Frida Kahlo y mi abuelo
Por Fátima Fernández Christlieb*
El hallazgo de una carta entre Frida Kahlo y Fernando Fernández, el abuelo de la autora, abre aquí el abanico de una historia familiar recobrada y de un precioso legado junto a la gran artista mexicana.
Frida Kahlo tenía 17 años cuando conoció a mi abuelo. Él estaba por cumplir los 40. Se conocieron por la petición que él recibió de su amigo el fotógrafo Guillermo Kahlo: mi hija está de vacaciones y quiere trabajar.
Así comenzó una historia que está por cerrarse tras un ciclo de casi cien años. El 14 de febrero de 1925, siete meses antes del fatídico accidente, Frida le escribió una cartita amorosa a ese señor, que fue el padre de mi padre. El texto, escrito a máquina y con firma manuscrita, fue celosamente guardado entre los documentos familiares. Como sucede cuando muere quien tiene plena idea de un acontecimiento, esa hoja quedó ahí entre actas de nacimiento y asuntos que todos sabemos que no hay que tirar.
Mi papá comenzó a interesarse en la carta cuando la fridolatría empezó. Nos la mostró con gran cuidado y sin comentarios la guardó. Vino el cambio de casa. Había que dejar el hogar que acumuló objetos de diez hijos en un lapso de cincuenta años. ¿Dónde quedó la carta de Frida Kahlo al abuelo? Nadie supo.
Alguna vez la leí y en un encuentro fortuito, sin tener copia de ella, le comenté a Raquel Tibol que ese escrito existía. Eso ocurrió hace más de veinte años cuando ella ya había terminado de revisar la primera versión de lo que llamó “la luz más íntima de Frida”. Se interesó mucho, ubicaba bien al grabador Fernando Fernández, me hizo preguntas y quedamos de vernos. No hubo otro encuentro. Ella murió el 22 de febrero de 2015.
Después busqué, sin demasiado interés, a la entonces directora del Museo Frida Kahlo. También sabía de mi abuelo. Me habló de los testimonios que él dejó en el periodo en que fungió como maestro y jefe de Frida. Ocurrió lo mismo que con Raquel, me pidió que nos encontráramos y lo dejé pasar. No me interesaba demasiado, pero tampoco quería que la carta terminara deshecha o en la basura.
Ahora que el documento finalmente apareció, su relectura despertó mi curiosidad. ¿Cómo fue el encuentro entre ellos y cuánto duró? Fui a las biografías y al epistolario. Frida quería trabajar. Su familia necesitaba dinero, ella detestaba estar en casa. Entró a una fábrica, se fastidió, buscaba algo mejor. Estudiaba mecanografía y taquigrafía. Intentó emplearse sin éxito en varios lugares. Es entonces cuando su padre decide pedirle el favor a Fernando Fernández.
Las entrevistas de Tibol y Hayden Herrera con el escritor Alejandro Gómez Arias arrojan mucha luz sobre esa etapa de Frida. Ella le escribe numerosas cartas a él, le cuenta de su apremio por trabajar, le da muestras de su sexualidad, le menciona que acostumbra confesarse y comulgar. Del interés total de ella hacia él no hay ninguna duda. Es mucho más que su confidente: “…tú sabes que por mucho que haya hecho estupideces con otros, ellos no son nada junto a ti”. Él, a su vez, afirma, ante Raquel Tibol, que Frida “ya no era virgen cuando ocurrió el accidente”.
Gómez Arias tenía un año más que Frida y ambos estaban terminando la preparatoria. La conocía bien. En una entrevista con Herrera afirma: “Frida era sexualmente precoz. Para ella, el sexo constituía una manera de disfrutar la vida, una clase de impulso vital”. No era ese un tema tabú ni lo guardaba para sí. Le relató a Alejandro sus satisfactorios aprendizajes en dibujo y también lo ocurrido en el taller del grabador. De aquí que él se refiriera al suceso diciendo que “Frida respondió entregándose a una breve aventura con él”.
En una de las cartas posteriores a ese accidente que le desgracia la vida, ella menciona al abuelo y deja claro que ya había hablado de él con Gómez Arias: “Fernández me sigue dando la moscota y ahora resulté todavía con más aptitudes que antes para el dibujo, pues dice que cuando me alivie me va a pagar 60 semanales…”.
Alejandro sabía pues quién era Fernando Fernández. En un primer momento no parece que se haya quedado muy sereno ante esos encuentros de Frida con un hombre más de veinte años mayor que ella. Menos aún cuando Gómez Arias ya había tenido intimidad con ella tal y como él lo afirma: “Éramos amantes jóvenes que no tenían los propósitos ni el proyecto que da el noviazgo, como casarse y esas cosas”. El episodio en el taller del grabador pasó al olvido, pues él descubre la política en esos años. Al terminar la preparatoria, Gómez Arias estudia Derecho y en poco tiempo se convierte en presidente del consejo de huelga por la autonomía universitaria.
Este es el marco en que Frida le escribe a mi abuelo. El momento es significativo: 14 de febrero 1925, día del amor y la amistad, festividad antigua que parece no pasar desapercibida. Entremos ahora al contenido de esa carta.
Después de colocar la fecha y la dirección del destinatario en Coyoacán, Frida inicia con un “Querido Fefe”. Luego se disculpa: “Me acongoja no poder vernos mañana como habíamos concertado porque hoy salgo con mi padre a Guanajuato a tomar unas vistas que necesita”.
