Céleste Albaret: editora de Proust
Por Santiago Hernández Zarauz
Con motivo del centenario luctuoso de Marcel Proust (1871-1922) este ensayo explora las aportaciones de Céleste Albaret, ama de llaves y secretaria del escritor. Las labores y cuidados de Albaret exceden y rompen con el molde del editor tradicional. No es un detalle menor tratándose del autor de En busca del tiempo perdido, esa obra monumental escrita con sucesivos collages artesanales.
Al filo del colchón, una luz muy tenue ilumina la recámara en donde Marcel intenta poner orden al collage de papeles que ya se mimetizan con las sábanas y las almohadas de la cama. El cuarto se mantiene en un silencio impoluto gracias a la pantalla de corcho que refuerza los muros y las ventanas cerradas que impiden que entre el bullicio de una ciudad que se niega a dormir. Marcel busca entre las hojas un pasaje que comienza a creer extraviado y la incertidumbre de su desaparición provoca una dolencia en el pecho que detona, una vez más, el espasmo que le impide conciliar el sueño. En una coreografía convaleciente el cuerpo de Marcel se sumerge en una extraña sensación de buceo en donde la memoria de sus músculos, mecida por las arcadas de la tos, revive el sentir que lleva padeciendo desde su infancia. La tos que provoca todo el “episodio” —como solía referirse su padre al acontecimiento— se transforma en alarma para que inmediatamente entre Céleste a la habitación e incorpore el torso de Marcel que con pequeños sorbitos de leche templada y café refinado vuelve a tranquilizar la respiración.
Con el fin de la guerra, Céleste Albaret llegó a casa de la familia Proust para cuidar y asistir —por recomendación de su marido Odilon, entonces chofer de la casa— al aristócrata, que venido a menos por la crisis derivada de la Gran Guerra se quedó sin la tripulación encargada de encender la lámpara de la recámara, quitar el polvo, tachar los pendientes de la agenda, anudar cuidadosamente las cortinas, dar cuerda a los relojes, organizar la correspondencia, tomar las llamadas, recados y llevar a monsieur Proust a eventos de la haute société parisina. Durante ocho años Céleste Albaret se encargó de todas las minucias que demandaba la casa en la que ahora los muebles se mantenían protegidos por sábanas, como si eso evitara que el tiempo deteriorara su madera y donde terminó urdiendo una relación de confidencia y cercana amistad con su patrón, convirtiéndose en su editora.
Existen, por supuesto, ediciones revisadas de la correspondencia que mantuvo Marcel Proust con su editor y amigo Jacques Rivière, como también hay eruditas publicaciones que reflexionan sobre los periplos que acontecieron para que En busca del tiempo perdido tocara puerto en la prestigiosa editorial Gallimard. Hay quienes aseguran que se trató de un dictamen de André Gide, otros dicen que el propio Gaston Gallimard tomó la decisión de no publicar el extenso primer tomo de la novela, Por el camino de Swann —que también me gusta traducir como Por la ruta de Swann—. Efectivamente, en Gallimard la mística del relato de alrededor de tres mil páginas cobró una importancia alucinante, metiéndose en la conversación de las personas que iban descubriendo el universo de Combray desde el primero de siete volúmenes que conforman la columna vertebral de la novela, que previamente había sido publicada y financiada también por el bolsillo del propio Proust en el sello de Bernard Grasset.
Sin embargo sigue siendo enigmática y fascinante la figura de la mujer que acompañó a Proust en el ensamblaje artesanal de los papeles en los que el escritor iba redactando ideas al vuelo con la locura de su creatividad, mientras se iba apagando su vida. En palabras de Rivière:
Marcel Proust murió a causa de esa misma impericia que le permitió escribir su obra. Murió por la falta de espíritu práctico, por no haber sabido cambiar las condiciones de su existencia en el momento en el que se habían convertido en destructivas; murió por no saber cómo se abre una ventana, cómo se enciende un fuego. Prisionero de costumbres finalmente perniciosas, no encontró manera alguna de romper con ellas, ni siquiera doblegarse.
