Tesis y obligaciones
Por Renato González Mello*
En su artículo del pasado 26 de enero en El Universal, el columnista Mario Maldonado hace una afirmación que no puede sostenerse: “Más de la mitad de los universitarios egresados de la máxima casa de estudios habrían cometido alguna práctica irregular”.1 Este veredicto se apoya en un documento que dice otra cosa. La Encuesta sobre percepción de plagio en la UNAM, elaborada por el Programa Universitario de Bioética, es un documento de 2013. En su página 7 dice que el 52 % de los académicos encuestados piensa que sus colegas han cometido plagio en la elaboración de la tesis. Aunque el dato es negativo en lo emocional, se impone un ejercicio de lógica: que la mitad de los encuestados piense que “sus colegas […] han cometido plagio” no significa que “más de la mitad de los universitarios egresados [hayan] cometido una práctica irregular”. Pensar, atestiguar y hacer son cosas diferentes. Lo que la mitad de los universitarios dice es que conoce gente de la que cree que ha cometido plagio en su tesis, pero no que la mitad de los egresados haya incurrido en esa práctica. En ese año, la mitad de los profesores de la UNAM tenía una opinión muy negativa de sus colegas, pero de ahí no puede concluirse que la mitad de las tesis sean fraudulentas.2 Esta discusión debería situarse en otro contexto.
De acuerdo con el Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española, el diccionario de la Real Academia Española indicó para la voz “tesis” el mismo significado desde la edición de 1780 hasta la de principios del siglo XX. Según los académicos de los siglos XVIII y XIX, una tesis era una “conclusión”. Es sólo hasta la importante edición de 1927 que se incluye otro sentido del término: “Disertación escrita que presenta a la universidad el aspirante a título de doctor”. Y ese mismo instrumento explica un poco mejor el sentido que tenía esta noción en ediciones anteriores: una tesis era una “proposición que se mantiene con razonamientos”.3 Hoy en día, cuando se dice “tesis” suele pensarse en un extenso trabajo escrito para obtener un grado o título; sin embargo, el Corpus de Referencia del Español Actual señala que, por lo menos en México, eran muchos los autores que en la segunda mitad del siglo XX todavía utilizaban la palabra “tesis” en su acepción de “proposición” o, incluso, “conclusión”.4
Con una larga historia en la universidad novohispana, en el siglo XX la tesis fue un libro de investigación que los alumnos escribían para obtener un título. Dos factores modificaron de manera considerable su extensión, aunque no su naturaleza. El primero fue el rápido crecimiento de la educación superior en México (las alargó). El segundo fueron los cambios en la carrera académica (las redujo). Veamos lo primero. Entre 1970 y 1990, la población estudiantil en las universidades pasó de 218 000 a un millón.5 Grosso modo: donde había un estudiante en 1970, había cuatro veinte años después. Esto llevó a construir aulas en forma masiva, pero no fue sencillo formar a los nuevos profesores con la velocidad requerida por el aumento de alumnos. No conozco estudios sobre este proceso de expansión de la planta académica, que no estuvo libre de contradicciones (son también los años del sindicalismo universitario).
Pero volviendo a las tesis, la consecuencia es evidente. Una revisión a vuelo de pájaro de la base de datos Tesiunam revela que en 1970 se presentaron dieciocho tesis en la licenciatura en historia de la UNAM, donde soy profesor. En promedio, esas tesis tuvieron 141 páginas. En 1990, fueron 32 tesis con un promedio de 278 páginas. No sólo se cuadruplicaron los estudiantes, se duplicó la extensión de las tesis. ¿Por qué?
En los años setenta, cuando el gobierno de Luis Echeverría decidió apoyar un crecimiento sin precedente de la educación superior, sencillamente no había tiempo para esperar a que los futuros profesores obtuvieran el doctorado. Era más razonable subir un poco la exigencia para la tesis de licenciatura, de manera que en ese ejercicio los egresados se preparaban lo mejor posible para ocupar el estrado en el que urgía su llegada. Había pocos doctores en México en 1970, y la carrera académica iniciaba con el título de licenciatura.
El Sistema Nacional de Investigadores (SNI), creado en 1984, cambió las reglas de la carrera académica: condicionó su apoyo económico al título de doctor., Por su parte, el Conacyt puso en marcha distintos programas en los que era obligatorio que los posgrados o proyectos de investigación tuvieran investigadores acreditados por el SNI. Este sistema circular no fue el único factor que provocó cambios en la academia. Las tareas de docencia e investigación se internacionalizaron y profesionalizaron en cada disciplina. Como consecuencia, al comenzar el siglo XXI era prácticamente imposible aspirar a una plaza académica de carrera para quien no fuera doctor. Hasta la década de los ochenta, el doctorado era la culminación de la carrera académica, y en las humanidades era bastante inusitado que hubiera doctores menores a los 40 años. En el presente, el doctorado es el inicio de la trayectoria; su condición de posibilidad y no su refrendo. La tesis de licenciatura ya no garantiza el inicio de la carrera académica.
