No hay razones para celebrar el 8M
Amparo Mañes
María tiene 8 años. Cuando sale del cole y mami está trabajando, su padre la manosea y, algunas veces, cuando no hay nadie más en casa, va más lejos y le hace daño. La cría le dice que se lo dirá a mamá. El padre le dice que si lo cuenta, su madre no la creerá y si la cree, se divorciarán y él irá a la cárcel. María calla porque, a pesar de todo, quiere a su padre.
Pero Laura, la madre de María ha visto unas braguitas de la nena manchadas de sangre. Hace tiempo que la nota cambiada. Decide ir con ella al ambulatorio y allí su médica le dice que tiene lesiones compatibles con abuso sexual. Laura se explica entonces muchas cosas raras que ha venido notando entre padre e hija. Decide denunciar a su marido. La justicia considera que Laura manipula a su hija. Su matrimonio está roto. El abusador se siente fuerte. Laura se arriesga a perder la custodia de su hija. María está traumatizada y, además, se siente culpable. Anochece en Valencia.
Hawwa camina con dificultad por la calle ya que el burka y la poca luz no le dejan ver bien. Así es que no puede anticipar el golpe. Tres hombres la golpean porque es delito no ir acompañada de un varón. De poco le sirve explicarles que su hijo está muy enfermo y no tiene a nadie más para ir a buscar al médico. Anochece en Afganistán.
Daura está contenta. Le han dicho que va a ser la protagonista de una fiesta. Por eso no entiende cómo su madre y su abuela parecen tan felices mientras la sujetan para que no pueda huir de un dolor terrible. No para de sangrar, solo tiene 7 años. Morirá joven en un parto complicado debido a las secuelas de la mutilación genital que le hicieron de pequeña. Anochece en Somalia.
Janira está enamorada. Sale con un chico que va en el mejor coche del pueblo, allá en Colombia. Le ha prometido un viaje a Europa y un buen trabajo para salir de la miseria y ayudar a su madre, cargada de criaturas. Hace dos días que llegó a Madrid y ya la han violado 30 hombres. Su «novio» le ha dicho que tiene que pagar el viaje, el alojamiento y los gastos. Y que tendrá que hacer «eso» dos años para amortizar la deuda. Él se tiene que ir. La deja sola. Atardece en Medellín, anochece en Madrid.
A Luisa de 15 años, su novio le exige sexo duro y con frecuencia la abofetea durante las relaciones sexuales. A veces la estrangula. Ella se marea y ha llegado a asustarse. Le cuesta, porque sabe que se arriesga a perderlo, pero le dice que ese sexo no le gusta. Él le pone videos de pornografía para demostrarle que lo que él hace es lo más normal del mundo. Las chicas que salen en la pantalla, abusadas y torturadas, parecen disfrutar a pesar de todo. Lo comenta con sus amigas, pero ellas le confirman que, si quiere a su novio, toca aguantar; porque todos quieren lo mismo. Anochece en Barcelona.
Isabel ha roto con su tercer novio. Con 16 años, no piensa aguantar a otro muchacho más que se considere con derecho a violarla cada vez que salen. Descubre Only Fans. Allí puede hacer lo mismo pero guardando una distancia segura y ganando dinero. Allí manda ella. Aunque unos meses más tarde se da cuenta de que quienes mandan son los «clientes», que cada vez exigen más por su dinero. Ya no sabe cómo pararlo. Anochece en A Coruña.
Ana tiene 28 años. Es una doctoranda con un excelente currículo y hace poco consiguió un contrato como investigadora en un proyecto que dirige el mismo profesor que le dirige la tesis. Se trata de un docente renombrado, con mucho prestigio. Y ella le dispensa un trato atento, incluso demasiado atento. Hasta el punto de que hace unas semanas le ha tenido que parar los pies. Desde entonces, él ha cambiado radicalmente de actitud: desprecia su trabajo, le riñe delante de otros colaboradores, no le da la información necesaria para desarrollar su investigación. Se está planteando cambiar de universidad, incluso abandonar su prometedora carrera. Repasa toda su conducta y sigue sin saber qué ha hecho mal. Por primera vez en su vida se siente impotente. Anochece en Zaragoza.
Marta es feliz con su marido aunque debe reconocer que Raúl no le «ayuda» casi nada. Siempre llega cansado y, aunque ella también lo está, le da pena, pobrecito! Le prepara la cena, pone una lavadora, le plancha la camisa que se pondrá mañana. Deja medio preparada la comida del día siguiente. Recuerda que necesita hacer compra porque ya no queda casi nada. Se ha hecho tarde. Hoy también dormirá muy poco. Está tan agotada que no se arrepiente de haber tenido que rechazar una plaza con algo más de horario y responsabilidad que le han ofrecido. Decepciona a su jefe, que nunca más le ofrecerá algo así. Su compañero Luis es promocionado en su lugar. Anochece en Bilbao.