Vale la pena celebrar que los extensos, casi interminables párrafos sin puntos y a parte que hacen camino en el libro, difícilmente se pueden asociar al asma que padecía Proust. Podría decirse incluso que su prosa respiraba con mucho más aliento que sus propios pulmones. Está fechada el 9 de abril de 1914 la carta en la que Rivière, editor en ese momento de la Nouvelle Revue Française, escribe a Gallimard: “Haga cuanto pueda para hacerse con él: créame, más adelante será un honor haber publicado a Proust”.
Albaret, por su parte, no era asmática y no tuvo un momento de respiro entre las responsabilidades domésticas, las demandas personales de Marcel y el acompañamiento editorial que comenzó a realizar al poco tiempo de haberse instalado en casa de la familia Proust con tan sólo 21 años. “Ensayaba conmigo lo que luego se extendía escribiendo”, narra Albaret en un libro de memorias —recopiladas con la ayuda del escritor Georges Belmont—, titulado Monsieur Proust, en donde voltea al pasado con la nostalgia y el cariño de quien se mantuvo en un intenso estado de hipnosis mientras escuchaba en un primer tiempo la historia que traducía Marcel desde su cabeza hasta la hoja en blanco. Aún existen las páginas convertidas en una especie de costura caligráfica donde se ve el pulso acelerado del escritor y sus ideas. Collages, en la definición más palpable de la palabra, de hojas de papel sucesivas, “paperolas” (paperolles, como las llamaba Albaret), pegadas entre sí para continuar con los diálogos, ideas, paisajes y momentos de una partitura que poco a poco fue tomando forma de novela gracias, en gran medida, a Albaret. Monsieur Proust por cierto, está traducido al castellano por Esther Tusquets, Elisa Martín Ortega y Luis A. de Villena.
En un extraordinario documental, el cineasta Roger Stéphane recopila las voces más cercanas al escritor parisino, en donde además de figuras famosas y reconocidas como el dramaturgo Jean Cocteau o el premio Nobel François Mauriac también aparece Albaret como “mucama” y “ama de llaves” de Proust. En la película, que pretende ser ventana objetiva de la realidad, se escuchan muchos de los momentos que Albaret evoca en su libro de memorias. Su relato implica la reconstrucción inevitable que induce volver a escribir un recuerdo. Durante la entrevista queda en evidencia la cercana y compleja relación entre el patrón y su empleada doméstica, una particular forma de amor, de amistad, de cariño casi maternal —universo que perdió Marcel con la muerte de su madre—, todo lo cual asoma cuando narra cómo el escritor le compartía pasajes de la novela y también ponía a prueba a los personajes del universo que palpitaba en su imaginación; lo que cuenta Albaret es un tiempo recobrado frente a la cámara. Escuchar a Albaret es pues preguntarnos qué quiere decir editar; labor que se significa gracias a su condición de constante movimiento e imaginación.
