Mujeres invisibles
Por: María Luisa Latorre*
Esta tarde me enviaron un artículo de la website YoDona titulado “La mujer invisible. Que se siente cuando, de un día para otro, todos los hombres dejan de mirarte.” El artículo incluye una pequeña lista de sentimientos que las mujeres podríamos experimentar cuando los hombres dejan de contemplarnos, desde tristeza, sorpresa, liberación o alivio, y también acciones que podríamos tomar para lidiar con la invisibilidad, como ponernos extensiones capilares, hacernos un lifting facial, aguantarnos con lo que hay, comprar ropa de chica joven etc.
Yo, personalmente, no me he sentido identificada con ninguna de estas sensaciones y eso que, como la inmensa mayoría de las mujeres de mediana edad de este planeta, también me he vuelto invisible. He pasado de ser bastante visible (daba el pego gracias a un físico que se consideraba agraciado cuando era joven) hasta la invisibilidad, ya pasados los 50 años, que provoca que la gente se cuele cuando estoy haciendo la cola en el mercado. Cuando camino, es frecuente que otros viandantes se choquen conmigo porque, a pesar de mi metro y 70 centímetros, no me ven, y he notado que cuando estoy en un restaurante esperando a que me atiendan, tengo que insistir bastante más que antes. De hecho, cuando cruzo la calle debo tomar más precauciones que hace años, para asegurarme de que los conductores me vean y no se me echen encima. Todas estas situaciones, lejos de hacerme sentir aliviada, liberada o triste, me hacen sentir cabreada, y bastante.
¿Es esta invisibilidad empoderante, o positiva el no sentir el peso de la mirada masculina encima de nosotras? No, no lo es, si nuestra presencia se ignora.
Como explico en mi libro La Mujer Obsoleta, a las mujeres de mediana edad no se nos mira porque no se considera que sea interesante mirarnos, no vale la pena, como no vale la pena mirar cualquier otra cosa o persona cuya apariencia no nos interese o nos moleste o incluso nos ofenda. También apartamos la vista cuando vemos a personas sin hogar, o a personas con discapacidades. De hecho, en muchas ciudades se toman medidas extremas para quitar de en medio a hombres y mujeres pidiendo dinero, se les invisibiliza al alejarlos de los centros turísticos para que su presencia no moleste a los visitantes. La invisibilidad es, como comento en mi libro, el primer paso a la hora de deshumanizar al otro o a la otra. Y de la invisibilidad en la calle a que no te vean en el trabajo hay solo un paso, así es como tantas profesionales con largas y productivas carreras a sus espaldas ven como se les pasa por encima a la hora de recibir por fin la tan merecida promoción laboral y ésta va a un chico de 30 años.
¿Significa esto que quiero volver a ser visible como cuando tenía 20 años? No, porque desde la más temprana adolescencia hasta aproximadamente los 25 años muchas veces caminé por la calle con miedo debido al acoso machista. Experimenté, como muchas otras mujeres, desde silbidos, hasta empujones, hasta tocamientos en el trasero y un largo etcétera que hicieron mi vida muy difícil, solo por querer ocupar un espacio público como haría cualquier hombre.
La invisibilidad, como la visibilidad que experimentamos las mujeres en este mundo de hombres no son mas que caras opuestas de la misma realidad: somos visibles o no, solamente debido a nuestro atractivo físico, el cual está ligado a nuestra juventud. Y a medida que cumplimos años, debido a la alianza misoginia y edadismo, dejamos de ser consideradas atractivas. Los hombres no experimentan esta perdida de visibilidad, porque se les juzga por valores diferentes. Ellos se respetan mutuamente, es por esto por lo que, cuando era joven, los hombres no me acosaban cuando caminaba acompañada de mi hermano o un amigo. La invisibilidad es una falta de respeto, y el acoso de una mujer caminando por la calle también lo es, y ambos son la consecuencia de que a mujeres no se nos vea como personas.
A pesar de la edad, los hombres no se convierten en invisibles como nosotras. Y eso es justamente lo que quiero. Ni ser invisible porque no se me considere follable, ni ser visible solo porque sí se me vea así. Las mujeres no deberíamos tener que ponernos extensiones en el pelo, ni retocarnos la cara con cirugía, ni ponernos ropa ajustada de veinteañera para que se nos vea como personas a las que hay que respetar.
El artículo de YoDona tiene algunos puntos buenos, explica, por ejemplo, como es que a tantos hombres de todas las edades se le van los ojos tras las chicas jóvenes y las respuestas son simples y tirando a superficiales, desde un “las chicas jóvenes son mas aventureras” hasta apreciar un buen trasero. Yo añadiría que las mujeres más maduras no somos tan dóciles ni fáciles de impresionar, y esto a muchos hombres les desagrada. Les molesta también la sabiduría que muchas de nosotras hemos acumulado a lo largo de nuestra vida, un saber, que, por desgracia para nosotras, a la sociedad patriarcal en la que vivimos le interesa mas bien poco. Es por esto por lo que al igual que nuestra invisibilidad física y laboral experimentamos un “desaparecimiento” por decirlo de alguna manera, social. La forma de entender la vida de una mujer de mediana edad está devaluada simplemente porque la mirada masculina ya no está interesada en nosotras. Como dijo la actriz Maria Schneider, la actriz que protagonizó El último tango en París con Marlon Brando y que tuvo problemas durante la madurez para conseguir trabajo por su edad “No es fácil para actrices que tienen mas de 50 años. La ironía es que cuando una mujer envejece lo suficiente para tener algo interesante que decir, la gente no la quiere escuchar”. Esto, sin más, es la invisibilidad de la mujer de mediana edad.
*María Luisa Latorre
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