Irene no es feliz en su matrimonio. Se casó ilusionada pero al poco tiempo él empezó a controlar todo en su vida: su forma de vestirse, de maquillarse, con quién salía, su teléfono… Hace un tiempo comenzó a insultarla, después a abofetearla. Hay veces en que ha visto tal violencia en su mirada que tiene miedo. Pero ¡se avergüenza tanto! Su madre, a quien por fin se ha atrevido a contárselo, le recomienda paciencia y «saber llevarlo».
Piensa en ir a la comisaría, pero su amiga Amparo, que sí se atrevió a denunciar a su maltratador, acabó asesinada porque eso acrecentó la violencia de su pareja mientras a nadie en la policía le pareció grave o importante lo que les contó y la mandaron a casa. Anochece en Murcia.
A Carmen la han violado tres chicos en los lavabos de la discoteca. Mientras uno trababa la puerta, los otros dos la violaban simultáneamente. Ellos salen de allí eufóricos mientras ella, en cambio, siente una profunda vergüenza. A pesar de todo, decide denunciar. El médico forense acredita lesiones compatibles con una agresión sexual. En el juicio le preguntan cuánto había bebido, cómo vestía, si tonteó con ellos. Ella había bebido, llevaba un vestido corto, ceñido y escotado -como se espera de una niña que no sea mojigata- y tonteó con uno de los violadores. Pero no entiende por qué la jueza considera que eso puede tener nada que ver con la violencia brutal que sufrió y por la que desde entonces, no puede dormir si no toma tranquilizantes. Anochece en Las Palmas.
Julia es una Ayudante Doctora en la universidad donde trabaja. Cuando cumplió 35 años se decidió a tener descendencia, porque todo el mundo le decía que «se le iba a pasar el arroz». Pero para su promoción necesita realizar una estancia mínima de 6 meses en una universidad extranjera. La niña es aún muy pequeña y su marido no puede hacerse cargo de ella tanto tiempo porque también trabaja. Se ve apeada de la carrera académica que era su principal objetivo. Anochece en Sevilla.
Lucía es dependienta en una boutique desde hace muchos años. No espera promoción ni pide mejoras retributivas porque apenas consigue que la mantengan en su puesto. Hace tiempo que ve cómo sus jefes solo contratan a jovencitas con buen tipo y de buena apariencia. Se pregunta cuánto tardarán en despedirla si no consigue mantenerse «joven». En cambio, sus compañeros varones han ascendido a encargados. Anochece en Valladolid.
María Elena llegó a España hace unos años llena de ilusiones. Pero, sin papeles, tiene que aceptar empleos precarios, sin cobertura de seguridad social y mal pagados cuidando a personas ancianas. Es pequeña y apenas puede cargar con el peso de esas personas a las que cuida. Tiene 45 años pero parece una anciana. Envía todo el dinero que consigue ahorrar a su país, donde sus criaturas crecen añorándola, a cargo de su abuela. A pesar de sus terribles condiciones laborales y el dolor que le provoca la ausencia de sus hijas e hijos a quienes no está viendo crecer, tiene miedo de que la expulsen. En su país sería mucho peor y su familia no podría comer. Cae el sol en San Salvador, anochece en Mallorca.
Inés se está divorciando de su marido. Aunque, mientras estaban casados, su marido jamás se ocupó de las niñas, ahora reclama la custodia compartida. Le ha dicho que solo si renuncia a los bienes le cederá la custodia. ¿Cómo puede abandonarlas? Claro que renunciará a todo. Anochece en Cáceres.
Marina es muy mayor. Hace tiempo que su salud se ha deteriorado. Cuidó de sus dos hijas y de su hijo, de su marido, de la madre de él (el suegro murió joven), y de su padre y de su madre porque ella era hija única. Ahora que necesitaría cuidados, solo tiene a una hija que la visita una o dos veces al mes. La otra no puede porque vive lejos. El hijo apenas la ve alguna vez al año. Antes de casarse trabajaba a tiempo completo, pero cuando nació la pequeña de sus hijas, coincidiendo con la enfermedad de su padre ya mayor, tuvo que abandonar la actividad laboral. Le costó varios años poder reincorporarse otra vez al trabajo, a tiempo parcial, claro; y en un nivel más básico del que su preparación inicial le hubiera permitido. Ahora está sola y pasa hambre porque su pensión es exigua y no le alcanza. Anochece en Guadalajara.
Todas estas situaciones -y otras mucho más duras aún- nos revelan que anochece demasiado -en demasiados sitios- para las mujeres, por haber nacido, no con el cuerpo equivocado -que eso no es posible- sino con el sexo «subordinado».
Porque el sexo importa, claro que importa. Y, a pesar de ello, el Gobierno y el Parlamento español acaban de aprobar que el SEXO es irrelevante. Que para ser mujer lo relevante es «declararse mujer», sin que nadie pueda verificar -ni cuestionar- esa declaración.
