La calamidad es sabia: El cuarto jinete de Verónica Murguía
Por Ana de Anda
El cuarto jinete del apocalipsis vendrá en un caballo bayo; su nombre será Mortandad y traerá consigo el infierno. Con esta referencia se titula El cuarto jinete de Verónica Murguía una novela sobre la peste bubónica que arrasó con la población europea en 1348. Entre sus lectores admirativos, aquí se suman razones para acudir al libro en los tiempos que corren.
No solemos creer, o sí pero nos aferramos a pensar lo contrario, que viviremos lo suficiente para presenciar una catástrofe mundial de magnitudes históricas. Cuando ocurre, quienes sobrevivimos formamos parte de la multiplicidad de voces que dan cuenta de la tragedia. Los testigos son quienes han sobrevivido y todos han disfrutado, en alguna medida, de un privilegio, diría Primo Levi.
Así justamente se construye El cuarto jinete (Era, 2021) de Verónica Murguía, con un coro de voces que, desde sus respectivas trincheras, narran la peste bubónica que azotó Europa durante el siglo XIV. Como en sus anteriores narraciones, El ángel de Nicolás o Loba, por mencionar algunas, Murguía retoma temas bíblicos y de la literatura medieval para crear personajes novelados a partir de hechos históricos.
Esta novela, situada principalmente en París, se centra en las andanzas del médico musulmán Abu Alí Ibn Mohamed de Ronda y su discípulo Guy de Comminges, bachiller de la Sorbona. Tras los primeros brotes de peste, Ibn Mohamed abandona a su esposa enferma y adopta el nombre cristiano de Pedro de Hispania. Arrepentido por sus acciones, comienza una peregrinación hacia Aviñón en busca del legendario Guy de Chauliac, el único médico conocido por vencer la enfermedad. En el camino se cruza con otro Guy, que se convertirá en su aprendiz y con el que, en pos de la redención de su alma, trata a los enfermos desamparados. Luego de la muerte de Pedro, Guy de Comminges vacila entre desertar de la medicina o continuar ayudando a los desvalidos.
Muchos de los discursos que aparecen en el libro se relacionan con la historia de estos dos personajes. No obstante, existen algunos, como la plegaria de Jean Venette con la que comienza la historia, que son independientes y simplemente abonan material para dar cuenta de aquel momento terrible.
Conocedora de la cultura medieval y del momento histórico en cuestión, Verónica Murguía recrea los conflictos de la época. Está, por un lado, la Reconquista española, que expulsó a los judíos y musulmanes de territorios cristianos. Aunque temeroso de infiltrarse entre los fieles enemigos, Pedro rápidamente gana prestigio entre los franceses. A través de él, el lector conoce el atraso entre los médicos cristianos, en una época en la que la medicina y la barbería eran indistinguibles. Frente a la aversión al cuerpo, las supersticiones y las discusiones sobre elementos tan alejados de la especie humana, como la posición de los astros, los conocimientos prácticos de Pedro de Hispania lo colocan como una eminencia.
La mayoría de las voces provienen de los estratos sociales más desfavorecidos y con fragmentos como el de la huérfana Catherine o el del mendigo tullido, se retrata la inequidad entre la opulencia del clero y la miseria de los creyentes. Para quienes protagonizan estas historias, la peste negra es una más de sus desdichas cotidianas. El machismo imperante de la época también se hace presente en los personajes de la hermana Béatrice o Marie la cicatricera, ambas con vocación filantrópica y vetadas de los conocimientos médicos a los que podían acceder los hombres. Otro aspecto importante es que, a diferencia de los textos medievales edificantes, aquí ningún personaje es ejemplar. Los sabios son imprudentes; los piadosos, ignorantes; los devotos son ladrones y los bondadosos, cobardes.
Con la muerte respirando en la nuca de todos, las pasiones se desbordan continuamente. Tempus fugit y carpe diem, es decir, la fugacidad del tiempo y el apremio por aprovechar el momento, son dos tópicos que están a la orden del día en, por ejemplo, la petición de Andreucio a Isabeau. Enmarcada con rizos de oro y piel de mármol, Isabeu es la bella dama sin merced, más cruel que la peste al negarle sus favores sexuales a Andreucio. Éste le endulza el oído a su amada y con recordatorios de lo breve que es la vida, logra, al fin, quitarle la falda.
Alan Deyermond, el estudioso de la literatura medieval, apunta que en el género literario y pictórico de las danzas de la muerte, los espectadores que se creían inmunes inevitablemente entran en la danza. En El cuarto jinete, la danza de la muerte es veloz y despoja a todos de sus diferencias: “son iguales el pobre y el rico, el cobarde y el valiente, el hermoso y el feo, el noble y el humilde”, leemos en boca de la hermana Béatrice.
No es gratuito que este libro haya visto la luz durante la pandemia de covid-19, con millones de muertos, hospitales desbordados y personal médico sobrepasado. Como cuenta la autora en las páginas finales del libro, escribió una primera versión en 2003, al comienzo de la guerra en Irak, pero el momento no le pareció propicio y no fue hasta el año pasado, en medio de la segunda ola de la pandemia, cuando El cuarto jinete se publicó.
En cada situación hay un paralelismo con la crisis actual. El fanatismo que se opone a la ciencia; el cerco de enfermedad cada vez más próximo, en el que poco a poco los contagiados dejan de ser desconocidos; la resignación, en el diálogo de las lavanderas Françoise y Agnès, ante la pandemia que duraría un verano, pero han pasado dos años sin que se vislumbre el final; los negocios florecientes que nacen de la desgracia, como el enterrador en el caso del libro, o las pruebas de antígenos en nuestro contexto inmediato. Más que una lección de Historia, este libro es un acompañamiento y un recordatorio, muy bien documentado, de nuestra frágil existencia.
Ana de Anda
Estudió la Maestría en Letras Mexicanas en la UNAM. Actualmente es becaria del Fonca en la categoría de ensayo.
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