En El último lector, Ricardo Piglia revisa con atención la figura de la lectora y la copista en la vida de cinco mujeres que fueron personas fundamentales para que brotara el germen de la literatura en escritores como Kafka, Nabokov, Dostoievski o Joyce. A su categorización también valdría la pena incorporar el caso de Céleste Albaret. Guiado por las pistas en la correspondencia y los diarios de Kafka, Piglia retoma la figura de Felice Braun; mujer a la que Kafka califica como “criada” —Dienstmaedchen—, al narrar su primer encuentro en una carta a su amigo Max Brod, poco tiempo después de haberse conocido en casa de Brod. Felice Braun terminó convirtiéndose en esa presencia trascendental para que el escritor saliera de la indecisión del boceto y tuviese algo para pasar en limpio. Escribe Piglia: “Alguien debe ayudarlo a transformarse de escritor en autor, a pasar de K. a Kafka, de lectura personal a palabra pública”. Aunque desafortunadamente solo conocemos el lado de la correspondencia de Kafka, Felice representa ese paso intermedio que permite el desdoblamiento de la palabra desde el sentido más práctico de la redacción hasta el fin mismo de la literatura. En ese sentido me gusta recordar la función de los amanuenses y los copistas, que tuvieron un lugar imprescindible para tantos editores e impresores antiguos, copiando manuscritos para poder perpetrar una infinidad de ideas: una profesión prácticamente en el olvido. Felice Braun, Sofía Tolstói, Ana Giriegorievna Snitkine y Vera Nabokov, mecanógrafas de profesión, capturaron obras trascendentales al tiempo que escuchaban, escribían, y también opinaban sobre las ideas de los narradores con los que compartieron intimidad.
Franz Kafka, Lev Tolsóti, Fiodor Dostoievski y Vladimir Nabokov deben a la presencia de estas mujeres, no sólo la labor técnica, plástica o artesanal para aterrizar sus ideas sino bastante más. Algo que se mira con claridad en la figura de Vera Nabokov: ella participó hasta en la elección de lecturas que Nabokov impartió en su famoso curso de literatura en Cornell; también llegó a firmar su correspondencia de Vladimir. Así que ellas son el balance y consejo fundamental para moldear sus propias voces literarias. Me gusta particularmente el contrapunto que hace Piglia con la historia de Nora Joyce quien, a diferencia de las demás, decidió no leer ninguna de las páginas escritas por su esposo, sin que eso la eximiese de aparecer idealizada en las páginas del Ulises, donde se mira mucho de Nora en el temperamento de Molly Bloom.
Más allá de la figura de la musa, en estos ejemplos, como en el de Albaret y Proust, queda claro que el ejercicio de la literatura es una práctica coral. Pienso en la compleja relación de aquellas mujeres con sus escritores al tiempo que leo sobre Céleste Albaret: mujer que no hizo estudios básicos pero que aportó a Proust, quizá el más ermitaño de los novelistas, su mirada sensible, su intuición aguda, la escucha atenta y el consejo sincero para nutrir el espíritu de los personajes de En busca del tiempo perdido como la propia Albertine, mientras servía la comida que se mandaba pedir al hotel Ritz. También ayudó a confeccionar la arquitectura de los papeles originales de la novela; es decir, es una presencia que aportó muchísimo desde el espacio material de la escritura y también participó en el molde al que Proust dio forma de novela.

Hace algunos años, la escritora francesa Laure Hillerin publicó una brillante biografía de Albaret. À la Recherche de Céleste Albaret (Flammarion, 2021) es un retrato riguroso, agudo y muy bien escrito que se acerca a la vida de Céleste y su particular relación con la literatura proustiana a través de una investigación muy bien dirigida y un amor evidente hacia la “Galaxia Proust”, por así llamarla. Decía el poeta Álvaro Mutis que los lectores de Proust son una especie de secta que se va reconociendo poco a poco, casi de manera gestual, y el libro de Hillerin se convirtió en una referencia fundamental para el corpus que rodea a una novela tan compleja como la En busca del tiempo perdido: un aparato literario inmenso y a la vez perfectamente hilvanado que se desborda de sus propias fronteras creando un universo riquísimo, colorido e inabarcable, de conversación y lectura.
Aún queda mucho por descubrir alrededor de la vida de Céleste. Gracias a un extraordinario ensayo de Juan Forn, publicado en Yo recordaré por ustedes —inmejorable título para hablar de Proust, por cierto— supe que Albaret terminó trabajando en el museo Ravel, en donde muchos feligreses de la parroquia proustiana la buscaban para escuchar de viva voz el tras bambalinas de aquella inmensa catedral novelesca. Según Forn, el museo tuvo que tomar la decisión de otorgarle la jubilación antes de tiempo a Albaret ya que se había vuelto insostenible la cantidad de gente que venía a visitarla, y se contraponía al “lugar de descanso” que había imaginado el propio Ravel. También se dice que ella sólo compartía conversación con quien hubiese conocido a monsieur.