Eso sería estupendo si, junto con la irrelevancia del sexo, se hubiera conseguido hacer desaparecer las injusticias que sufrimos las mujeres a cuenta de él. El problema es que a las mujeres nos subordinan -y nos seguirán subordinando- no por cómo nos sentimos, no por cómo nos declaramos, sino por el sexo con el que hemos nacido. Hacer el recuento de lo que nos pasa a las mujeres por el hecho de serlo ha sido el elemento necesario para medir la desigualdad y legitimar las acciones positivas que permiten, siquiera sea tímidamente, empezar a superarla. Desdibujar el sexo diluye esas evidencias. ¿O acaso si un varón se declara mujer y consigue acceder a la presidencia del Gobierno, las nacidas mujeres podremos decir que hemos roto un «techo de cristal»? ¿O acaso afirmar que los delitos sexuales han crecido en el colectivo femenino un 60% hablará de nosotras y no de personas autodeclaradas mujeres?
Que las instituciones no se hayan parado a pensar -ni por un momento- en ello, demuestra que son instituciones profundamente patriarcales. Porque, ¿saben a quién no perjudica en absoluto la Ley Trans? A los hombres.
Para acabarlo de arreglar, el Gobierno, apenas transcurridas 48 horas desde la entrada en vigor de la Ley Trans, anuncia una Ley de Paridad. Parece que la otra «paridad», la establecida en la Ley de igualdad de 2007 era, como muchas otras previsiones de esa Ley, pura ilusión que no se cree ni el partido que la introdujo entonces.
¡Qué cinismo hacerlo ahora, cuando cualquiera puede declararse mujer sin mover una ceja, sin modificar su cuerpo, sin cambiar de nombre, sin cambiar su apariencia! Mucha gente piensa que eso no pasará, que ningún hombre arriesgaría su «hombría» por acceder a las cuotas femeninas. Se equivocan. Ya algunos están anunciando «su transición». Porque, ¿acaso se verá mal que se produzcan transiciones «oportunistas» de sexo registral para aprovechar las cuotas femeninas? Claro que no. De hecho, ya hay muchos hombres dándose codazos fraternales porque, conjugando ambas leyes (Trans y Paridad), se podrá acabar con las cuotas del 40% de las mujeres, hasta recuperar el poder masculino al ciento por ciento que tan «injustamente» les fue arrebatado.
En fin, oponernos a la Ley Trans, radicalmente injusta con las mujeres al abrir la puerta a que haya gente que tenga el derecho de usurpar nuestras cuotas, nuestro deporte, nuestros premios y reconocimientos, invadir nuestros espacios de seguridad y privacidad; y que pretende amordazar al feminismo, bajo la falsa acusación de transfobia, cuando sólo reclamamos el respeto a los derechos de las mujeres y el derecho a la salud y al libre desarrollo de la personalidad de infancia y adolescencia…
oponernos a la Ley Trans, radicalmente injusta con las mujeres al abrir la puerta a que haya gente que tenga el derecho de usurpar nuestras cuotas,
Denunciar que se están implantando políticas antifeministas a base de manipular a la opinión pública haciéndole creer falsamente que es feminista vulnerar los derechos de las mujeres, borrar nuestro sexo, soltar a agresores sexuales antes de tiempo, que prostitución y pornografía son trabajos empoderantes y fruto de la libre elección….
Protestar porque nos violentan, nos violan, nos matan, nos explotan sexual y reproductivamente, nos mantienen veladas, nos mutilan genitalmente, nos cargan con la inmensa mayoría de los cuidados, nos ofrecen menos trabajo -con mayor temporalidad y más precario- nos pagan menos, nos ascienden menos, nos cuidan menos…
Todo eso…no constituye razón suficiente para «celebrar» el Día Internacional de la Mujer. Y es que el 8M no hay nada que celebrar.
Pero lo que sí hay es razones sobradas para denunciar la vulneración de nuestros derechos que, además, son permanentemente regateados. Y también para conmemorar que es demasiado larga y profunda la noche de todas las María, Laura, Hawwa, Daura, Janira, Luisa, Isabel, Ana, Marta, Irene, Amparo, Carmen, Julia, Lucía, María Elena, Inés, Marina… y de tantas otras mujeres que tienen derecho a salir de esa oscuridad y ver ¡por fin! un luminoso amanecer que podamos compartir con los hombres en pie de igualdad.
Por todas ellas y por todas nosotras, nacidas con el segundo sexo. Por nuestro derecho a existir. Por el derecho a tener derechos, únete a nosotras en esa jornada de lucha. Ven al 8M!
Somos muchas y contamos con la dignidad y #LaFuerzaDeLasMujeres.
Fuente: https://tribunafeminista.org/2023/03/no-hay-razones-para-celebrar-el-8m/
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