Publicado: 23 febrero 2021 a las 4:00 pm
Categorías: Artículos
Vivimos dentro de un paradigma dominante de la autosuficiencia en la búsqueda de la excelencia y el mérito, el de la autosatisfacción del ganador, de la prepotencia, el individualismo, la filosofía de la conquista del éxito emprendedor y la cultura del esfuerzo para el triunfo y el ascenso social.
«La educación como proyecto humanizador. Porque es sensible a los conflictos sociales, desigualdades, injusticias, emergencias climáticas y desafíos de la humanidad. Pone el énfasis en valores como la solidaridad, el apoyo mutuo y la cooperación, y en la sensibilización y cumplimiento escrupuloso de los derechos humanos y sociales… Y frente a la indiferencia ante el sufrimiento humano activa la empatía y la compasión. Sin perder nunca el horizonte de la transformación educativa y la emancipación social». (Punto 1 del Manifiesto por una educación transformadora y emancipadora. Foro de Sevilla. Diario de la Educación 16-11-2020).
Los momentos que vivimos están profundamente afectados por una situación hasta ahora desconocida. A la vez esta crisis sanitaria también está sirviendo para hacer más visibles y agravar problemas de vulnerabilidad que ya teníamos. La pandemia ha visibilizado que el sistema económico y sus valores, encarnados en todos nosotros, nos hacen vivir en un mundo irreal en el que ignoramos sistemáticamente lo fundamental de lo que nos constituye como seres humanos. En la creación de este artificio el sistema educativo ha jugado su papel fundamental. Los valores que priman en él son aceptados implícitamente, practicados e inculcados de forma constante, configurando nuestra forma de vivir.
Vivimos dentro de un paradigma dominante que impregna el sistema educativo. Este está basado en la conciencia acrítica de que el objetivo de todo en la vida es ser feliz y exitoso sobre todos los demás y de forma individual. Se sustenta, también, en la exaltación del propio ego para anular y quedar por encima de los demás egos con los que compite. Este paradigma es el de la autosuficiencia en la búsqueda de la excelencia y el mérito, el de la autosatisfacción del ganador, de la prepotencia, el individualismo, la filosofía de la conquista del éxito emprendedor y la cultura del esfuerzo para el triunfo y el ascenso social. Desgraciadamente, estos son los valores que se inculcan en el currículo oculto de la mayoría de los centros educativos, contradiciendo constantemente aquellos que se explicitan en los proyectos educativos y en los proyectos de convivencia.
La realidad nos ha mostrado la ausencia de humanidad del modelo educativo desarrollado en la mayoría de las escuelas sustentadas en esa visión. Hay en él una notable ignorancia del significado de lo humano. Con frecuencia ha olvidado lo que nos dice Martha Nussbaum (2013): “Todos nacemos desnudos y pobres; todos estamos sujetos a enfermedades y sufrimientos de todo tipo y, por último, todos estamos condenados a morir. Por tanto, la visión de todos estos sufrimientos comunes puede llevar a la humanidad a nuestros corazones”.
La humanidad debería apuntar hacia otro modelo de vida. Un paradigma civilizatorio en el que la vulnerabilidad y el cuidado mutuo sean algunos de sus ejes fundamentales. Algunos de los aspectos a tener en cuenta para poder entrar en ese nuevo paradigma educativo “como proyecto humanizador” son:
En definitiva, se trata de aprender a vivir en la vulnerabilidad humana. La pedagogía de la fragilidad comporta una respuesta radical a la suficiencia del sistema neoliberal, a sus valores, a su mundo simbólico, a la subjetividad manipulada en la competitividad brutal. Esto nos exige penetrar en el conocimiento de lo que somos y de lo que nos configura como seres humanos vulnerables en nuestro caminar desde que nacemos hasta la muerte. Ello precisa un aprendizaje consciente y constantemente compartido, donde el cuidado y la ayuda mutua, como realidad del convivir y de la relación educativa apoyada en el cultivo de los afectos y las emociones positivas, se sitúen en todos los ámbitos de la vida escolar. Es necesario que los Derechos Humanos y los Derechos de la Infancia sean un pilar fundamental del Proyecto Educativo de Centro y del currículo, pues servirá para aprender que la vulnerabilidad humana se agrava cuando no se respetan, y disminuye cuando se sostienen y defienden en común en una democracia cada vez más consolidada.
Hay centros educativos en los que se está analizando, investigando y tratando el tema de la pandemia, sus causas, sus consecuencias y posibles actuaciones individuales y colectivas frente a ella. Lo hacen desde la conciencia de que podemos aprender desde la fragilidad humana. Esas experiencias pueden convertirse en referentes del tratamiento de este tema como un componente fundamental del currículo en el mundo en que vivimos.
La comprensión del ser vulnerable y frágil no conlleva vivir en el lamento, en la depresión, en la resignación y en la negatividad. Más bien al contrario, la conciencia de la vulnerabilidad comporta la necesidad de dar valor a la interdependencia y a la fuerza del compartir y de la solidaridad. También nos hace tomar conciencia de la alegría de vivir y de la fiesta, de la poesía y la contemplación de la belleza, del agradecimiento y compasión como la pasión por la vida con los otros.
Sabemos que todo lo que aquí proponemos era una utopía antes de la pandemia. Hoy vivimos la urgencia y la necesidad de que la hagamos posible como “inédito viable” que decía Freire. Se trata de ir construyendo una sociedad y una educación cuidadora de las vidas vulnerables de todos, dando prioridad a las de los considerados más débiles: los tenidos por los nadie, los sobrantes, los desechables, los descartables, como los desperdicios de la sociedad neoliberal.
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