Si volvemos a una de las definiciones más terrenales de editor, bastaría con seguir su raíz hasta llegar a “edere” de “hacer salir, sacar o dar a la luz”, junto con el sufijo “tor”, del agente que realiza la acción, para repensar el sitio de Céleste. No me extrañaría que, desde una óptica purista, se pueda poner en tela de juicio que Albaret sea considerada como la editora de Proust. Ciertamente, en esa óptica, Céleste Albaret no realizó correcciones de estilo, cuidado a pie de máquina el tiro en imprenta ni trazó las rutas de distribución… Ahora bien, para mí sí es significativo —editorialmente hablando— que Céleste Albaret haya encendido la lámpara de la recámara, quitado el polvo, tachado los pendientes de la agenda, que hubiese anudado cuidadosamente las cortinas, activado los relojes, contestado la correspondencia llevándola incluso a muchos de los sitios que Proust frecuentó antes de encerrarse en su habitación y que ahora formaban parte del banquete de su novela. Y por si fuera poco Céleste estuvo presente en el instante mismo en que Marcel la vio directamente a los ojos, agonizando exhausto después de compartir más de mil y una noches, para contarle que había escrito la palabra “fin” provocando que se detuviera, aunque fuese por un instante, el segundero del tiempo.
Biblio-hemerografía
- Jacques Brélivet. “Du côté de chez Céleste, servante au grand cœur de Monsieur Proust”. Unidivers.fr, 16/03/2022.
- Laure Hillerin. À la Recherche de Céleste Albaret: la enquête inedité sur la captive de Proust, Paris, Flammarion, 2021.
- Lara Marlowe. “Finding Marcel Proust: Paris marks centenary of the writer’s death”, Irish Times, 19/01/2022.
- Rosa Montero. “Unos cuantos instantes de eternidad”, El País, 4/02/2014.
- Ricardo Piglia. El último lector, México, Penguin Random House, 2015.
- Éric Rupert. “À la recherche de Céleste Albaret, une femme retrouvée par Laure Hillerin”. Unidivers.fr, 16/03/2022.
- Juan de Sola. “Más de mil y una noches”, en Yo recordaré por ustedes, Argentina, Emecé, colección Cruz del sur, Buenos Aires, 2021.
- Juan de Sola, traductor. Marcel Proust / Jacques Rivière: correspondencia 1914-1922. Segovia, La Uña Rota, 2017.
Biblioteca mínima de anhelos proustianos
A continuación dejo una lista de lecturas que he ido coleccionando alrededor de mi afición a la obra de Marcel Proust. Una especie de caminito de migas de pan para entrar y salir constantemente de este frondoso bosque. Aclaro de antemano que se trata de una cartografía donde faltan muchos otros títulos más y que se ha ido nutriendo con el multifacético milagro del descubrimiento. Pido perdón por las ausencias. El orden no es cronológico sino afectivo.
• Paintings in Proust de Eric Karpeles. Un estudio erudito sobre la pinacoteca presente en el “Tiempo perdido” que a su vez es un portento de investigación donde se recupera el pasaje y reproduce la imagen del cuadro citado. Editado en Thames & Hudson (2008).
• Marcel Proust: Escribir. Escritos sobre arte y literatura. Seleccionados y traducidos por el gran Mauro Armiño —traductor y uno de los máximos expertos sobre Proust— los textos de arte y literatura que recopila Páginas de Espuma (2022), forman parte de una exquisita edición conmemorativa con motivo del centenario de la muerte de Proust.
