calle
con los charlatanes que venden cal en polvo
como remedio,

muy cerca de los trileros
o de las viejas que con sus verrugas pretenden fisgar
los extraños pasos del destino en el camino oblicuo
de la palma de la mano,
girando llaves falsas en la puerta del misterio.

Hace tiempo que nadie se fija ya en la pandilla
de los que incitan a dejarle propina al destino,
aunque… ¿quién sabe?
Y puede que tal vez…

Tienes que marchar,

no hay tiempo para los detalles.

Te obsequiaron unos días, pero llega el momento
de devolver otros tantos que solo han sido tuyos
de prestado
(y aquello que consideraste una ofrenda
se trataba de una venta por ti malentendida).

Es evidente, la tristeza
sigue haciéndote callos en el alma
como los aperos en la mano firme del labriego
y como en todos los oficios y días
de nuestra cotidiana tautología.

Pero el instinto te guiará hacia el embarcadero
donde solo se anuncian las partidas
y empezarás a agitar la mano
en dirección al matorral
de la otra orilla

(en vano intentarás pedir una barcaza
en medio del barullo que te embiste desde las tabernas
junto con el humo y el sudor de tantas soledades que se preparan
para negociar quién se mete en la cama de quién
a medianoche);

y mientras estés
esperando,
mirarás atónito una vieja inscripción
lavada por la lluvia en el panel junto al embarcadero:

tisin didonai [1].

————————

[1] Célebre y ambigua frase de Anaximandro de Mileto según la cual el suceso fundamental de la existencia se interpreta como un «acto de devolución» (tisin didonai). (N. de la T.).


RECOLECTORES

Como la manzana que, roja, se empina en lo alto
de la más alta rama: los cosecheros la olvidaron.
No, no la olvidaron. No pudieron alcanzarla.

SAFO

… después de que la siembra del azar y la espera

lo envolvieran primero bajo la joven corteza,

llegó el momento de que sus ramas despuntaran

con asombrosa fuerza

entre las copas de otros árboles del lugar.

 

Azotado por el viento y el granizo que deciden

la muerte de los árboles ancianos

comenzaba

a anunciar su propio ascenso;

 

por aquel entonces sus humildes frutos eran más fáciles

de recoger, y seguía siendo ante los niños

la tentación irresistible de poner a prueba sus ramas

colgándose bocabajo

como para sentir que existe un cielo de hierba

en esa época en la que un árbol pequeño y un niño

se ven afectados por la misma fragilidad.

 

No se le posaban muchos pájaros

y tampoco el búho había escogido aún la bifurcación

de la última rama desde la que vigilaría —mucho más tarde—

las noches de verano

con su mentón sibilinamente pomposo.

 

Antes de estallar en todo su esplendor,

no se intuía la promesa de estas ramas

ni el laberinto por donde el niño se adentra

como una pantera de sombras, mientras un juego de luces

arroja en su camino hojas quemadas por los rayos

y nidos con restos de plumas

y tierras oscuras, que se balancean en los márgenes del mundo.

 

Ahora vuela frondoso en el aire y sus ramas

sienten el zumbido de la humanidad;

dentro del árbol los caminos zigzaguean

hacia los bordes de la luz, donde el cielo que apenas se intuye

es el resplandor de tantos misterios.

 

En lo alto hay un último escondrijo en su espesura,

y la cuna maternal de tres ramas gemelas,

y aún se puede entrever —sí— el dulce misterio

del fruto más lejano

justo a la altura de la rama más frágil

que el pie descalzo y cauteloso tantea

incrédulo ante su promesa de maleabilidad.

 

Pero todavía más tenaz que el peligro es

la llamada del peligro,

que atrae al niño con más intensidad al fruto maduro,

señal de que existen lazos que lo unen fortuitamente,

aun sin conocer sus manzanas.

 

En el temblor de la rama

que como una mano sujeta

un lejano fruto sobre el abismo

vibra toda la vida posible.

 

Dependerás de su buena voluntad

pero

cualquier paso de más es una caída segura.

 

El destino siempre será más fuerte: tú solo

inventas juegos sagrados sobre tu fuerza vital

mientras las ramas

te hacen vibrar suspendiéndote en el aire,

y su suspensión aplaza la madurez del fruto codiciado,

pero también su descomposición.

 

Y si más tarde no reconoces dentro del árbol

el laberinto hacia ese fruto brillante

y tampoco divisas desde fuera su fulgor

y tu pie duda al despegarse del suelo

o tu mano se retira

cuando debería atreverse

o tu ojo se cierra

encandilado apenas por una reminiscencia de luz

entonces significa que lo sabes:

 

la estación más terrible del tiempo es justo el momento

de tu presencia en el presente

y también es —probablemente— la señal de que el fruto

ha de estar siempre listo para que lo coseches,

pero será tuyo únicamente si no lo cosechas.


LA PUERTA ENTRECERRADA

Una puerta entrecerrada se abre de pronto sin que la empujes

y una pregunta que no hiciste te llama con el dedo índice

y el corazón que dormía en tu pecho como una piedra muda

lucha como un cubo vacío que oscila

sobre una fuente en la que el sediento

empieza de repente a sacar agua verde

y entonces

tiene agua mas nada para beber.

 

Y entonces

ya no hay viento que balancee el cubo

ni está la fuente de tu infancia

ni tu cama o tus brazos

al costado, sintiendo

el sudor frío de tu cuerpo que no es ya

tu cuerpo aunque siga sirviéndote de cuerpo.

 

Y de este río viscoso

que te envuelve pero no te acoge,

que te congela y da calor,

fluye el miedo hacia ti

sin lograr alcanzarte.

 

Y ni siquiera te da respuesta a la pregunta

situada allí

durante años, todavía allí,

en tu silencio locuaz

y en su propia ceniza sonora.

 

Y ahora hurgas detrás como un león

viejo y hambriento

buscando escondido entre las matas

el cadáver que hallaron antes las hienas:

 

¿Cuánto tiempo?

¿Cuántos años todavía?


SE SUPONÍA QUE DEBÍA LLEVARLOS

Se suponía que debía llevarlos a no sé dónde,

se suponía que debía llevar a mis padres a no sé dónde,

trasladarlos en taxi a no sé dónde,

aunque no recuerdo haber ido con ellos en taxi a ninguna parte

nunca,

y era un barrio en no sé qué lugar de la tierra

que yo no conocía, un día que parecía una noche,

y ni siquiera reconocí a mis padres,

y la verdad es que los veía

con la mirada bastante confusa.

 

Ellos estaban y no estaban conmigo,

ausentes-presentes allí, aunque los sentía en todas partes

rodeándome por completo, con fuegos que ardían

en su aliento, como una hoguera de revelaciones

en una montaña mística;

 

y me enseñaron a cuidarlos

porque me seguían cuidando ellos

con ese polen del amor que te hace brillar;

me enseñaron a ayudarlos a vestir

sus atuendos de viento,

a sostenerlos cuando se resbalaban con sus pies de sal

y traerlos a la bruma de mis brazos con sus brazos crepitantes,

y me enseñaron a esperarlos, y como sabían que yo no

esperaba,

ni reconocía,

ni imaginaba,

ni percibía,

ni distinguía,

me enseñaron a inventar un taxi que se dejaba esperar

y una nube que se dejaba respirar

y una vida que se dejaba habitar

por nosotros y por nadie más

 

y eso fue todo.

—————————————

Autor: Dinu Flamand. Traductora: Catalina Iliescu Gheroghiu. TítuloPrimavera en PragaEditorial: Visor.

Fuente: https://www.zendalibros.com/4-poemas-de-dinu-flamand/

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