Pero si el doctorado se volvió obligatorio, los cambios demográficos provocaron una nueva exigencia: la juventud. Por motivos financieros, relacionados con el crecimiento de la nómina y la evolución de distintos sistemas de estímulo, además de las jubilaciones, se ha vuelto recomendable que los profesores ingresen a la carrera académica lo más jóvenes que se pueda. Esto se promueve mediante programas de renovación de la planta docente cuyas edades máximas de incorporación van de los 35 a los 40 años. Dicho en otras palabras: para iniciar la carrera académica en alguna institución superior, en el año 2023, tienes que ser lo más joven posible y tener un doctorado. Esto es contradictorio porque las tesis de doctorado no siempre pueden concluirse en plazos muy breves.
Todo lo anterior cambió dramáticamente el lugar de las tesis de licenciatura y maestría, que se convirtieron en eslabones temporales de una trayectoria que debe llegar lo más rápido posible al final, pues las alternativas académicas-laborales se reducen a mayor edad. No fue éste el único factor. La tesis es un excelente recurso pedagógico, pero no es un absoluto. No todos los egresados de las distintas carreras humanísticas quieren o lograrán dedicarse a la investigación. Alternativas como la “tesina”— que es una tesis más breve—, el informe de servicio social o la titulación por alto promedio se incluyeron en la legislación de la UNAM, aunque no siempre son aceptadas como iguales en dignidad y calidad. Los profesores que se titularon por el sistema “tradicional” de las décadas entre 1970 y 1990, con tesis de licenciatura que podían tener hasta cuatro volúmenes, deploran el abandono de un proceso de aprendizaje que generalmente había ayudado a construir tanto sus alternativas laborales como su universo intelectual. Tienen razón en que la tesis es un excelente recurso pedagógico. Investigar un tema y exponerlo, revisar distintas fuentes y compararlas, redactar un argumento y fundamentarlo: todos esos ejercicios complementan la educación recibida en las aulas y brindan herramientas para desarrollarse autónomamente como profesionista o como intelectual. Sin tratar de rebatir lo anterior, no debe olvidarse que la tesis fue un producto de sus circunstancias. No es un absoluto, no es ni podría ser eterna.
Entre 1929 y 2022 la UNAM ha registrado más de medio millón de tesis. Es del dominio público que una de ellas, presentada en la FES Aragón en 1987, es casi idéntica, frase por frase, a otra que se presentó en la Facultad de Derecho de la UNAM en 1986. Al momento de escribir estas líneas, la controversia sobre este asunto ominoso ha llevado a tomas de partido con una retórica muy dramática, pero sin fundamento —como la que menciono al principio de este artículo—. La revisión de la normatividad que han anunciado las autoridades universitarias debe apoyarse en los hechos, en la realidad cambiante y en el propósito de mejorar siempre la calidad de la enseñanza. Aunque este proceso debe hacerse con transparencia, sería desafortunado que se decidiera un problema académico complejo en la prensa, que cada vez tiende más a una polarización maximalista.
En el ámbito de las humanidades, en distintas disciplinas de conocimiento, hay una discusión interna sobre las formas de titulación. La controversia está en tres puntos: si la tesis es realmente la única forma de evaluación posible o si podrían considerarse modalidades que no estuvieran ligadas a la investigación (por ejemplo: la titulación por alto promedio). La segunda controversia es sobre la extensión de “la tesis”, un tema en el que personalmente estoy a favor de reducir sustancialmente el número de páginas obligatorio: reducir la cantidad para cuidar la calidad. Finalmente, cada vez es más clara la necesidad de modificar los procedimientos de examen profesional, al buscar procedimientos menos teatrales, menos parecidos a un juicio penal; con menos pasos burocráticos y, en cambio, más imparciales y con mayor densidad académica.
Todas estas posibilidades deberían discutirse en cada comunidad académica, pues no hay dos disciplinas que tengan los mismos problemas. Esperemos que en el muy desagradable contexto de este debate, en el que la gente dice “la UNAM” como si cientos de miles fuéramos una sola persona, podamos encontrar el camino para mejorar la calidad del aprendizaje y evaluación que le proponemos a quienes se inscriben con nosotros.
Ilustración: Jonathan Rosas
*Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM y miembro de la Academia de Artes.
El autor es profesor en la Facultad de Filosofía y Letras y ha sido coordinador de un programa de posgrado y director de un instituto, todo ello en la UNAM.
1 “AMLO vs. Graue y la escandalosa encuesta de la UNAM”, El Universal, 26 de enero de 2023.
2 “Reporte de encuesta sobre percepción del plagio en la UNAM”, Programa Universitario de Bioética, 2013.
3 Real Academia Española. Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española, Real Academia Española, consultado el 13 de noviembre de 2020.
4 Real Academia Española. “Corpus de referencia del español actual”, Real Academia Española, consultado el 13 de noviembre de 2020.
5 Piñera Ramírez, D. La educación superior en el proceso histórico de México. Tomo 4, UABC, México, 2001, v. IV. González Mello, R., y Rodríguez Kuri, A. “El fracaso del éxito”, en Nueva historia general de México, de Bernardo García Martínez, Colegio de México, México, D. F., 2010, p. 721.
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