• Cartas Escogidas (1888-1922). Tomando como punto de partida los argumentos de Proust en contra de Charles Augustin Sainte-Beuve, resulta muy interesante pensar que, en realidad, quienes seguimos su biografía parecemos hacer poco caso de su tesis. Proust aseguraba que la biografía no dice ni explica nada sobre la obra de un autor; así como también pidió explícitamente que su extenso archivo de correspondencia no fuese publicado. Sin embargo, sería imposible entender la novela, las traducciones y los relatos de Proust sin acercarse a su inmensa producción epistolar. Acantilado publica este año una extraordinaria recopilación de sus cartas como manera de sincero homenaje a su figura y a su literatura. Imprescindible libro.
• Mort de Ma Grand-Mére, en el curioso sello Cent Pages de Iche & Kar (2013); estudio de diseño francés que cuenta con una exquisita editorial donde realizaron una hermosa edición a propósito de la relación de Marcel con su adorada abuela Amadea. Parte de la colección Cosaques del mismo sello.
• Siete conferencias sobre Marcel Proust de Bernard de Fallois. Una serie de siete clases sumamente luminosas que bifurcan su camino en dos dimensiones para entender la importancia de Proust: su prosa y su biografía. De Fallois tiene esa condición que comparten los grandes maestros, al hablar con mucha humildad y claridad sobre el inmenso conocimiento que tiene de Proust. Referencia muy rica para acompañar cualquier lectura del autor francés. En ediciones del Subsuelo (2022).
• The Albertine Workout de Anne Carson. En contrapunto a la “desaparición” de Albertine en la novela, esta búsqueda ilumina cada momento en el que se menciona su nombre. Trae a la conversación el lugar que puede tener este personaje en la partitura de la novela. La edición en español, por cierto, es una hermosa propuesta bilingüe, que Jorge Esquinca tradujo como Albertine. Rutina de ejercicios, editada por Vaso Roto (2016).
• Marcel Proust / Jacques Rivière. Correspondencia 1914-1922. La correspondencia entre Rivière y Proust, con prólogo, traducción y notas de Juan de Sola, es una joya editada en La Uña Rota (2017).En esta relación epistolar se mira con atención la cercanía y tensiones atravesadas entre escritor y editor donde sobresale el papel de Gallimard para terminar siendo casa de la novela.
• À la recherche du temps perdu.Quizá mi edición favorita es, precisamente, la deLa Pléiade, enGallimard. El delicado y lujoso papel de arroz le da un carácter muy ceremonioso al pasar de las hojas. Como objeto se mantiene con las puertas abiertas para leer con calma los largos pasajes de la novela. Una pieza que entra también en la mística que buscó Proust con los libros en tanto objetos, al editar sus propias ediciones de las traducciones a Ruskin que realizó antes de dedicarse a buscar su tiempo novelesco.
• Marcel Proust’s Search for Lost Time: A reader’s guide to the Remembrance of Things Past. Con una novela como En busca del tiempo perdido suele ser interesante pensar en las guías para sumergirse en semejante océano. He de confesar que en un principio no me gustaba mucho la idea de contar con un mapa, de acercarme a la mirada de alguien más para entrar en los laberintos de la novela. Pero se me escaparon muchas cosas en esa primera lectura con lo que ahora busco escuchar lo que alguien más sintió y estudio alrededor de su propia búsqueda. Este mapa es de Patrick Alexander y está editado en Vintage Books (2010).
• A Remembrance of Things Past, la versión anglosajona.Siempre habrá que celebrar que el soldado escocés Charles Kenneth Scott Moncrieff bautizó con este título la edición en inglés de la novela, tomando como punto de partida un soneto de Shakespeare. En esa hermosa decisión entendió de manera muy precisa el temperamento que Proust busca dibujar con momentos como la famosa magdalena, el adoquín veneciano, el campanario de la iglesia o el revelador encuentro que vive en casa de los Guermantes. Aunque, a posteriori, por motivos editoriales la obra traducida se titulase de manera textual In Search for Lost Time, tener cerca la edición de Moncrieff es un eslabón imprescindible en la línea del tiempo de todo el universo proustiano.