Prosigue con una promesa: “La semana siguiente nos veremos en el taller porque le tengo un regalito que elaboré yo misma por su onomástico”. Lo del onomástico suena a pretexto porque ni el santo ni el cumpleaños estaban cerca del 14 de febrero.
Más adelante Frida revela en qué consiste el regalito: “Es un apunte que le esbocé con querencia y un poco de amorcito cuando estaba usted grabando y ajustando el vernier para un aguafuerte”. De aquí sigue su apreciación sobre el abuelo: “Lo veo a usted cautivante y sobre todo espléndido”. Encuentro fotos de aquellos años, confirmo que el abuelo se ve atractivo. Los otros dos adjetivos están obviamente inmersos en la subjetividad de Frida.
El remate de la cuartilla dice así: “Con toda mi reverencia y respeto al cariño que me otorga, aunque me siga diciendo que tengo cejas de murciélago. Frida K “. Hasta aquí el escrito a máquina. La rúbrica de la carta aparece a mano con uno de los apelativos de cariño que acostumbraba su familia, uno que también usó Diego Rivera. Contundente, en tinta color sepia, todavía brillante, dice: “Fisita”. La “F” parece remedar su uniceja.

Todo indica que entre estos párrafos y el 17 de septiembre de ese año, día del choque del autobús contra el tranvía, hubo varios encuentros. Yo llegué a escuchar, en casa de los abuelos, que Frida había estado ese terrible día en el taller de grabado. Ese dato está consignado en el testimonio, escrito por Fernando Fernández, que se exhibe en el Museo Frida Kahlo. Terminada la sesión de aquel día, sale y sube al autobús con Alejandro. No volvió más a su aprendizaje de grabado.
El abuelo deja constancia del talento de Frida en el documento, en exhibición, redactado cuando ella ya no está. Entre otras cosas dice: “En vista del talento enorme que demostró tener para el dibujo, pensé que le permitiría dedicarse al grabado al aguafuerte y con punta seca”. Cabe señalar que en esa época Fernando Fernández admiraba a un grabador sueco, de nombre Anders Zorn, que además esculpía y que se decantó por la pintura impresionista. Un libro con reproducciones de su obra estuvo en manos de Frida, quien copió en dibujos originales “directamente con pluma, a simple vista, sin más indicaciones que unos pequeñísimos trazos a lápiz, con una soltura y acierto como se puede apreciar en estos dibujos originales que por fortuna guardo y con todo gusto los cedo al museo de Frida”. Estas imágenes pueden verse actualmente ahí.
Como colofón al testimonio anterior aparece este párrafo: “De no haber ocurrido esa desgracia, estoy seguro de que Frida hubiera admirado al mundo también con obras de grabado en lámina”.
Como ya dijimos, en septiembre de 1925 el cuerpo de Frida sufre el terrible accidente que la hará sufrir toda su vida. Sus cartas de los siguientes años son la evidencia de un clamor sostenido ante la ausencia de Gómez Arias. Ella le dice en 1928: “Ahora más que nunca siento que no me quieres ya…” La política universitaria lo había absorbido por completo: era ya el líder indiscutible del movimiento por la autonomía de la universidad, la cual se consigue en julio de 1929.
Para entonces Fernando Fernández había combinado el arte del grabado con su aplicación en algo muy práctico: hacer billetes de banco. Un investigador numismático especializado en papel moneda, Cedrian López-Bosch, ha documentado la trayectoria del abuelo en aquellos años en que la política monetaria del país era tan cambiante como sus gobernantes. Eso llevó al grabador a buscar estabilidad económica en Nueva York donde quiso instalar un negocio. La Gran Depresión lo regresó al país, no sin antes decidirse a incursionar en la fabricación y venta de tornos geométricos para la impresión de billetes.
En los años sesenta el abuelo instaló su oficina en el Paseo de la Reforma, donde sus dotes de grabador quedaban plasmados en invitaciones de boda, tarjetas de navidad y de presentación, así como en papelería comercial. Ahí trabajé en varios momentos. Supongo que mi papá le dijo al suyo: mi hija está de vacaciones y quiere trabajar.
La carta, pues, que mi abuelo recibe de Frida Kahlo aquel 14 de febrero de 1925 tiene su valor. El papel se amarilló y en algunos párrafos el tono de la tinta disminuyó, pero está intacta y no se ha perdido ni una sola letra. ¿Qué hacer con ella?
La vida y mi católica madre me llenaron de hermanos. Fuimos diez. Hice consultas entre ellos después de haberle dado vueltas a los posibles destinos. Por curiosidad también me asomé a ver cuánto se pagó por las cartas que Frida le escribió a José Bartolí, pintor y caricaturista político catalán exiliado en México, con quien ella mantuvo una relación de la que dejó constancia en veinte cartas. Fueron subastadas en Nueva York, en 2015, por 137 000 dólares.
No es un asunto de magnitud comparable. Esas fueron veinte cartas, la que tengo en las manos es solo una y no procede de la mujer de 39 años casada con Diego Rivera, sino de la adolescente de 17. En cualquier caso, tiene gran valor, pero no quiero, por ningún motivo, conocer el dictamen de una casa de subastas.
Queremos que ese escrito regrese a Coyoacán, a la Casa Azul de Frida Kahlo, a ese lugar custodiado por el fideicomiso del Banco de México, a esa esquina de Londres y Allende donde cada día se forman ordenadamente cientos de visitantes. Como dijo el abuelo: yo también, con todo gusto, ahora cedo la carta al Museo Frida Kahlo.
*Fátima Fernández Christlieb
Doctora en Sociología. Su último libro: El Zhineng Qigong y la lengua china.
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