• Celos, en traducción de Mauro Armiño. Es una diminuta fisura para entrar y salir del viaje de la novela ya muy avanzado el camino, al tiempo que se trata de un tema que forma parte fundamental del corpus de la novela. Proust publicó esta obra en 1921 y se puede entender como una continuidad o ruptura del cuarto tomo. Editado en español por Gadir (2010).
• Le Monde de Proust de Paul Nadar. Este fantástico álbum familiar desdobla sus espejos hacia los personajes que fueron parte del presente del escritor y que interactuaron con su árbol familiar. Esa curiosa relación con el estímulo social tan presente en los paisajes de la novela y tan lejana al final de su vida, se ve con claridad en la cronología que enmarca este extraordinario trabajo de archivo. En Éditions du Patrimoine (1999).
• Proust, de Samuel Becket, editado en castellano por Tusquets es quizá de los ensayos más eruditos alrededor de la prosa y el personaje Marcel Proust. Una reflexión que se acerca con aguda atención a la arquitectura de la novela, como también desengrana con inteligencia y humildad la vida del escritor. Es tanto un ensayo iniciático para subir esta montaña, como una serie de ideas portentosas para refrescar el recorrido incluso una vez terminado.
• Proust’s Latin Americans de Rubén Gallo. Un portento literario y académico que hace camino preguntándose sobre la relación que mantiene la obra de Proust con el continente americano. La edición en español es de Sexto Piso y vale mucho la pena revisar el curioso y penoso momento que comparte Proust con México. Asimismo, gracias a este ensayo descubrí al fantástico pianista y compositor venezolano Reynaldo Hann; muy cercano afecto de Marcel, imprescindible en su biografía.
• El indiferente es quizá de los relatos más conocidos de Proust fuera de la novela. Me parece que sus cuentos son mucho más que “el germen de la Búsqueda por el tiempo perdido” y son extraordinarias historias donde el amor, la muerte, el tiempo, la moral, bailan muy sabroso con sus personajes. Editado en Funambulista (2015).
• How Can Proust Change Your Life de Alain de Botton es un ensayo sencillo, amable e inteligente para convencerse de que emprender el viaje de lectura de la extensa novela trae consigo muchas enseñanzas que trastocan nuestra manera de mirar el segundero de nuestro reloj. Editado en Vintage (1998).
• Le Paris de Proust de Michel Erman. Preciosa cartografía de lugares, personajes y momentos que nutren el corpus de la novela y la vida misma del autor. Editada en Éditions Alexandrines (2015), dedicada a cartografías de escritores, artistas y políticos franceses.
• On Reading. De las conversaciones más poderosas que he leído alrededor de la lectura. Un intercambio imprescindible entre dos titanes: Ruskin y Proust. “We want the author to give us answers when all he can do is give us desires”. La etapa de Proust como traductor fue trascendental para convertirse en novelista. Las lecturas que realizó de Ruskin no sólo son extraordinarias, sino que ayudaron a pulir la técnica y el oficio de escritor que ya se gestaba en la organización de sus pensamientos. Editado en Hesperus Press (2011).
• El abrigo de Proust de Lorenza Foschini. Una fantástica crónica de una obsesión literaria alrededor del universo proustiano. Vuelvo mucho a esa hermosa frase de Álvaro Mutis que aseguraba que los lectores de Proust son como miembros de una logia que se va reconociendo en secreto, casi de manera gestual y esta novela cumple con esa máxima al pie de la letra. Editado en Impedimenta (2013).
Santiago Hernández Zarauz
Editante en la casa editora independiente Minerva
Fuente:
https://cultura.nexos.com.mx/celeste-albaret-editora-de-proust/
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